Capablanca, el cubano que reinó en los tableros.
José Raúl Capablanca, niño prodigio, considerado el mejor jugador de ajedrez de la historia, gran maestro, era elegante y cortés, un auténtico galán de película que protagonizó las partidas más brillantes del pasado siglo. A lo largo de su carrera no perdió en total más que 36 partidas
Papá Capablanca, frente al tablero, pugna por derrotar a su contrincante. El reloj avanza y le conmina a mover pieza. Pero José María Capablanca no teme tanto a su oponente como a su vástago de 4 años que, atento, analiza cada uno de sus movimientos.
Corría 1892 cuando José Raúl aprendía a jugar a pie de tablero observando a su padre, el comandante del ejército español José María Capablanca, educado, culto y aficionado a las 64 casillas. Ese mismo año,
un duelo ajedrecístico les enfrenta: el pequeño derrota a su progenitor. Más tarde, el pequeño escribiría sobre su padre recordando esas primeras partidas: "Era un mal ajedrecista, pero un buen soldado".
A los 13 años gana el campeonato de Cuba, derrotando a Juan Corzo, el mejor jugador del país, sin haber estudiado realmente la disciplina. Catalogado como el segundo niño prodigio -el primero había sido el norteamericano Paul Charles Morphy- el ‘novato’ ajedrecista demuestra partida a partida que posee un talento innato, es lo que se llama un jugador natural.
En 1906 ingresa en la estadounidense universidad de Columbia. Pero nunca aparca su
auténtica pasión, el ajedrez. Juega partidas rápidas y llega a derrotar en un torneo al campeón del mundo, el alemán Emmanuel Lasker. Durante el invierno de 1908-1909, emprende una gira de simultáneas por Estados Unidos. A su vuelta, disputa un encuentro contra el mítico campeón norteamericano Frank Marshall, al que supera con gran facilidad (8 victorias, 1 derrota, 14 tablas). Capablanca cuenta veinte años.
Esta aplastante victoria constituye su pasaporte al torneo de San Sebastián de 1911, de acceso muy
restringido, que sólo admite a los maestros que hubieran obtenido al menos dos terceros premios en un torneo. Su participación solivianta a algunos jugadores como Ossip Bernstein, pero Capablanca les da una lección frente al tablero proclamándose vencedor del torneo. Entre sus ‘víctimas’ se encuentra el propio Bernstein, ante el que protagoniza una victoria muy elogiada.
En septiembre de 1913 consigue un trabajo como diplomático en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba. Su sueldo le permite seguir disfrutando de su pasión ajedrecística y realizar algunos viajes al exterior en busca de nuevos desafíos. Capablanca se hace famoso en su país. Y durante diez años, de 1914 a 1924, se mantiene invicto. Esta trayectoria le lleva a enfrentarse en 1921 en match por el título mundial contra el alemán Emmanuel Lasker, el segundo de la historia en ostentar tal título. El torneo empieza en La Habana en
marzo y termina en mayo, con cuatro victorias de Capablanca, diez tablas y ninguna derrota. Lasker, desmoralizado, abandona el encuentro, pactado a 24 partidas, cuando aún quedan diez para su finalización. Capablanca se convierte en el nuevo campeón del mundo. La ‘máquina de jugar’ es imbatible. Su primera derrota no llegará hasta 1924 cuando, en el torneo de Nueva York, Richard Reti le vence. La ‘hazaña’ del húngaro se publica en la portada del New York Times.
Capablanca pierde el título de campeón mundial en 1927, al ser vencido por el ruso-francés Alexander Alekhine en la final disputada en Buenos Aires. El resultado se cierra con seis partidas ganadas por Alekhine, tres por Capablanca y 25 tablas. El vencedor anuncia que le dará la revancha en menos de dos años, pero a la hora de la verdad jamás acepta volver a enfrentarse a él.
Entre el 1927 y 1936, Capa’ juega 14 torneos de los que gana siete y queda segundo en cinco, pero ya no es considerado un mito.
En 1928 empieza a tener problemas de salud (hipertensión). Vive entre Cuba y Nueva York. Pero contra todo pronóstico, el mundillo ajedrecístico se revoluciona cuando ‘el invencible’ resurge con su genio más espectacular en 1939. Su participación en la Olimpiada de ese año, se salda con una gran victoria, Capablanca no pierde ninguna partida y logra un total
de 11’5 puntos sobre 16 posibles, lo que le hace merecedor de la medalla de oro en el primer tablero, logrando un nuevo desquite frente a Alekhine, que debe conformarse con la medalla de plata como primer tablero de Francia.
Tras este último desquite frente a su histórico rival, decide dejar de competir. Cuenta 51 años.
LAS CLAVES DEL GENIO
Tachado de indolente, la clave de su genialidad radica en una profunda compresión de la
estrategia, muy superior a los conocimientos formales de la época. Y es que mucho antes del desembarco de Deep Blue, Capablanca ya era apodado como ‘la máquina humana’.
Dotado de un talento innato para este deporte,‘Capa’ simboliza al jugador natural que, ducho en el análisis y el cálculo, juega por intuición.
Su estrategia se basa en no estudiar mucho el juego, ¡salvo los finales! Los primeros estudios que realiza en su vida sobre las aperturas fueron en 1917, a los veintinueve años, para impartir clases a una joven compatriota de doce años a la que consideraba dotada para el juego.
AJEDRECISTA DE PLUMA Y GRAN MAESTRO EN LAS ONDAS
‘Capa’ se atreve también a escribir, y así pasa de apuntar jugadas frente al tablero a
empuñar la pluma para adoctrinar a los ajedrecistas de a pie. Cualquier ajedrecista que se precie debería haber leído Fundamentos del ajedrez (la más famosa de sus obras) y Lecciones elementales de ajedrez , o Arte y secretos del ajedrez . Otros libros los publicó directamente en inglés por su condición de políglota. Así firmó My chess career ,es World’s Championship Matches, 1921 and 1927 y también multitud de artículos. Dirigió asimismo la revista Capablanca Magazine , que se publicó a partir de 1912.
En la última etapa de su vida, Capablanca se atreve también a debutar en las ondas e imparte clases de ajedrez por la radio norteamericana.
MUERTE A PIE DEL TABLERO: 53 AÑOS – INNUMERABLES VICTORIAS
Capablanca gustaba de visitar todas las noches, durante sus estancias en la Gran Manzana, el Club de Ajedrez de Manhattan, frente al Central Park de Nueva York. Pero aquel fatídico 8 de marzo de 1942, la muerte le
acechaba junto al tablero. Pocos minutos antes de las nueve, el gran maestro observa una partida que juegan dos aficionados. Está de buen humor, bromea y comenta las jugadas cuando de repente se levanta: ‘Por favor, ayúdenme a quitarme el abrigo. Tengo una jaqueca insoportable’. Acto seguido se desploma.
Trasladado con urgencia al Hospital Mount Sinaí en estado de coma, una hemorragia cerebral acaba con su vida. ‘Capa’ no logra recuperar el conocimiento. El reloj deja de contabilizar sus
movimientos a las 5:30 de la mañana. Tánatos derrota con un limpio jaque mate al mejor ajedrecista de la historia.
Sepultado en La Habana en la Necrópolis de Colón con grandes honores, propios de un héroe, atendiendo a su petición, su tumba es custodiada por un majestuoso rey marmóreo, obra de Florencio Gelabert. Fulgencio Batista, presidente de Cuba a la sazón, se hace cargo de los trámites funerarios del carismático ajedrecista, el personaje con más impacto
internacional de la historia contemporánea del país hasta la llegada de Fidel Castro.