Antonio Maceo. El Titán de Bronce tenía un corazón lleno de generosidad y de valor. Era culto, gran conversador y hombre amable. De carácter tranquilo, espíritu varonil y absoluta serenidad.
Guaniguanico, seudónimo utilizado por uno de sus compañeros en la guerra, narra que “Maceo no fumaba, no bebía licores, ni cerveza siquiera, no tenía esa afición de todos los cubanos por el café, pues solo tomaba un sorbo, y eso más por complacer al que se lo brindaba, que por voluntad. Comía muy poco y sólo una vez al día, sin interrumpir las operaciones para almorzar, haciéndose la comida por la tarde o noche cuando se acampaba definitivamente. No se fatigaba jamás, o por lo menos no lo demostraba, pues ni en las grandes marchas en Vuelta Abajo, donde tanto anduvimos, ni en esa espantosa campaña en las provincias de La Habana y Matanzas, tan surcadas de líneas férreas, de los meses de Febrero y Marzo, teniendo siempre alrededor nuestro como veinticuatro o más columnas españolas, y batiéndose todos los días y algunas veces dos o tres ocasiones, nunca le vi echar la pierna sobre el arzón de la silla, que es el alivio del jinete cuando el estropeo le rinde.
No dormía nunca en cama ni dentro de las casas, sino en hamaca y en los portales o arboledas, y a cada hora estaba despierto y vigilante. No se turbaba, ni se impacientaba, ni se precipitaba, ni se encolerizaba nunca; tenía el arte de saber preguntar hasta llegar a saber aquello que le interesaba. Se ocupaba de lo más mínimo; de si éste corre el caballo sin motivo, de si aquel está montado cuando debiera hallarse a pie; si los caballos comen; si los heridos se encuentran bien asistidos, etc. Era un ejemplar raro, y pienso que así debieron ser Aníbal, César y Napoleón”
Antonio Maceo, junto a otros dos hermanos, se incorporó a la lucha independentista el 12 de octubre de 1868, dos días después de iniciada la contienda. Por su arrojo y destreza en el primer combate fue ascendido a sargento y en el segundo a teniente. Tras varios combates, se le conceden los grados de capitán y por primera vez tiene hombres bajo su mando. Se ganó el respeto, la admiración y el cariño de sus soldados a quienes formó con su ejemplo. Es de esos hombres incapaz de exigir lo que él no sea capaz de hacer.
Toda la familia Maceo y Grajales, encabezada por Marcos, el padre y Mariana, la madre, participaron en la contienda. Todo indica que el carácter de Antonio lo heredó de su madre quien es considerada como la Madre de la Patria quien al ver a su hijo herido le expresó al más joven: “¡Y tú, empínate, porque ya es hora de que te vayas al campamento!”. Ya antes, ese día cuando sus primeros tres hijos, se unieron al Ejército Libertador, Mariana entró en la sala de la casa con un crucifijo de Cristo en la mano y con toda emoción puso de rodillas a toda la familia, incluyendo a la joven María Cabrales, esposa de Antonio, y bajo juramento los comprometió a liberar la Patria o morir por ella. Así lo hizo la mayoría.
Pero su consagración a la lucha por la independencia no estuvo exenta de oscuros y fatídicos episodios que le toco vivir. Uno de ellos fue en el año 1878 cuando transcurridos casi 10 años de cruenta guerra, las fuerzas independentistas se desgastaron en luchas intestinas aprovechadas por España para lograr la ignominiosa Paz del Zanjón contra la que el General Antonio Maceo se opuso protagonizando la Protesta de Baraguá el 15 de marzo, calificada por José Martí como “lo más glorioso de nuestra historia”.
Ese día en reunión con el General en Jefe del Ejército Español, Arsenio Martínez Campos, Maceo dejó bien claro que conocía perfectamente sus verdaderas intenciones y proclamó que no podría haber paz sin la independencia y abolición de la esclavitud que fueron las banderas enarboladas tras la cuales los cubanos se lanzaron al combate el 10 de octubre de 1868 en la Demajagua bajo la guía de Carlos Manuel de Céspedes.
Fue ese hecho lo que elevó a Maceo a lo más alto de la cúspide no solo como el audaz y brillante jefe militar, sino como un hombre de pensamiento que, junto a Martí, marcaría la conciencia de nuestro pueblo hasta el día de hoy. No en vano, pocos días después de su caída en combate el 7 de diciembre de 1896, el Generalísimo Máximo Gómez escribe a María Cabrales, la viuda de Antonio Maceo, en carta conmovedora: «Con la desaparición de ese hombre extraordinario, pierde usted el dulce compañero de su vida, pierdo yo al más ilustre y al más bravo de mis amigos y pierde en fin el Ejército Libertador a la figura más excelsa de la revolución«.
De Antonio Maceo, conocido también como el Titán de Bronce, José Martí expresó:
“Hay que poner asunto a lo que dice, porque Maceo tiene en la mente tanta fuerza como en el brazo. No hallaría el entusiasmo pueril asidero de su sagaz experiencia. Firme es su pensamiento y armonioso, como las líneas de su cráneo. Su palabra es sedosa, como la de la energía constante, y de una elegancia artística que le viene de su esmerado ajuste con la idea cauta y sobria.
No se vende por darte su palabra, que es notable de veras y rodea cuidadoso el asunto, mientras no esté en razón, o insinúa, como quien vuelve de largo viaje, todos los escollos o entradas de él.
No deja frase rota, ni usa voz impura, ni vacila cuando lo parece, sino que tantea su tema o su hombre. Ni hincha la palabra nunca, ni la deja de la rienda. Pero se pone un día el sol y amanece el otro, y el primer fulgor da por la ventana que mira al campo de Marte, sobre el guerrero que no durmió en toda la noche buscándole caminos a la Patria. Su columna será él, jamás puñal suyo. Con el pensamiento le servirá más aún que con el valor”.
Aprendió a leer y escribir con un maestro privado que pagaba su padre; autodidacta y un lector incansable. Según expone el historiador Raúl Aparicio en su libro “Hombradía de Antonio Maceo”, refiere que desde muy joven estuvo influido por Ascencio de Asencio, amigo de su padre quien lo iniciara en la Logia Masónica, en cuyos templos los libertadores cubanos conspiraban para organizar la guerra por la independencia. Fue en ella donde también el joven Maceo aprendió de liberalismo, que en la época tenía sentido revolucionario. Allí también habría entrado en contacto con las ideas revolucionarias de Europa, particularmente las de la Revolución Francesa y los movimientos de 1848.
Y para tener una mejor idea de la profundidad y alcance de sus ideas, no hay mejor forma que sea el propio General quien las exprese.
“(…) si he tomado parte tan activa en los asuntos políticos de Cuba, que (…) entiendo que no he hecho otra cosa que cumplir con el deber que tiene todo ciudadano de ofrendar su vida al holocausto de la Patria, o de luchar sin tregua para redimirla de perpetua servidumbre”.
“De España no espere nada; siempre nos ha despreciado y sería indigno que se pensase en otra cosa. La libertad se conquista con el filo del machete, no se pide; mendigar derechos es propio de cobardes incapaces de ejercitarlos.
Tampoco espero nada de los americanos; todos debemos fiarlo a nuestro esfuerzo: mejor es subir o caer sin su ayuda, que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso”.
Y para aquellos que alguna duda tengan, vale recordar
«En ninguna época de mi vida he servido bandería política de convenciones personales; sólo me ha guiado el amor puro y sincero que profesé, en todo tiempo, a la soberanía nacional de nuestro pueblo infeliz”.
Estoy y estaré con la revolución por principio, por deber.
“¿Para qué queremos la vida sin el honor de saber morir por la patria?”
“Amo a todas las cosas y a todos los hombres […] por eso tengo sobre el interés de raza, cualquiera que ella sea, el interés de la Humanidad, que es en resumen el bien que deseo para mi patria querida. La conformidad de “la obra” con “el pensamiento”: he ahí la base de mi conducta, la norma de mi pensamiento, el cumplimiento de mi deber”.
“Nuestro ejército no está compuesto de gentuza en que el hombre que más grita es el Jefe, sino que está organizado bajo el plan de una fuerza militar moderna, en que el orden y la disciplina se sostienen y los superiores son respetados”.
Otras frases de esta excelsa figura, cubana y latinoamericana, explican su actualidad y vigencia en la Cuba de hoy que se adentra como un torbellino en este siglo XXI enarbolando las banderas de independencia, soberanía, igualdad y justicia social que nos legaron hombres como Antonio Maceo y Grajales.
“Quien intente apropiarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha”.
“Cuba no debe ni puede esperar soluciones extrañas; su porvenir está en hacerse reina absoluta de sus destinos y recoger a sus hijos proscritos por la tiranía de su opresor”.
“Con la soberanía nacional obtendremos nuestros naturales derechos, la dignidad sosegada y la representación de pueblo libre e independiente”.
“Los imperios fundados por la tiranía y sostenidos por la fuerza y el terror, deben caer con el estrépito de los cataclismos geológicos”.
“Una República organizada bajo sólidas bases de moralidad y justicia es el único gobierno que, garantizando todos los derechos del ciudadano, es a la vez su mejor salvaguardia…Inquebrantable respeto a la Ley y decidida preferencia por la forma republicana, he ahí concretado mi pensamiento político”.
“Protestaré con todas mis fuerzas y rechazaré indignado todo acto ilegal que pudiere intentarse vulnerando los sagrados fueros y derechos del pueblo”.