FRASES Y ANECDOTAS
"El que corta el bacalao…"
La frase llega desde la esclavitud: el que corta el bacalao. Aún en Cuba, en ciertos sectores populares, el concepto de autoridad se relaciona con ella.
Durante la última década del siglo XVIII las fábricas de azúcar conocieron de una situación dantesca. Circunstancias adversas repercutieron en la economía de la Colonia y, por ende, en la vida del esclavo, que andaba hambriento y casi desnudo por las plantaciones. Muchos ingenios carecían de tasajo o de bacalao, renglones básicos en la alimentación de los negros, y les proporcionaban solo una comida al día. Las plantaciones que carecían de una gran cocina central para preparar la comida de la dotación acostumbraban a dar a sus esclavos, uno a uno, la ración correspondiente de uno de esos alimentos para que la guisaran ellos mismos.
El encargado de cortar la carne o el bacalao tenía en sus manos un poder excepcional en esos años de hambre, y de ahí la frase y el sentido de poder que adopta.
- "La culpa de todo la tiene el totí"…
La frase viene de la esclavitud y apenas oculta su tufo racista. La esgrime quien sabe a otro culpable de una falta y prefiere o le conviene exculparlo, y se dice también al sujeto que insiste en eludir su responsabilidad.
El totí es un ave muy común en Cuba, de color negro intenso con reflejos violados y pico curvo en su extremo. Anda en bandadas y come de semillas y gusanos que quedan al descubierto al roturarse la tierra. Aparte de limpiar de insectos al ganado, su plato preferido son los granos almacenados y sobre todo el azúcar, al punto de que en los ingenios se hacía habitual destinar a un negro viejo o sumamente joven para que espantara a los totíes de los almacenes.
Como aún así las existencias bajaban, los custodios culpaban del faltante a ese pájaro de la familia de los córvidos.
Tiene aire de Quijote. Sobre un magnífico caballo, que avanza a trote corto, entra triunfante en La Habana el Generalísimo Máximo Gómez. Lo preceden sus cornetas, ocho generales cabalgan a su lado y cierra la comitiva la escolta que ha acompañado al viejo caudillo durante los últimos años. Marcha la columna entre un mar de pueblo desbordante de calor humano, henchido de patriotismo y entusiasmo.
Cada vez que la columna hace un alto en su camino hacia la Quinta de los Molinos, la antigua casa de veraneo de los Capitanes Generales, que las autoridades pusieron a disposición del General en Jefe del Ejército Libertador, no son pocos los que logran romper el cerco que lo protege y lo saludan personalmente.
Un hombre joven, se le acerca. El guerrero lo mira con atención. Le clava sus ojos de águila. Está seguro de conocerlo, pero no puede precisar de dónde. Al fin recuerda al sujeto.
Le dice: —Usted desertó de nuestras filas y se presentó al enemigo.
El individuo, sorprendido por la memoria de su interlocutor, se turba, pero reacciona. —Sí, General, me presenté. Lo hice bajo otro nombre
La respuesta de Gómez viene rápida:
—Lo habrá hecho con otro nombre, pero usó la misma cara.
El italiano Orestes Ferrara y Marino fue, entre otras muchas cosas buenas y malas, un hombre ocurrente. Coronel de la Independencia, se desempeñó como abogado penalista hasta que se percató de lo poco gratificante de su esfuerzo: sus clientes, si no estaban presos, los estaban buscando. Se decidió entonces por el Derecho Económico, ejercicio promisorio en una República que se abría a la vida y en la que se hacía cada vez mayor la penetración del capital norteamericano. Tuvo la suerte de conocer en La Habana a los hermanos Behn —Sosthenes y Hernann Behn— creadores, a iniciativa de Ferrara, del monopolio telefónico de la ITT (ATT), por lo que Cuba fue en 1910 el primer país del mundo en disfrutar de esa maravilla que es el teléfono automático que posibilita la comunicación de persona a persona sin necesidad del intermedio de la operadora.
Fue Ferrara embajador de Cuba en Washington y secretario de Estado —ministro de Relaciones Exteriores— en el Gobierno dictatorial de Gerardo Machado. Figuró por el Partido Liberal entre los delegados a la Convención Constituyente de 1940. En enero de 1959 era todavía Embajador en la UNESCO y fue cesanteado por el Gobierno Revolucionario. Fue profesor de la Universidad de La Habana, puesto que ganó en sonadas oposiciones, y Representante a la Cámara, el cargo elegible más alto al que podía aspirar un extranjero con ciudadanía cubana. Presidiría ese cuerpo colegislador.
En la Escuela de Derecho se hizo famoso porque nunca suspendió a un alumno. «Ya lo suspenderá la vida», decía. En la Cámara, en una ocasión, hizo víctima de su lengua mordaz a otro curul y le restregó en la cara su ignorancia.
—No me trate así, Doctor Ferrara, yo también pasé por la Universidad.
Respondió el italiano:
—Los tranvías también pasan por la Universidad.