Como casi todos los que por uno u otro motivo hablan del Prólogo de Martí a ese libro de Rafael de Castro Palomino, se ve que tampoco Valdés Vivó ha leído los cuentos que lo forman. Sólo a la luz de ellos se comprende el alcance de los juicios de Martí en relación con los problemas sociales; afirma Valdés Vivó:
Consecuente a sus propósitos de luchador por la dignidad humana, Martí puso en la picota, sin negar la buena voluntad de sus candorosos promotores, el comunismo premarxista, utópico, ajeno y hostil a la ciencia, que distintos grupos de emigrantes ensayaron en territorio de Estados Unidos.
No es verdad. Lo que Martí “puso en la picota” no fue “el comunismo premarxista utópico, ajeno y hostil a la ciencia”. Lo que Martí “puso en la picota” fue al marxismo tal como entonces se conocía, no muy lejano a como se desarrolló después; dice en su Prologo a los Cuentos de hoy y mañana:
Con tacto desusado, y con sereno juicio, ni a los ricos adula el autor de este libro, ni a los pobres increpa: ni a aquéllos oculta la urgencia de acatar el derecho del hombre a una vida remunerada y noble, ni a éstos esconde cuánto tendría de adementada y sangrienta la tentativa de imponer a una masa rica y fuerte, soluciones confusas o antihumanas, con las que se encrespa a veces… cuanto de volador y soberano encierra el admirable espíritu del hombre.
Y ¿qué es eso “volador y soberano” que “encierra el admirable espíritu del hombre”? Es la libertad de pensar, de inquirir, de soñar. Martí vio como indigno el acatamiento de un sistema que propusiera tales límites, “soluciones confusas o antihumanas”, los llama, y agrega:
Antes serán los árboles dosel de la tierra, y el cielo pavimento de los hombres, que renunciará el espíritu humano a sus placeres de creación, abarcamiento de los espíritus ajenos, pesquisa de lo desconocido, y ejercicio permanente y altivo de sí propio. Si la tierra llegara a ser una comunidad inmensa, no habría árbol más cuajado de frutas, que de rebeldes gloriosos el patíbulo.
El primer cuento de Castro Palomino narra la velada de unos personajes simbólicos que exponen sus ideas en una cervecería de Nueva York: el capital, el proteccionismo, el imperialismo militarista, el trabajo, el anarquismo y el marxismo; consultan con quien representa la sabiduría, Mr. Wisdom, hasta que, al final, quedan con éste sólo el capital y el trabajo. Les explica la importancia que cada uno tiene en la sociedad, y propone “una distribución más justa y equitativa de la riqueza”, con la que se ha de lograr, dice, “por una evolución natural de la sociedad”, el momento en “que el capital y el trabajo, hoy antagonistas, se unan y auxilien mutuamente”.
El otro cuento, “Del caos no saldrá la luz”, trata de dos individuos que llegan a los Estados Unidos después de haber participado en la Comuna de París. Conviene recordar que más de la tercera parte de los miembros elegidos en 1871 para el gobierno de la Comuna pertenecían a la rama francesa de la Primera Internacional, fundada en Londres siete años antes, cuyos líderes fueron Marx y Engels, por lo que ambos tuvieron elogios para ella, como después el propio Lenin.
Uno de los personajes es un joven idealista francés, y el otro un “comunista radical” alemán. En una mina de carbón del Estado de Pennsylvania crearon una colonia comunista siguiendo las normas de la Comuna francesa, pero fracasaron. El cuento se centra en la reunión que tienen diez años después, ya “ricos y felices”, con un tal Mr. Truth, abogado de Boston que se interesa en saber por qué no había prosperado el experimento. Tanto el francés como el alemán vivían convencidos de aquello había sido una locura, y dicen:
Lo que sucedía era natural que sucediera: nuestro entusiasmo y el deber que nos habíamos impuesto, por poderosos que fueran, no bastaban a apagar por completo nuestros sentimientos naturales de hombres, y el interés empezó a manifestarse… También habíamos suprimido la libertad, puesto que obedecíamos a leyes inflexibles de uniformidad grosera… sufriendo constantemente una inquisición perpetua, insoportable.
Pero por suerte para los que estaban en aquel lugar, no había fronteras vigiladas y, como era natural, empezó el éxodo: “Las deserciones fueron en aumento”, dijo el francés, “y en poco tiempo quedó reducida la colonia a unos cuantos ilusos sin criterio alguno”. Y concluía:
La sociedad sólo puede regenerarse por la reorganización de sus partes, y no es posible obtener mejora alguna por sistemas que sustituyan la acción individual por la dirección de un centro, cualquiera que éste sea. En vano se empleará la restricción para realizar lo que sólo puede hacerse por la libertad.
Y el otro comensal, Mr. Truth, con palabras de profunda sabiduría y visión del futuro, resume así el resultado de aquella experiencia:
La organización social no podrá soportar cambio alguno que trastorne las leyes naturales de la humanidad: cuando éstas se desprecian, la reacción es inevitable, y si esos cambios se imponen se necesitaría una fuerza coactiva para mantener el orden, porque los hombres no son ángeles… [y] esta fuerza formaría al fin un gobierno mucho más fuerte, mucho más tiránico que el que se destruyera… Los más fuertes se constituirían, por su valor u otras causas, en jefes absolutos, y sólo imperaría la ley de la fuerza… el principio de la tiranía. Ciegos e infructuosos serán todos los esfuerzos: la libertad económica sólo podrá adquirirse por la libertad política.
Bien le puso el título Castro Palomino a sus Cuentos, porque lo que imaginó en sus días, se hizo realidad en los nuestros: verdades “de hoy y mañana”. “Libro sano, libro generoso, libro útil”, lo llamó Martí en su Prólogo, y añadía: “La victoria no está sólo en la justicia, sino en el momento y modo de pedirla; no en la suma de armas en la mano, sino en el número de estrellas en la frente. Y este libro que enseña todo esto, es más que un buen libro, es una buena acción”.