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La Falsification De Martí en Cuba

Introducción  

Honrar en el nombre lo que en la esencia se abomina y combate, es como apretar en amistad un hombre al pecho y clavarle un puñal en el costado.

José Martí

Hablamos en la conferencia anterior de cómo se falsifica la historia en Cuba, de cómo se presentan los hechos y las figuras del pasado de manera que parecen dar razón al gobierno y a sus abusos del poder. Lo que niega esa continuidad, por supuesto, no se dice, y da la impresión que durante más de un siglo la historia de nuestro país ha estado de alguna manera gestando el marxismo-leninismo. Una parte del pueblo cree esas mentiras, y otra se confunde o desarrolla ante ellas la mayor indiferencia; pero con esos crédulos y esos confusos o indiferentes, siempre con el auxilio de la coacción, del terror y de la propaganda, es más fácil disimular el fracaso y el egoísmo de los gobernantes.(1) Y hablamos también aquí de la necesidad de rescatar la historia no sólo por prurito de patria, y para que nos sirva de guía en la búsqueda del destino nacional, sino porque, como se ha demostrado en los antiguos países socialistas, hay una misteriosa relación entre la verdad histórica y el progreso de la sociedad, y citamos el caso de la Unión Soviética, cuyo primer paso, con la esperanza de salir del caos económico y político en que se encuentra, no fue otro que el de desmentir los infundios que se le habían hecho creer al pueblo: reivindicar la memoria de los mártires que la mentira presentó como traidores, bajar de su pedestal a los verdaderos culpables y acusar a los encargados de la leyenda. Ha sido un proceso doloroso para el país, una vergüenza: tener que decirle a la población que el sacrificio había sido inútil, que el sistema no funciona, que era un castillo de arena cuanto se había fabricado a precio de tantas privaciones y de tanta sangre, que sin el menor esfuerzo el enemigo los había derrotado, y que había que acudir a él con la cabeza baja y la mano extendida por el fracaso y la amenaza del hambre a pedirle limosna.

Ha sido un proceso doloroso: en un documental de televisión, cuando las primeras revelaciones que hizo Gorbachev, se vio a un grupo de moscovitas bebiéndose en la calle las noticias de los periódicos: el reportero y su traductor se acercaron a un grupo, y le preguntaron a una mujer fornida con el pañuelo apretado entre la frente y la barbilla: «¿Qué piensa? ¿Qué piensa usted de todo esto?» La mujer guardó silencio unos segundos, levantó con lentitud la cabeza, y, sin mirar a quienes le preguntaban, como hablando consigo misma y mientras movía su índice rollizo frente a ella, respondió: «Yo los pondría a todos, a todos, ahí, de rodillas, a que me pidieran perdón..». Y un viejo alto, a su lado, de bigote profuso y nariz de águila, metido en las palabras de la mujer, repitió casi con un grito la frase de la otra: «Da, da«, exclamó, «Sí, sí, a todos, a todos ahí, de rodillas, para que nos pidan perdón..»., y enseguida añadió apuntando con una ametralladora imaginaria al grupo de hinojos: «…a que nos pidan perdón, sí, pero sólo un minuto antes de fusilarlos…», y le temblaban las manos y el bigote por la ira y los tiros del arma. (Cuánto debe haber sufrido un pueblo para generar deseos de tanta venganza! (Cuántas penas debieron sufrir por la mentira aquellos infelices: las aventuras militares, las privaciones, los esfuerzos baldíos, las falsas promesas, la juventud perdida!

En Cuba se ha mentido mucho. La historia fue la primera víctima, pero también será el último juez. No es de extrañar que los mayores esfuerzos por sumarse el pasado los dediquen allá a Martí, sin duda la personalidad más peligrosa para ellos, no sólo porque sus palabras y su vida niegan las ideas y las prácticas del marxismo-leninismo, sino por lo dentro que está en la conciencia cubana. Al tiempo que es una suerte el que tengamos en la misma persona el patriota más alto, la inteligencia mayor y la pluma de más brillo, esa coincidencia de méritos singulares en un solo hombre, tiene también sus visos de infortunio. Otros países han recibido el regalo del valor, de la virtud y del talento en varias figuras que fueron una vez, y hasta varias veces, grandes, pero Martí lo fue muchas, y en tierra donde nunca escaseó el arrojo, la honradez y la poesía. Es una desgracia porque, de esa manera, el país ha sido más vulnerable a la ambición de quienes han logrado controlar a Martí. Todo lo noble anterior a él, por uno u otro camino, en él se resume, y lo poco bueno que le sucedió, en no escasa medida, a él se lo debemos; así llegó a ser la aspiración de todo pícaro el apoyo de Martí, el presentarlo como ejemplo y guía de conducta. No fue extraño tampoco el manejo de Martí en tiempos de la república: parodiando a la joven patriota de Francia, como ella de la libertad, también podemos decir de Martí; «(Cuántos crímenes se cometen en tu nombre!» Pero al igual que sucedió con otros males que teníamos a escala menor, el actual gobierno de Cuba le ha dado ahora proporciones gigantes a la falsificación de Martí.

«Martí y Lenin»

Para estudiar el proceso, que es lo que va a ocuparnos esta noche, parece conveniente empezar recordando la manera en que los comunistas criollos trataron a Martí antes e inmediatamente después de 1959. La figura más notable del marxismo cubano era Juan Marinello, y el más capacitado para hablar de Martí. En 1935, siendo profesor titular de literatura en la Escuela Normal para Maestros, en La Habana, escribió en el Repertorio Americano, que se publicaba en Costa Rica, un artículo titulado «Martí y Lenin», en el que dijo, y éstas son sus palabras, que Martí había sido «un gran fracasado», y un «abogado de los poderosos», por lo que era conveniente «dar la espalda de una vez a sus doctrinas»; pero concluía su escrito, sin embargo, con una gran verdad, y es que las ideas de Martí, ante el marxismo-leninismo, y vuelvo a sus palabras, no podían «servir más que como trampolín de oportunistas…» (2) El tiempo probó que los «oportunistas» iban a ser ellos mismos, veinticinco años después, los marxistas criollos, usarían a Martí como «trampolín» para subir en la escala del poder junto a Fidel Castro. Poco después de ese trabajo, y también con el propósito de desacreditar el pensamiento martiano, como miembro de la Asamblea Constituyente de 1940, dijo Marinello en una carta que publicó Antonio Martínez Bello, quien trataba por su parte de acercar a Martí al marxismo: «…Estamos frente a un poeta que da [rienda] suelta a su elán por el camino político, no frente a un investigador exigente de los que hacen diario ejercicio de la razón. En verdad que sólo en nuestro tiempo, con Lenin, nace el guiador político injertado en el hombre científico…»(3)

Pero, por supuesto, esas opiniones de Marinello hoy las ocultan en Cuba, y no están siempre en la relación de sus obras, ni en las recopilaciones de sus trabajos sobre Martí. Ninguno de los escritos aquí citados se recogieron en sus Obras martianas, donde hubieran podido incluirse en la sección dedicada a «El pensamiento de Martí y nuestra revolución socialista»; en el prólogo detallado que preparó para esta edición Ramón Losada Aldana, se pasa como por sobre ascuas al mencionar esos trabajos de Marinello, y se echa mano a las disculpas de Salvador Morales en su libro Ideología y luchas revolucionarias de José Martí, donde afirma que se debieron esas omisiones a «los vaivenes pequeños burgueses y la inmadurez de las filas marxistas… Sus criterios procedían», sigue diciendo, «de un análisis aún poco concreto y esencial a causa de las deficiencias de la historiografía cubana»; y concluye con estas palabras: «Es significativo que cuando Marinello recogió en un volumen sus Ensayos Martianos partió de lo hecho de 1941 en adelante. Hombre de meditación, seleccionó lo que creyó más vigoroso, en todos los aspectos que puede considerar un marxista, de sentido martiano…»(4) Y es natural que oculten aquellas opiniones de Marinello, pues, ¿cómo se podría explicar el tránsito de ese Martí antileninista, como en verdad fue, a un Martí preleninista, como jamás hubiera podido ser y ahora lo presentan? Nunca Marinello, ni su partido, se retractaron de haber opinado así, pero, cuando ya formaban parte del gobierno de Castro se dispusieron a adaptarlo para que fuera heraldo del marxismo: entonces escribió Marinello en la presentación de las Obras Completas de Martí, publicadas entre 1963 y 1973 por la Editorial Nacional de Cuba: «La postura martiana… es un antecedente poderoso y legítimo de nuestra etapa socialista… la patria martiana construida por la revolución encabezada por Fidel Castro es la que lleva a todos los cubanos la obra del libertador del 95…»(5) Y nadie, por supuesto, le pudo recordar a Marinello lo que había dicho antes, que Martí era «un gran fracasado», un «abogado de los poderosos», y que lo correcto era «dar la espalda de una vez a sus doctrinas». Y ese Martí apócrifo, precursor de Castro, es el que se ha impuesto en la mente de gran parte del pueblo cubano, porque, protegida por el silencio a que obliga la censura, ha prosperado la mentira.

El mito de Carlos Baliño

Uno de los recursos más usados, de las mentiras más escandalosas para hacer a Martí cómplice del marxismo-leninismo es afirmar que el líder estudiantil Julio Antonio Mella decía que Carlos Baliño, de la emigración de Cayo Hueso y más tarde fundador del partido comunista en Cuba, le había dicho, que Martí, a su vez, le había asegurado que la revolución que estaba haciendo para lograr la independencia no era, en verdad, su revolución, que su revolución era la que iba a hacer después en la República.

Tantas veces se ha repetido ese chisme, pues no se trata de otra cosa que de un chisme, que casi todos allá lo creen, y nadie se ha puesto a indagar si es verdad que Martí dijo eso, o lo que hay de mentira en las palabras de Baliño y Mella; lo cierto es que no existe la menor prueba de que Martí dijera tal cosa, sino todo lo contrario, hay pruebas abundantes de que Martí jamás pensó, ni quiso para Cuba, una revolución social, y es de todo punto imposible que dijera lo que negaba su prédica en favor del establecimiento en el país de un gobierno democrático, justo, republicano y libre. Y también es más que improbable que, para una confesión de esa naturaleza, hubiera escogido a Carlos Baliño, uno de los tantos emigrados que apoyaban a Martí, y no a otros más allegados a él y con un historial de revolucionario mucho más rico que el de Baliño. O mintió si hubiera sido eso lo que dijo, o mintió Mella por haber inventado la patraña, y así mintieron quienes dicen que se lo oyeron a Mella. Pero esa mentira ha hecho su efecto, porque se le hace razonar al pueblo de la siguiente manera: si Martí iba a hacer una revolución social en Cuba, y su muerte se lo impidió, y en 1959 se hizo una revolución que tuvo a Martí de «autor intelectual», la revolución de Castro es la revolución de Martí y, por lo tanto, hay que someterse a ella y no cuestionar la capacidad del líder ni sus órdenes: Martí habla por la boca de Fidel Castro, y el que niega a Castro, niega a Martí, y eso sí que no puede hacerse en Cuba: se puede negar a Martí con actos, con la más reprobable conducta, pero con palabras, no, y ésa fue la primera lección que les dio Castro a los comunistas criollos: con todo su saber mentir cuando era conveniente, puesto que «el fin justifica los medios», tuvo que venir Fidel Castro para mostrarles que, desde el poder, y con el control totalitario, Cristo y Judas caben en la misma silla: José Martí y Carlos Marx.

La trayectoria sobre las supuestas palabras que le dijo Martí a Baliño es la siguiente: en un artículo de éste, publicado en La Voz Obrera, órgano del Partido Obrero Socialista, en agosto de 1906, en La Habana, afirmó: «…Aquel paladín [Martí] que a algunos no gustaba porque tenía ideas «socialistas», solía decirnos a los obreros, sus amigos de siempre: «Todo hay que hacerlo después de la independencia. Pero a mí no me dejarán vivir. A vosotros os [sic] tocará, como clase popular, como clase trabajadora, defender tenazmente las conquistas de la revolución»»(6).

Esta supuesta recomendación de Martí, como se ve, nada dice de hacer una revolución en la República. Por su parte, las Glosas de Mella, publicadas originalmente en América Libre, en abril de 1927, no son más que un trabajo breve y ligero, como lo prueban sus numerosas inexactitudes cuando cita a Martí, y al recoger el recuerdo de Baliño lo altera al decir: «…Martí comprendió cuando dijo a uno de sus camaradas de lucha Baliño que era entonces socialista [?] y que murió militando magníficamente en el Partido Comunista: «¿La revolución? La revolución no es la que vamos a iniciar en las maniguas sino la que vamos a desarrollar en la República»»(7). Pero ni aun con este cambio de las palabras de Baliño hay motivo para afirmar que la «revolución» que hubiera querido Martí era una revolución social, y una prueba concluyente es que el propio Marinello, en el «Prólogo» de ese mismo escrito afirma de manera categórica: «Sostener hoy que José Martí dejó trazadas las líneas de la acción revolucionaria en Cuba es obra de la ignorancia o de la mala fe…»(8). Y, ciertamente, han sido «la ignorancia» y «la mala fe» las que dieron origen y mueven el chisme, por la falsedad de la conclusión y de la premisa mayor en este torpe silogismo: Baliño, comunista; Martí, amigo de Baliño; por lo tanto, Martí comunista.

Es ya tiempo también de descubrir el falso razonamiento por el que se pretende acercar a Martí al marxismo tomando como base sus relaciones con Carlos Baliño. Sí, éste fundó el Partido Comunista de Cuba en 1925, pero, cuando con tantos otros emigrados estuvo junto a Martí, si era algo concreto, era anarquista. Como tal, y no como marxista, lo conoció y estimó Martí, quien con gran habilidad supo aprovechar su apoyo toda vez que el anarquismo cubano le negaba ayuda a la lucha por la independencia. Para entender esas relaciones basta recordar el único discurso de Baliño que le publicó Martí en Patria, el del 10 de Octubre de 1892, en el que para lograr el apoyo del anarquismo cubano citaba a Dyer Lum, el anarquista amigo y confidente de Robert Parson, ajusticiado en Chicago; al anarquista español Pedro Estévez y al alemán Justus H. Schwab, quien había fundado en Nueva York un Club Revolucionario semejante al de August Spies en Chicago; a Fanelli, el anarquista italiano que había fundado en España la Alianza Internacional de Trabajadores; a Mijail Bakunin, el ruso fundador del anarquismo como movimiento revolucionario internacional, enemigo de Marx, y el primero que predijo que la dictadura del proletariado terminaría como dictadura sobre el proletariado. Y Martí, en Patria, subraya estas palabras en el discurso de Baliño: «. ..los anarquistas como tales deben ver en toda rebelión contra el tirano un acto de protesta que les toca alentar…» Y los clubs que funda o preside Baliño en apoyo del Partido Revolucionario Cubano llevan los nombres de notables anarquistas: «Fermín Salvoechea», el activo revolucionario de Cádiz que en los días en que se fundaba en Cayo Hueso el partido de Martí tomaba la ciudad de Jerez con los grupos de campesinos anarquistas de Andalucía; y «Enrique Roig», el propietario del periódico El Productor, el más prestigioso anarquista de Cuba.

Una revisión breve de las actividades de Baliño desde 1882, cuando estaba en Cayo Hueso, hasta el inicio de la guerra del 95, demuestra que él era una persona sin ideas claras, con cierta inclinación al anarquismo, jamás marxista.(9) En 1886 Baliño pertenecía a la logia masónica Los Caballeros de la Luz, y se le encomendó para que organizara dos otras logias en Tampa: Porvenir número 7 y Unión y Fraternidad. En ese mismo año se inscribió en los Caballeros del Trabajo, el movimiento reformista que pretendía poner de acuerdo a los obreros con los capitalistas. En 1889 fundó en Cayo Hueso el periódico La Tribuna del Trabajo, que mereció la aprobación entusiasta de Enrique Roig, quien lo calificó en su periódico de «querido camarada», y proclamaba: «Los trabajadores no deben ocuparse de otra cosa que de sí propios, sin preocuparles poco ni mucho la república o la monarquía, la democracia o el absolutismo».(10) En 1890 Baliño ayudó a fundar en Tampa la Liga Patriótica, sociedad burguesa dedicada a promover los ideales democráticos de la Guerra de los Diez Años y de la Guerra Chiquita. También en 1890 fue director del club Francisco Vicente Aguilera, con el nombre del rico terrateniente de Bayamo, quien había sido vicepresidente de la República en Armas y murió en el exilio, en Nueva York, en 1877. En 1893 el club Enrique Roig, por el anarquista cubano, y fue también vicepresidente del club Diez de Abril, nombrado en recuerdo de la Constitución republicana y parlamentaria de Guáimaro. Al año siguiente perteneció a la directiva del club Ramón Pintó, por el rico catalán separatista que había sido ejecutado en La Habana al conspirar contra España, y también fundó el club Fermín Salvoechea, en memoria del atrevido anarquista de Cádiz, y el club Leopoldo Turla que honraba al poeta anexionista, que tanto alabó a Narciso López, y que murió en Nueva Orleans en 1877.

Martí tuvo noticias de Baliño por vez primera cuando Flor Crombet le escribió para presentárselo. La carta completa la imagen del inquieto y voluble revolucionario que jamás fue a la guerra; dice así:

«Key West, 27 de abril de 1888. Sr. José Martí. Mi querido amigo: Tengo el placer de presentar a Ud. mi buen amigo Carlos Baliño, caballero distinguido que hace mucho tiempo viene siendo su admirador. Le incluyo una tarjeta de él, única marca de cariño que hoy puede dar a Ud. Mi presentado comenzará a publicar un periódico de señoras el mes entrante con el nombre de «El Hogar» y desea ardientemente que Ud. le honre con su colaboración. El primer número saldrá el doce de mayo y suplica a Ud lo favorezca con un trabajito; yo a mi vez también lo deseo, pues sé con cuánto placer leemos todos sus escritos. No diga abusa de su bondad su siempre afmo. amigo. F. Crombet».(11)

Sin duda Baliño intentaba imitar una revista con el mismo título que publicaba en La Habana el poeta José E. Triay, en el que aparecían trabajos de escritores cubanos conocidos, y que se publicaba desde enero de 1888.

A pesar de tanta evidencia contraria, en Cuba siguen presentando a Baliño como marxista cuando estuvo cerca de Martí. En la más completa biografía publicada hasta la fecha, hay un capítulo sobre su «adhesión al marxismo» que lo hacen extender desde su llegada a los Estados Unidos como exiliado político, en 1869, hasta su regreso a Cuba en 1902. La autora del libro afirma que durante ese tiempo Baliño asumió «posiciones marxistas», aunque nada se sabe de cuándo tuvo conocimiento del marxismo, si lo tuvo en aquella época, y afirma que cuando entró en contacto con Martí en Tampa y Cayo Hueso, Baliño se consideraba un marxista y que, armado de esa ideología, hacía propaganda de sus ideas en la prensa obrera.(12) Y Fidel Castro, en el colmo de la falsificación llegó a afirmar que Baliño «simboliza la conexión directa entre el Partido Revolucionario Cubano, de Martí, y el primer Partido Comunista de Cuba».(13)

El Centro de Estudios Martianos

Con esos antecedentes de la transformación de Martí por la magia marxista, veamos ahora el organismo que allá fomenta y coordina su falsificación. Es una dependencia del Ministerio de Cultura: el Centro de Estudios Martianos, especie de tribunal del Santo Oficio, inquisidor de herejías, gendarme del dogma oficial. El Centro de Estudios Martianos se creó con el fin de manipular a Martí para servir al gobierno y, con la ayuda de otras agencias, lo tienen como en un nuevo presidio. No lo dejan hablar con toda su voz de la libertad, de la democracia, de los abusos del poder, de los derechos individuales, de la soberanía, de la justicia, de la espiritualidad, sino que allí, con marcada preferencia, le escogen algunas ideas o palabras, las ponen fuera de contexto, y así hacen ver que Martí tenía unas intenciones y unos proyectos para Cuba que justifican todo lo que se ha hecho. Y, para esconder la trampa, se quejan porque, antes de 1959, se les disimulaba a Martí, o no se le daba la merecida importancia, a su prédica antiimperialista, anticapitalista, anticlerical y antirracista, y ahora le inventan unas intenciones, una postura y unos caminos que jamás tuvo, y la complicidad con un sistema al que en toda circunstancia hubiera rechazado. Con la mayor insistencia aparecen los trabajos sobre Martí amparados en una serie de lugares comunes. Martí ya no es en Cuba el «Apóstol», el «Místico del deber», el «Santo de América» y otros atributos Col que en algunos casos no está mal del todo; el epíteto obligado allí es «el autor intelectual del Moncada». Por otra parte repiten que la consagración de Martí como revolucionario se produjo con esas «glosas» que publicó en 1927 Julio Antonio Mella, y con La historia me absolverá, de Fidel Castro; y que los parámetros para su estudio se encuentran en la «Plataforma Programática» del Partido Comunista de Cuba y en los discursos del «Comandante en Jefe» y de algunos de sus cortesanos.

Entre los trabajos inocuos de varios literatos y críticos que se prestan a cubrirle la farsa a las autoridades, se prefiere en Cuba cuanto resalta el antiimperialismo de Martí, como si por haber luchado contra el imperialismo yanqui hubiera tolerado la entrega de su patria a otro imperio que se la usó mientras quiso, y que ahora la arroja exprimida y en ruinas porque ya no la necesita, o no le interesa. Y van por el mundo los rusos nuevos burlándose de la tierra de Martí con un desdén que supera al de los «ultraguilistas» de su tiempo, con una arrogancia que les envidiarían James G. Blaine y A. K. Cutting. Ahora mejor que nunca se comprueba la condición de colonia de la Unión Soviética que ha tenido Cuba: como antes la economía estaba a merced de los caprichos y las crisis de Wall Street, hoy Cuba padece por el descalabro del mundo socialista, que ha hecho que se quebrara «la amistad fraternal, la ayuda y la cooperación de la Unión Soviética», como reza servil la Constitución cubana de 1976; y es ahora que el domador, por no darle más comida, suelta su bestia de circo, gastada e inútil, cuando le nace a la bestia del circo una soberbia que hasta ayer no tenía o le domaban, y dice que no baila más al son de la pandereta porque es libre… Es que no se le hizo caso a la advertencia de Martí, de que «cambiar de dueño no es ser libre».(14)

Pero sigamos con el Centro de Estudios Martianos. El decreto que le dio vida, en 1977, decía: «Por cuanto, José Martí, autor intelectual del ataque al Cuartel Moncada, fue inspirador y guía de nuestro pueblo en su lucha por la definitiva liberación nacional… la tarea de esclarecer los vínculos profundos entre el ideario martiano y la revolución contemporánea lo han venido realizando muchos estudiosos del pensamiento martiano y del pensamiento marxista-leninista… El Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros [decreta] crear un Centro de Estudios Martianos adscrito al Ministerio de Cultura [el cual tendrá a su cargo] auspiciar el estudio de la vida, la obra y el pensamiento de José Martí, desde el punto de vista de los principios del materialismo dialéctico e histórico…»(15) Y el día que se inauguró ese Centro dijo en un discurso el Ministro de Educación: «…Orientado por el materialismo histórico, e inspirado en la enseñanza de Fidel en el Moncada, el Centro de Estudios Martianos debe cumplir el compromiso de estudiar las relaciones entre el pensamiento de José Martí y las tareas de la revolución socialista. Grande y valioso aporte hará el Centro de Estudios Martianos si con el pensamiento de José Martí y con el instrumento científico del materialismo histórico logra exponer, con información y datos concretos, los lazos que unen el movimiento democrático revolucionario del Maestro con el ideario socialista de Marx, Engels y Lenin. Bastaría con este empeño para justificar la existencia de la institución..»(16) Es decir, que ese Centro rector de los estudios sobre Martí no se creó para buscar la verdad, para exponer lo que cada investigador o estudioso encontrara en la figura, que es la única noble misión del intelectual, sino para «esclarecer los vínculos profundos», dicen, «entre el ideario martiano» y el marxismo-leninismo, para estudiar «las relaciones entre el pensamiento de José Martí y las tareas de la revolución socialista», para «exponer… los lazos que unen» a Martí «con el ideario» de Marx, Engels y Lenin… Y obsérvese que se da por sentado que la relación existe, y que de ahí hay que partir, y siempre el estudio «orientado por el materialismo histórico, e inspirado en la enseñanza de Fidel…»

«El autor intelectual del Moncada»

Otro ejemplo nos puede servir para ilustrar cómo se fuerza en la mente del pueblo la identificación de Martí y Fidel Castro. Me voy a referir a una de las publicaciones de ese Centro de Estudios Martianos: es una colección de textos en los que Castro por algún motivo menciona a Martí: el libro lleva el título ¿y cuál otro podría llevar? de El autor intelectual. Se publicó en 1983 y, como en Cuba la práctica estalinista que impone el gobierno alienta hasta el ridículo el culto de la personalidad, es oportuno leer algunos pasajes del prólogo que escribió, en representación del Centro, Luis Toledo, quien luego fue director de la institución; verán cuánto los adjetivos y los adverbios, la adulación y el servilismo, recuerdan aquellas crónicas sociales que en el pasado de Cuba usaban algunos periodistas cursis para ganarse el favor de los encumbrados y de los políticos me perdonarán la cita algo extensa, pero en un texto semejante es difícil detenerse dice así:

«La radicalidad inagotable que definió al Héroe de Dos Ríos, así como el consiguiente legado cuya prolongación nos permitiría alcanzar martianamente, lo que la Segunda Declaración de La Habana replanteó para toda nuestra América como «única, verdadera e irrenunciable independencia», se abrazan en sustancial fusión histórica, donde una interpretación acertada y creadora ha dado entre sus imperecederos resultados las páginas que siguen. Ellas son el fruto del más eficaz modo de análisis científico: aquél donde la sabiduría y la devoción devienen unidad indivisible. El hecho contribuye a dar carácter incompleto al libro: la presencia de Martí alcanza en el autor jerarquía tal que el examen explícito, la valoración tácita, la glosa y la mención constituyen expresiones de un aprendizaje que fluye en el pensamiento y en la sangre, y difícilmente podría fragmentarse o escogerse con rigurosa precisión textual… La investigación profunda y extensa reclamada por el tema permitirá en su momento esclarecer ese itinerario, el cual hace pensar en orígenes que se remontan a tempranas vivencias… La luminosa prolongación de Martí en el pensamiento y los actos de Fidel Castro, alcanza en la transformación socialista protagonizada por nuestro pueblo con la invulnerable orientación del materialismo dialéctico e histórico, su más adecuado monumento, y de ello dan constancia las páginas de José Martí, autor intelectual…»(17)

Hasta ahí la sin par introducción del nunca bien ponderado libro: una serie de textos en los que aparecen menciones de Martí las más de las veces accidentales e intrascendentes.

En el local del Centro de Estudios Martianos, en un acto al que asistieron dirigentes del Partido y del gobierno, al presentar el libro, habló Roberto Fernández Retamar, quien entonces era director de la institución; dijo que en sus días universitarios Castro leía a Martí, y éstas son sus palabras, de «manera ávida y torrencial», a tal extremo, afirmó, que podía pensarse en el Apocalipsis, el cual recomienda «comerse el libro», y así Fidel, y repito sus palabras, «estaba haciendo a Martí carne de su carne y sangre de su sangre»; y por aquella extraña comunión, aseguró, el Partido Comunista de Cuba «había heredado» al Partido Revolucionario Cubano. Y después de afirmar que Fidel Castro era «el discípulo señero, el descendiente orgánico por excelencia de Martí», Fernández Retamar contó la siguiente anécdota: «El poeta ucraniano Dimitri Pavlichco, traductor y gran amador del magno cubano, nos deslumbró en una ocasión cuando dando rienda suelta a su fantasía de poeta nos decía que al leer Ismaelillo, le parecía ver sentado en el hombro de Martí, como un hijo pequeño suele estarlo en el padre, a Fidel…»(18) claro, recordaba aquel verso del poemario que, recordando al hijo, empieza diciendo: «Ved: sentado lo llevo/ sobre mi hombro»(19)C (Imagínense ustedes la mole de Fidel Castro sobre el frágil hombro de Martí! Aunque, pensándolo bien, quizás el traductor al ruso, poeta, vate, adivino, quiso decir con esa imagen surrealista lo que, en su deslumbre, no advirtió Fernández Retamar: siguiendo sus alusiones religiosas, quizás la visión del ucraniano representa que, como Cristo con el madero, Martí allá tiene que cargar a Fidel Castro en el hombro como una pesada cruz…

En Cuba la bibliografía sobre Martí ha aumentado de manera considerable, y hay una actividad martiana sorprendente: hay cátedras José Martí, grupos juveniles de estudios, encuentros, concursos y premios, y en 1981 las Fuerzas Armadas crearon las salas «Lenin-Martí», por ese orden, para la instrucción militar y dar conferencias al pueblo, y hay, además, numerosos investigadores: orientados por el interés oficial, muchos de éstos se dedican a urgar con mayor o menor cinismo, de acuerdo con su capacidad y su falta de honradez intelectual, en la obra de Martí, y uno encuentra en la estructura del Partido Revolucionario Cubano el anuncio del «centralismo democrático» del Partido Comunista; otro, entre los amigos y colaboradores de Martí, una voluntad de clase; otro, en la revisión que hacía de la historia, un acercamiento a la ciencia marxista; otro, en su crítica de los monopolios, el anuncio del socialismo científico; otro, en sus denuncias del imperialismo yanqui, anticipaciones de la teoría leninista sobre «la fase superior del capitalismo» y el acercamiento a la revolución proletaria; otro, en su preocupación americanista, el germen del internacionalismo; y otro, en fin, en una sola palabra de Martí niño, una absurda teoría del odio, (en Martí que quería desarrollar en los pueblos una «campaña de ternura»! Y para completar la nómina de sacrilegios han creado una «Orden José Martí» que en su mayoría, ha sido concedida a notables estalinistas: (La «Orden José Martí»! De Cuba, a Fabio Grobart, el enviado de Stalin para organizar el comunismo criollo; a Nicolás Guillén, el de la poesía a «Stalin, capitán»; y a Blas Roca, el más fiel estalinista de este continente. Y entre otros campeones del totalitarismo, al déspota de Corea del Norte, Kim Il Sung; a Mikoyan, Gromiko y Tijinov, de la Unión Soviética; a Pham Van Dom y Le Duan, de Vietnam; a Ali Nasser Mohamed, de Yemen del norte; a Willi Stoph, de Alemania del Este; y a Mengistu Halle Moriam, de Etiopía…

Los partidos marxistas

Debido a su actualidad, quiero referirme en particular a otro caso de falsificación de Martí. Está relacionado con su idea del partido político. El propósito de este manejo es justificar la existencia de un solo partido, y darle una razón cubana al unipartidismo que defienden Castro y los suyos, a su monopolio del poder. El asunto se viene manejando desde antes de proclamar la Constitución de 1976: es bien sabido que en esa Constitución, en su artículo 5, se define al Partido Comunista como «la vanguardia de la clase trabajadora», y como la más alta y única dirigencia de la sociedad y del Estado. Aprovechando su discurso en el centenario de la muerte de Ignacio Agramonte, una ocasión bien cubana, dijo Fidel Castro: «…Martí hizo un partido, no dos partidos, ni tres partidos, ni diez partidos; en lo cual podemos ver el precedente más hermoso y más legítimo del glorioso partido que hoy dirige nuestra revolución: el Partido Comunista de Cuba…»(20) Esa arbitraria y ridícula comparación entre los dos partidos se ha usado, hasta la saciedad, por los voceros del régimen, pero aquí sólo vamos a recordar tres oportunidades en las que Castro insistió en el asunto: una fue en su discurso a fines de 1987, durante la Conferencia de la Asociación de Juristas Americanos, que se celebró en La Habana; allí dijo: «…No hay que tenerle temor al partido, porque el fundador de nuestra nacionalidad, que fue José Martí, lo primero que hizo fue organizar un partido está en la tradición de Cuba el Partido Revolucionario Cubano; no organizó ni 15 ni 25 partidos, organizó uno. Antes que Lenin, Martí desarrolló el concepto de un partido para dirigir la revolución…»(21) En abril de este año [1991], en el 30 aniversario de Bahía de Cochinos, asediado por amigos y enemigos que le piden el multipartidismo y una apertura como la de la Unión Soviética, dijo: «Nadie se haga ilusiones de que el socialismo cubano hará concesiones, porque tendremos un partido, (un único partido, como el que se corresponde con la etapa larga revolucionaria! (Un único partido, como el que fundó José Martí para llevar adelante la guerra de independencia!»(22) Y en iguales términos lo oímos, hace sólo unos días, desde Santiago de Cuba, en el discurso de clausura del Cuarto Congreso, justificar la exclusión de otros partidos en Cuba porque Martí sólo fundó uno; dijo: «…pero tenemos un partido, un solo partido, como tuvo Martí, un partido, un solo partido para hacer la revolución..»(23)

También ahí se echa mano a las trampas para justificar con algo de nuestra tradición lo que es ajeno a ella. Con ese fin, todo el aparato de la cultura oficial se lanza a buscar las coincidencias entre Martí y el marxismo, y, cuando no las encuentran, a disculpar, con mayor o menor hipocresía, a Martí, por carecer del enfoque clasista y de la voluntad de crear la dictadura del proletariado, que son la base y el propósito del partido en el marxismo-leninismo. Es tan débil, y falso, y tan disparatado el argumento del unipartidismo totalitario de Cuba como reflejo de la concepción martiana del partido político, que no valdría la pena detenerse en él si no fuera porque, de tanto repetirlo, y sin poder allí nadie salir a denunciar la mentira, para muchos, como es natural que suceda, el argumento parece válido.

Veamos primero qué idea del partido ha tenido siempre el marxismo. Ya desde 1848, en el Manifiesto Comunista, Marx y Engels plantearon la necesidad de crear un movimiento independiente, de la mayoría proletaria, para defender los intereses de esa misma mayoría, es decir, un partido exclusivamente obrero e independiente de los demás partidos.(24) Más tarde, 20 años antes de la creación por Martí de su Partido Revolucionario Cubano, en una «Resolución» adoptada en la Haya, en el Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores, concretaron: «Contra el poder colectivo de la clase propietaria no puede la clase trabajadora actuar como clase sin antes constituirse en un partido político distinto de, y opuesto a, los viejos partidos de las clases propietarias». Antes de la Comuna de París, el 13 de febrero de 1871, Engels le escribió una carta al Concilio Federal Español, de la Internacional, en la que decía: «En todas partes la experiencia ha demostrado que la manera mejor de librar a los obreros del dominio de las viejos partidos es la creación de un partido proletario en cada país, con una política propia, una política bien diferente de la de los otros partidos».(25) En Lenin la idea del partido alcanza su más estrecha concepción. En ¿Qué Hacer? (1902) planteó la necesidad de crear un partido cerrado sin la amplia base de la clase trabajadora que habían propuesto Marx y Engels. El «nuevo tipo de partido», dijo, tiene que ser «la vanguardia de las fuerzas revolucionarias… una organización de revolucionarios… que hagan su profesión la actividad revolucionaria… Dicha organización, necesariamente, no puede ser muy amplia…»(26) Lo que pensaba Lenin del partido está resumido en estas palabras: «El partido es una parte organizada de la clase trabajadora… El partido no es sólo la más alta forma de asociación de la clase proletaria, sino que es también un instrumento en las manos del proletariado para establecer su dictadura cuando todavía no la ha logrado, y para consolidar y extender su dictadura cuando ésta ya esté establecida… El proletariado necesita el partido no sólo para lograr la dictadura proletaria, sino que aun le es más necesario para mantenerla y extenderla y lograr así la victoria completa del socialismo…»(27) Y Stalin, la más constante, aunque menos confesada, inspiración del comunismo cubano, para amparar su dictadura y en defensa de la tesis de un solo partido como imprescindible para el socialismo, dijo en 1938:

«Para no equivocarse en política hay que mantener sin compromisos una política clasista proletaria, no una política reformista para armonizar intereses del proletariado y de la burguesía… Por lo tanto, el partido proletario, en su actividad práctica, no debe guiarse por motivos casuales sino por las leyes del desarrollo de la sociedad, y por deducciones prácticas de esas leyes… Por lo tanto, para no equivocarse en política, para no convertirlo en un partido de soñadores, el partido del proletariado no debe basar su actividad en abstractos «principios de la razón humana».. . ni en los buenos deseos de los «grandes hombres», sino en las necesidades reales para el desarrollo material de la vida en la sociedad.»(28)

De las ideas de Marx, Lenin y Stalin, y, repito, sobre todo de Stalin, viene la empecinada resistencia de Cuba al multipartidismo. En Cuba no hay un partido único porque Martí creó un sólo partido, sino porque, en primer lugar, por supuesto, conviene a la voluntad de absoluto poder de los gobernantes, quienes así superan el miedo de ir a unas elecciones y perderlas, y, en segundo lugar, porque responde a la cerrada concepción política estalinista, que es la única base teórica del oportunismo de Fidel Castro y los suyos.(29) Precisamente esa «política reformista de armonía de intereses del proletariado y la burguesía», que negaba Stalin, era la de Martí: esa «actividad práctica del partido basada en los buenos deseos de individualidades extraordinarias», en «la razón» y en «la moral universal», que rechazaba Stalin, fueron las bases para la actividad política de Martí.

El Partido Revolucionario Cubano

Además de una infamia, es un disparate hablar de parecidos y coincidencias entre un partido marxista-leninista y el de Martí; aquél para imponer a un grupo que también ha de gobernar por la violencia; el otro, para armonizar intereses y para que de esa unión saliera un gobierno «con todos y para el bien de todos».(30) Pero como no se puede disimular el carácter dictatorial y elitista del partido del marxismo-leninismo, quieren probar que también el partido de Martí tenía algunas de esas características, y recurren al testimonio de dos de sus contemporáneos, aunque enemigos suyos: de Enrique Trujillo, con quien Martí había tenido un problema personal relacionado con Carmen Zayas Bazán, la esposa de Martí, el cual lo acusaba de haber empleado métodos dictatoriales en la creación del Partido Revolucionario Cubano;(31) y del anexionista José Ignacio Rodríguez quien, para desacreditarlo, lo acusó en su libro de 1900 de ser socialista y de odiar a los ricos; escribió:

«Favorecido [Martí] por el cielo con una inteligencia clara y con una imaginación fervidísima, pero indisciplinadas la una y la otra hasta aquel extremo que se vio con frecuencia entre muchos de los revolucionarios franceses de 1789 y 1793, aparecía muchas veces, a los ojos de los que no eran sus discípulos, o que no estaban fascinados por la influencia magnética que entre su círculo inmediato ejercía con tanto poder, como si fuese víctima de un desequilibrio mental… Predicaba el odio a España, el odio a los cubanos autonomistas… el odio al hombre rico, cultiva y conservador… y el odio a los Estados Unidos de América, a quienes acusaba de egoístas, y a quienes miraba como el tipo de una raza insolentes, con quien la que dominaba en los demás países de la América continental, tenía que luchar sin descanso… El elemento personalísimo, dictatorial e intolerante, que se reveló en él desde el principio, le enajenó simpatías aun entre muchos de los más antiguos y bien probados revolucionarios cubanos. Uno de ellos, el señor don Enrique Trujillo, director de El Porvenir, de Nueva York, se puso frente de él, con su fervor acostumbrado, combatiéndolo sin descanso. Artículo tras artículo que reunió después en un folleto, salieron de su pluma para atacar la organización del «Partido» en lo que tenía de antidemocrático…»(32)

Así, con el testimonio de dos enemigos de Martí, hacen ver que la base antidemocrática, clasista y unipersonal del Partido Comunista de Cuba no le viene todo de Marx, o de Lenin y Stalin, sino del Partido Revolucionario Cubano de Martí. Por citar solamente un ejemplo, veamos lo que ha dicho José Antonio Portuondo, una de las autoridades de Cuba en asuntos relacionados con la cultura: «Martí y Lenin», afirmó, «coinciden en la organización celular de los partidos respectivos…» En los Estatutos Secretos del Partido Revolucionario Cubano, sigue diciendo Portuondo, «imperaba lo que, a partir de Lenin, se conocerá con el nombre de «centralismo democrático»… Martí como Lenin después, chocaría con los viejos revolucionarios, honestos pero incapaces de comprender el nuevo sentido de la organización partidaria, a quienes resulta dictatorial e intolerable la actitud del Delegado…»(33) Desde luego, Portuondo no dice quiénes fueron «los viejos revolucionarios honestos pero incapaces» que vieron en el Partido de Martí una actitud «dictatorial e intolerable», pero con esa gratuita afirmación se disculpan los procedimientos, ésos sí dictatoriales e intolerables. del Partido Comunista de Cuba y de sus dirigentes, y quien tenga reparos ante los abusos del poder se calla para que no lo consideren incapaz de entender algo que venía ya impuesto por José Martí.

El 5 de enero próximo [1992] hará un siglo que se aprobaron en Cayo Hueso las Bases del Partido Revolucionario Cubano. No sólo por lo que conviene para ver en cuánto el partido de Martí niega los partidos marxistas, sino también por la fecha que se nos acerca, vamos a recordar cómo y con qué propósito nació el Partido Revolucionario Cubano. El mes de octubre de Martí, hace 100 años, en lo político, fue el más crucial de su vida. Parecía como si hubiera un conjuro de acontecimientos para precipitarlo en la campaña decisiva por Cuba. Meses antes concluyó la Conferencia Monetaria, de Washington, a la que fue como representante del Uruguay, en la que pudo comprobar que el expansionismo de este país amenazaba seriamente la independencia de Cuba, por lo que era necesario lograrla, también como protección para el resto de nuestra América; desde Washington le escribió a Gonzalo de Quesada: «…(Libre el campo, al fin libre, libre y mejor dispuesto que nunca, para preparar, si queremos, la revolución ordenada en Cuba, y con los brazos afuera! Sentada, la anexión. Los yanquis mismos, valiéndose de la Conferencia Monetaria como de un puñal, lo han clavado en el globo aquel del continente y de las reciprocidades… En la Conferencia todos, hasta los más flojos y torpes, han visto el juego…»(34)

Enseguida suspendió sus colaboraciones en La Nación, de Buenos Aires, y poco después, citó para un acto en el que se iba a conmemorar el 10 de Octubre, y allí anunció a los emigrados en qué estaría basada su campaña política que aspiraba a la creación de un pueblo «para el bien de todos», de «un porvenir en que quepamos todos», y resumió su idea con estas palabras: «(Nosotros no somos aquí más que el corazón de Cuba, en donde caben todos los cubanos!» Y como para desmentir a José Ignacio Rodríguez y a los que ahora en Cuba le achacan una condición clasista a su obra revolucionaria para acercarlo a la revolución bolchevique, y al odio proletario hacia el rico, advirtió de aquellos ricos de entonces que en verdad lo eran no sólo en fortuna sino también en patriotismo:

«…son carne nuestra, y entrañas nuestras y orgullo nuestro, y raíces de nuestra libertad y padres de nuestro corazón, y soles de nuestro cielo y del cielo de la justicia, y sombras que nadie ha de tocar sino con reverencia y ternura… aquellos padres de casa, servidos desde la cuna por esclavos, que decidieron servir a sus esclavos con su sangre, y se trocaron en padres de nuestro pueblo; aquellos propietarios regalones que en la casa tenían su recién nacido y su mujer, y en una hora de transfiguración sublime se entraron selva adentro con la estrella en la frente; aquellos letrados entumidos que, al resplandor del primer rayo, saltaron de la toga tentadora al caballo de pelear; aquellos jóvenes angélicos que del altar de sus bodas o del festín de la fortuna salieron arrebatados de júbilo celeste a sangrar y a morir, sin agua y sin almohada, por nuestro decoro de hombres…»

Y, a continuación, Martí propuso para la república no lo que dicen ahora que dijo Mella, que le dijo Baliño, que le había dicho Martí, que en ella haría una revolución proletaria, sino que habló de los «días buenos, después de la redención, del trabajo continuo, y de buena fe, para evitar el exceso de política de los desocupados ambiciosos, o de los aspirantes soberbios, o de los logreros de la palabra y del valor…» es decir: la política de justicia y equilibrio que fue siempre la norma de su política; y allí también censuró a los anexionistas, «a los que buscan en un poder extraño la salvación que no saben sacar de su voluntad», y a los autonomistas que buscaban un arreglo imposible con España, a los autonomistas que entonces calificó de «liberales de aguamiel».(35)

Pero, quizás Martí mentía para lograr un fin no confesado, como han hecho, y hacen, otros; pero poco después dijo en un artículo de Patria: «La república, sin secretos. Para todos ha de ser justa, y se ha de hacer con todos… Levantarse sobre intrigas es levantarse sobre serpientes. En revolución, los métodos han de ser callados, y los fines públicos…»(36) No, no mentía Martí; mienten los otros. Al día siguiente de aquella conmemoración, el 11 de octubre de 1891, un periódico de Nueva York denunció a Martí porque hacía propaganda contra España siendo cónsul de la Argentina; y el 11 de octubre renunció el cargo diplomático. Más elocuente que su palabra en el acto patriótico fue el renunciamiento: «El apóstol», decía Martí, «que lo sea a costa suya».(37) Conmovió a la emigración de Tampa y lo invitó el Club «Ignacio Agramonte» de aquella ciudad. Aquel fue el primer paso en la preparación de la guerra. Allí repitió lo que había adelantado en Nueva York: su república iba a ser «con todos y para el bien de todos». En Tampa dijo también las palabras que hipócritas copiaron en la Constitución socialista de Cuba: «Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre».(38) Se supo entonces, en Cayo Hueso, de su programa y lo invitaron, y allí nació el Partido Revolucionario, en la «Duval House», de la patriota Josefina Bolio, ante una asamblea de 26 cubanos partidarios de la independencia: antiguos soldados, obreros y dueños de tabaquerías, intelectuales: Fernando Figueredo y Gerardo Castellanos; Carlos Baliño y Eduardo Hidalgo Gato; Francisco María González y José Dolores Poyo…

Las «Bases» del Partido fueron aceptadas no porque Martí las impuso, como dijo el viejo esclavista Enrique Trujillo y dicen ahora en Cuba, sino, precisamente, porque no eran de él, porque eran lo mejor de los esfuerzos revolucionarios anteriores a Martí, y con aquel programa entraban en armonía los distintos intereses que formaban la emigración, resumen y síntesis de los que habrían de formar su república. Leemos en el artículo cuarto de aquellas «Bases»: «El Partido Revolucionario Cubano [se propone] fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legítimas del hombre, un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la esclavitud». Y en el quinto artículo añadía: «El Partido Revolucionario Cubano no tiene por objeto llevar a Cuba una agrupación victoriosa que considere la Isla como su presa y dominio, sino preparar, con cuantos medios eficaces le permita la libertad del extranjero, la guerra que se ha de hacer para el decoro y bien de todos los cubanos, y entregar a todo el país la patria libre».(39) Obsérvese pues lo que pretendía el Partido Revolucionario Cubano: «. ..fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legítimas del hombre, un pueblo nuevo y de sincera democracia… [con] el equilibrio de las fuerzas sociales… para el decoro y bien de todos los cubanos…»

Y nos preguntamos, ¿dónde está ahí la voluntad clasista para establecer la dictadura del proletariado que proponían Marx, Lenin y Stalin, que sirve de fundamento al socialismo cubano? Eso no era lo que quería Martí. Jamás lo quiso, y aunque hubiera vivido mil años, sobre 100 Lenins y 100 Stalins, lo hubiera querido. Bien claro lo dejó dicho al hablar de «Los pobres de la tierra», su artículo de Patria, donde otra vez dejó constancia del programa de su Partido; allí aclaró: «Ni se ha adulado, suponiendo que la virtud es sólo de los pobres, y de los ricos nunca; ni se ha ofrecido sin derecho, en nombre de una república a quien nadie puede llevar moldes o frenos, el beneficio del país para una casta de cubanos, ricos soberbios, o pobres codiciosos, sino la defensa ardiente, hasta la hora de morir, del derecho igual de todos los cubanos, ricos o pobres, a la opinión franca y al respeto pleno en los asuntos de la tierra…» Y eso lo dijo porque él entendía, y sigo con sus palabras que, «un pueblo está hecho de hombres que resisten, y hombres que empujan: del acomodo, que acapara, y de la justicia, que se rebela: de la soberbia, que sujeta y deprime, y del decoro, que no priva al soberbio de su puesto, ni cede el suyo: de los derechos y opiniones de sus hijos todos está hecho un pueblo, y no de los derechos y opiniones de una clase sola de sus hijos…»(40) Había otros partidos políticos en la isla, y otras tendencias y grupos en la emigración: jamás Martí habló de suprimirlos para gobernar su república, jamás. Su vocación democrática no sólo lo inclinaba sino que le exigía el multipartidismo.

Antecedentes y composición del P.R.C.

El Partido Revolucionario Cubano, por otra parte, no fue una caprichosa invención de Martí, sino que en él estaba el saber y la voluntad de cuantos lo precedieron en la lucha por la independencia. En su partido se ve el influjo de la estructura y la exposición del organismo que creó en 1871 Miguel Aldama, en Nueva York, la Auxiliadora de la Independencia de Cuba;(41) el nombre del partido de Martí estaba muy cerca del que usó José Morales Lemus al suscribir en Washington un convenio con los Estados Unidos para acabar con la guerra, en ese mismo año de 1871, el Partido Revolucionario de la Isla de Cuba;(42) en las «Bases» del Comité Revolucionario Cubano, de 1878, presidido por Calixto García, está la idea, igual que luego en Martí, en los «Estatutos» de su Partido, de que los «Clubs Revolucionarios debían unirse en la obra común de la independencia, y que ellos funcionarían arbitrando y reuniendo recursos pecuniarios y elementos de guerra, o por medio de la propaganda, generalizando y unificando la opinión en el pueblo, o conquistando nuevos prosélitos y simpatizadores que coadyuven al mismo fin»; y, enseguida, con semejante propósito que luego los Cuerpos de Consejo de Martí, se dispone que «El Comité Revolucionario Cubano de Nueva York es el Centro de la organización general, con la cual están relacionados todos los clubs que se organicen en Cuba y en el extranjero».(43) y el Club número 25 que se fundó entonces en Cayo Hueso, el 31 de enero de 1879, por ese llamado de Nueva York, tenía a tres de los que luego iban a fundar con Martí el Partido Revolucionario Cubano: al periodista José Dolores Poyo, al industrial Teodoro Pérez, y al fundador del Club San Carlos, Martín Herrera. (44). Y la idea de que el Partido de la guerra llevara en su seno la república la expuso en 1884 Máximo Gómez en su «Programa» de San Pedro Sula, en Honduras, cuando se quiso iniciar otra insurrección en la isla: allí también recomendaba la creación de «clubs y comités», pero alrededor de una Junta Gubernativa en la que se centraría «la verdadera unidad y acción», y advertía que la tal «Junta» podría servir de «base para la futura organización de un gobierno provisional en Cuba»;(45) luego, en 1886, desde Kingston, en carta a un emigrado de Nueva York, Antonio Maceo habla también de la necesidad de crear un Partido Independiente con una dirigencia elegida por «una votación libérrima», dice, «la cual habría de convertirse en el órgano oficial» de los cubanos; y concluía Maceo: «Nuestras aspiraciones son amplias, y en ellas caben todos los hombres, cualquiera que sea su modo de pensar y el juicio que formen de las cosas. Si libre fuera su voluntad y decir, libérrima y generosa debe de ser nuestra soberanía…»(46) Y a fines del siguiente año Martí concretaba las ideas que iban a ser aceptables a los emigrados puesto que estaban basadas en los esfuerzos anteriores: pudo hacerlo con el plan conspirativo del brigadier Juan Fernández Ruz, según le escribió en aquellos días al patriota Juan Arnao: se habían reunido varios cubanos «de distintos pareceres y procedencias», y se había propuesto «acreditar en el país, disipando temores y procediendo en virtud de un fin democrático conocido, la solución revolucionaria» [además de] «unir con espíritu democrático, y en relaciones de igualdad, todas las emigraciones [e] impedir que las simpatías revolucionarias en Cuba se tuerzan y esclavicen por ningún interés de grupo, para preponderancia de una clase social, o la autoridad desmedida de una agrupación militar o civil, ni de una comarca determinada, ni de una raza sobre otra…»(47)

Poco después Cayo Hueso y Tampa crearon, por su parte, las organizaciones políticas que tanto sirvieron al proyecto revolucionario de Martí: la Convención Cubana y la Liga Patriótica, y cuando Martí llegó a ésta pudo decir que allí todo «estaba hecho»,(48) y le aceptaron las «Resoluciones» que llevarían a las «Bases» y los «Estatutos» de su Partido, que aprobó la Convención, del Cayo, por unanimidad. No, el Partido Revolucionario Cubano no fue sólo de Martí: como en tantas otras de sus empresas, su genio le dio forma definitiva a lo que venía gestando el patriotismo cubano. No, Martí no fue precursor de Lenin, como quisieran algunos en Cuba, en nada y por nada, a no ser que también consideremos precursores de Lenin a Aldama, a Morales Lemus, a Calixto García, a Máximo Gómez y a Antonio Maceo, todos los cuales le fueron aportando a Martí algo de sus ideas y de sus experiencias para constituir el Partido Revolucionario Cubano. Con la nobleza que caracteriza sus actos lo reconoció el propio Martí, que dijo en agosto de 1893: «El Partido Revolucionario no tiene una sola raíz, sino todas las raíces que le vienen de la unanimidad del deseo de independencia…»(49)

Acabado de fundar el partido, al contestarle una carta a Enrique Collazo en la que lo acusaba de cobarde y de vividor, y ponía en duda los propósitos de la nueva organización revolucionaria, Martí le preguntaba con ideas, y hasta palabras, de las que había puesto, y que ya vimos, en las «Bases» de su partido: A)No ha oído estos días a miles de hijos de Cuba proclamar, sin una sola voz de disentimiento, ni de rico ni de pobre, ni de negro ni de blanco, ni de patriota de ayer ni de patriota de hoy, ni de hombre de guerra ni de hombre de paz, que el Partido Revolucionario Cubano no tiene por objeto llevar a Cuba una agrupación victoriosa que considere la isla como su presa o dominio, sino preparar, con cuantos medios eficaces le permita la libertad del extranjero, la guerra que se ha de hacer para el decoro y bien de todos los cubanos, y entregar al país la patria libre?»(50)

Poco después Martí les explicaba a los emigrados de Jamaica que su partido iba a impedir que en la república surgieran los gobiernos dictatoriales que habían nacido tras la independencia en varios países americanos; les dijo en carta de mayo de 1892: «…Con estas Bases y Estatutos del Partido Revolucionario Cubano se ha querido… procurar desde la raíz salvar a Cuba de los peligros de la autoridad personal y de las disensiones en que, por falta de la intervención popular y de los hábitos democráticos en su organización, cayeron las primeras repúblicas americanas…»(51) Y al mes siguiente, desde el periódico Patria, donde se halla la mejor biografía de su Partido, precisamente al hablar de éste, escribía: «Los partidos políticos que han de durar; los partidos que arrancan de la conciencia pública; los partidos que vienen a ser el molde visible del alma de un pueblo, y su brazo y su voz; los partidos que no tienen por objeto el beneficio de un hombre interesado, o de un grupo de hombres, no se han de organizar con la prisa indigna y artificiosa del interés personal, sino, como se organiza el Partido Revolucionario Cubano, con el desahogo y espontaneidad de la opinión libre…»(52)

En otra ocasión aclaró Martí que el Partido Revolucionario era «hijo legítimo de los constituyentes de Guáimaro»,(53) y así hizo que coincidiera la proclamación oficial de su partido con el 10 de abril de 1892, cuando se cumplían años de la Constitución de Céspedes y Agramonte. En una parodia de este gesto, el gobierno de Cuba hizo que se discutiera su Constitución socialista a partir de otro aniversario de Guáimaro, en 1976. Martí podía con entera justicia decir que su partido era «hijo legítimo de los constituyentes de Guáimaro», pues éstos crearon un gobierno democrático, republicano y parlamentario, basado en la división de poderes que funcionaron con libertad, al extremo que en 1873 la Cámara de Representantes pudo destituir al presidente Céspedes, mientras que fue un sarcasmo unir la Constitución totalitaria y estalinista de 1976 con su concentración de poder y su «centralismo», en la que el Jefe de Estado tiene facultades de mando ilimitadas a través del Partido Comunista con la de aquellos hombres del 68 que se reunieron en un pueblecito de Camagüey para fundar una república abierta a todos. Y para destacar mejor la distancia entre el partido de Martí y la organización totalitaria, como es el Partido Comunista de Cuba, veamos este otro pasaje de Patria, en el que Martí describe una reunión de los Clubs revolucionarios; allí hablaba de los asistentes, y dijo: «…el de la profesión está al lado del oficio, y el del oficio va elegante y culto porque el amor de la libertad da al hombre con mayor respeto de sí, mayor respeto de los demás. El acaudalado ya canoso se estruja, para estar más cerca, entre dos jornaleros. La juventud, como una guardia, rodea la tribuna, y se bebe el discurso pálida y silenciosa…»(54) Es que en aquella ocasión estaban presentes el puertorriqueño humilde Sotero Figueroa, que trabajaba en una imprenta; y el abogado Gonzalo de Quesada, empleado en el famoso bufete de Sterns & Curtis, donde se creaban las estructuras legales de los monopolios yanquis que ya se iban estableciendo en la América Latina; allí estaba el negro Rafael Serra, fundador con Martí de una escuela para enseñar a los pobres, y Manuel F. Barranco, dueño de la tabaquería «El Progreso», una de las más grandes de la ciudad; allí estaban el poeta nuevo Francisco Gonzalo Marín y Ramón Luis Miranda, el médico cubano más rico en los Estados Unidos. Y al año siguiente, en un artículo que tituló «El Partido Revolucionario a Cuba», volvía sobre la condición heterogénea de su organización; dijo entonces: «Las glorias todas de la guerra, libres en el extranjero, están en el Partido Revolucionario Cubano. .. Únense en el voto, a elegir su representación, doctores y obreros, fabricantes y mecánicos, comerciantes y generales. Junto al íntegro presidente de nuestra república, espera ansioso, puesto a la mesa de una industria humilde, el bachiller descontento de su inútil diploma…»(55) Y aún al año siguiente insiste, el 17 de abril de 1894: «Un pueblo es composición de muchas voluntades, viles o puras, francas o torvas, impedidas por la timidez o precipitadas por la ignorancia… El peligro de nuestra sociedad estaría en conceder demasiado al empedernido espíritu colonial, que quedará hoceando en las raíces mismas de la república… y otro peligro social pudiera haber en Cuba: adular, cobarde, los rencores y confusiones, que en las almas heridas y menesterosas deja la colonia arrogante tras sí, y levantar un poder infame sobre el odio o desprecio de la sociedad democrática naciente a los que, en uso de su sagrada libertad, la desamen o se le opongan. A quien merme un derecho, córtesele la mano, bien sea el soberbio quien se lo merme al inculto, bien sea el inculto quien se lo merme al soberbio… Si desde la sombra entrase en ligas con los humildes o con los soberbios, sería criminal la revolución, e indigna de que muriésemos por ella… Triunfará con esa alma, y perecerá sin ella… Sea nuestro lema: libertad sin ira».(56)

Conclusión

«(Libertad sin ira!» Con esas palabras quisiera terminar esta noche. Bastarían ellas para extrañar a Martí del marxismo-leninismo, de la dictadura del proletariado, del odio y de la lucha de clases para ocupar el poder y para ejercerlo, de la reducción del hombre y la esclavitud por el totalitarismo de Estado. Martí no fue, como quieren allá, de una u otra manera barajando su nombre, un precursor de Lenin, un preleninista; Martí es, en verdad, la superación del leninismo, un posleninista. Tuvo la noble indignación a que movían a toda alma sana los pecados sociales y los excesos del capitalismo, y, a veces, uno se pregunta cómo no sucumbió su sensibilidad a la tentación del marxismo, ni desconocido por él ni extraño al Nueva York de su época, o se dejó llevar por otras ideologías radicales que tomaron fuerza a fines del siglo pasado ante la miseria del obrero, la corrupción política y la soberbia de los poderosos.(57) Pero por ahí anda el genio: él mismo lo definió como «anteciencia y antevista», es decir, lo que se anticipa a la razón y a los sentidos, aquél que posee esa especie de adivinación que se adelanta a los demás y puede leer el porvenir. El hombre común, como explicó el filósofo español, es también, en parte, su circunstancia, pero el genio no tiene circunstancia, entendida ésta como el accidente de lugar y tiempo que acompaña a los otros mortales. Martí se salió de su época y pudo ver estos días nuestros del fracaso del marxismo-leninismo. Para nosotros, lo que ha sucedido en la Unión Soviética y los demás países socialistas, es una sorpresa: Martí hace 100 años lo sabía, como supo también de los errores que se cometerían en la República por alejarnos de su prédica, y del castigo que por ese alejamiento tendría que sufrir el país. De ahí su vigencia, la necesidad de su estudio, porque en Martí están las directrices para salir del momento que hoy vive su patria, y también para el futuro. Para empezar, después de la triste experiencia que hemos vivido, cuantos quieran salvar a Cuba, allá y aquí, deben grabarse en el corazón, para que les rija la conducta, el lema del Partido Revolucionario Cubano, sus tres palabras magistrales: «Libertad sin ira».

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