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Por Ricardo R. González (*)
Kino ya no está. Se marchó un día de noviembre de 2006 para irrumpir en el Olimpo de los grandes. Así Joaquín Moltó Corominas, su verdadero nombre, abandonaba aquella casita de Guanabo, casi frente al mar, que servía de pretexto a fin de abrir el álbum de los recuerdos, ejercitar la memoria, y sentir el reencuentro con sus seres queridos y viejos amigos.
Su historia en el arte se remonta al 8 de septiembre de 1947 cuando formó parte de la orquesta Bayamo, dirigida por Armando Martínez.
Tenía, entonces, 17 años. Hizo su debut en las fiestas de Guanabacoa, y después incursionó con la agrupación Indians, de San Antonio de Río Blanco, en las proximidades de Jaruco.
Lo suficiente para festejar esas oportunidades benditas que llegan como regalo divino, pues la orquesta alternó con el Conjunto Casino y el ya conocido Roberto Faz, quien al escuchar cantar a Kino lo invitó a incorporarse a otro colectivo de mayor renombre.
No pasó mucho tiempo para que se integrara a la Swing Casino dirigida por el güinero, Rafael Solís. Quienes siguieron su trayectoria recuerdan aquella anécdota cuando se vio precisado a suplir a Roberto Faz durante una presentación en Jaruco,
Ya por entonces Kino se declaraba admirador de las voces de Alfonso Ortiz, Cheo Marquetti, Rolando Laserie, y del trío vocalista de oro que dio vida a la Aragón.
La presencia de Kino Morán asciende vertiginosamente. Espacios estelares en la época como El show del Medio Día, conducido por el insustituible Germán Pinelli, y otros de TV ejemplificado en Música y Estrellas, bajo la batuta del experimentado Manolo Rifat, lo incluían en sus programaciones.
A partir de entonces directores de primera línea como Joaquín M. Condal y Pedraza Ginori, entre otros, lo hicieron figura habitual a la hora de conformar sus elencos.
El tiempo corría, y a pesar de su juventud el dueño del cabaret Ali Bar lo invitó para que se presentara en el show. Kino demostró su talla artística e intervino, además, en los bailables del centro nocturno a lleno total.
Esta incursión le propició un salto importante en su carrera. Allí se mantuvo desde 1956 hasta 1960, y alternaba en el club nocturno Cuatro Ruedas, radicado en la misma zona del Ali Bar, hasta que su entrada en la orquesta de los Hermanos Castro le propinó su gran momento artístico gracias a una convocatoria lanzada por Radio Progreso a la que acudieron Orestes Macías, Luis García, Puntillita y muchos más.
Según entrevistas Kino admiró a Manolo Castro, pues fue quien le enseñó todo: «Cantar, vestir, desenvolverme en el gran mundo. Fue mi maestro y amigo».
Con esta impronta incursionó por todos los famosos cabarets de La Habana; sin embargo, llegó una etapa efímera, de solo un año, con la orquesta de Julio Cuevas hasta su desintegración que lo llevó a emprender el camino como solista.
Giras por todo el país no faltaron. El propio Kino reconoció sus vivencias junto al gran Benny Moré, y el apoyo que siempre le brindó a sus discos. Tampoco olvidaba a Ñico Membiela, Panchito Riset, Orlando Vallejo, Lino Borges, Roberto Faz, Pacho Alonso , Alberto Ruiz, y al maestro Luis Carbonell que lo consideró como «el poeta del bolero».
Allá por la década de los 60 las presentaciones de Kino por todo el país eran reiteradas. Apenas tuvo descanso porque formó parte de la cartelera del recorrido de los circos como novedad de variedades en la época.
Nunca le interesaron las giras al exterior, a pesar de las innumerables invitaciones que le hicieron, pues en el hotel Nacional tuvo la oportunidad de alterar con el famoso Lucho Gatica.
En el mundo de las grabaciones sobrepasó las 250, y entre tantas resultan inolvidables Dos perlas, de Arturo Clenton, Si te contara (Félix Reina), La Lupe (Juan Almeida), Vuelvo (María Álvarez Ríos), y la pieza antológica en su repertorio que la hizo muy suya: Quien sabe corazón, de Xiomara Méndez.
Muchas recogidas por los fonogramas grabados para las firmas RCA Víctor, Puchito, y el sello Areíto, de la Empresa de Grabaciones y Ediciones musicales de Cuba (EGREM).
En 2004 la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) ofreció un homenaje a la trayectoria de Kino Morán. En sus palabras de agradecimiento subrayó que era un hombre feliz porque contaba con el aplauso de un pueblo que lo veneró, además de constatar el aprecio de grandes amistades entre los propios artistas.
Así fue (y es). Un hombre sencillo, buen padre y amigo. Quien tuvo la suerte que su hijo Kinito emprendiera las sendas del arte por algún tiempo. El exponente del que el gran German Pinellí expresara: «No hay un solo tramo de la tierra cubana que no haya recibido la visita y la voz de Kino Morán».
A mi modo de ver no hubo cubano que lo ignorara, que se sustrajera de su forma de expresar el bolero, de esa fuerza peculiar que le impregnó a la pasión a través de la melodía.
En medio de esta gloria se nos fue para quedarse. Y no existe paradoja, porque si es cierto que se marchó un día de La Habana que lo vio nacer, el 29 de octubre de 1930, Kino Morán queda en el alma de quienes le aplaudieron hasta el delirio, en las grabaciones que hacen vibrar su voz, en las evocaciones de las victrolas, y en el acervo musical de una isla que lo sitúa y contempla desde el trono de la inmensidad.
(*) Nota de Editor: Los trabajos publicados en temas (Artistas) han sido elaborados por este autor, a partir de informaciones de base, sin que consignen la totalidad de detalles, hechos, y personalidades que influyeron en el desarrollo artístico.