La Narco-Revolución Cubana (Tercera Parte)
por Daniel Iglesias Kennedy (Profesor y Escritor)
Foto: Reinaldo Ruiz, narcotraficante de origen cubano.
Reinaldo Ruiz era un cubano afincado en Estados Unidos, propietario de una compañía especializada en la venta de pasajes para Cuba. Un hombre corpulento, quincuagenario, con más de 1.90 de estatura y 130 kilos de peso, barba poblada y cabellos blancos y ensortijados como los de un profeta, que operaba con la tapadera de una agencia de viajes convencional. Era el patrón de un barco llamado *Flerida*. El alza imprudente de su nivel de vida despertó las sospechas de la DEA que situó un dispositivo de vigilancia sobre él y su hijo Rubén. El ayudante del fiscal de Miami, Thomas Mulvihill, se encargó del seguimiento del objetivo. Una furgoneta situada frente a su casa comenzó a grabar las incidencias. Desde entonces, los movimientos de Ruiz y sus colaboradores fueron observados con atención.
En otoño de 1986, Reinaldo Ruiz hizo un viaje a Panamá para entrevistarse con un primo segundo suyo que estaba a cargo de las oficinas de Interconsult, una firma cubana de servicios jurídicos y comerciales cuya actividad oscilaba entre los negocios ilícitos y el espionaje. Ruiz no sospechaba que dos agentes de la DEA lo habían seguido desde que tomó su vuelo en Miami. Se reunió con su pariente que era gerente de esa compañía y tenía los grados de capitán del Ministerio de Interior.
El oficial cubano nunca antes había hablado con Ruiz, pero sabía que la agencia de viajes que poseía colaboraba en el negocio del tráfico de visas organizado por el Ministerio del Interior de Cuba para sacar del país a los cubanos cuyos familiares residentes en los Estados Unidos estuviesen dispuestos a pagar hasta diez mil dólares por su libertad. Interconsult se encargaba entre otras cosas de supervisar el contrabando de personas que salían desde La Habana hacia Panamá, donde les proveían de un pasaporte falso de otra nacionalidad, tomaban un vuelo a México y de ahí eran trasladados a la ciudad de Reinosa, desde donde cruzaban la frontera por Texas a altas horas de la madrugada. En Houston subían a otro avión y finalmente aterrizaban em Miami donde los esperaban sus familiares.
Lo que el Capitán ignoraba era que Reinaldo Ruiz había transportado en su yate algunos pequeños alijos de cocaína desde Varadero hasta La Florida. Como tampoco sabía que Ruiz era amigo de Gustavo Gaviria, primo hermano del jefe del Cártel de Medellín. Todo eso lo descubrió cuando el visitante le propuso ampliar el negocio y combinar el tema de las visas con las drogas. Gracias a su amistad con Gaviria, él podría recibir cocaína en grandes cantidades. Disponía en aquel momento de dos avionetas para garantizar el transporte de la mercancía hacia Cuba, y desde ahí trasladarla en sus lanchas de alta velocidad para introducirla en las costas de La Florida.
Reinaldo Ruiz era un habanero naturalizado norteamericano. No era comunista ni mucho menos partidario del régimen de Fidel Castro. Pero la magnitud del negocio y los beneficios comunes que aportaría, le permitía pasar por alto esas diferencias y mostrarse con su primo en la mejor disposición de llegar a un acuerdo. Los cubanos sólo tendrían que autorizar que sus avionetas aterrizaran en Varadero y trasladar la droga a Punta Hicacos, donde esperarían sus *cigarrette boats*. Las comisiones por esos servicios serían sustanciosas.
El oficial cubano informó a sus superiores en La Habana acerca de aquella propuesta. Luz verde. Unos meses después, el 10 de abril de 1987, una avioneta bimotor Cessna aterrizó en el aeropuerto militar de Varadero. Venía pilotada por Rubén Ruiz, hijo del cerebro de la operación. Traía a bordo 250 kilos de cocaína, disimulada en paquetes de cigarrillos. Raúl Castro, Ministro de las Fuerzas Armadas y hermano del Líder cubano, estaba presente en el aeropuerto para supervisar la operación. Una caja que supuestamente contenía cigarrillos Marlboro cayó desde uno de los contenedores abiertos para la inspección. Raúl Castro y su escolta comprobaron que el contenido de los paquetes era un polvillo blanco envuelto y precintado. Nadie reaccionó ante aquel imprevisto. El traslado continuó con normalidad desde el aeropuerto hasta una casa en Villa Tortuga, custodiada por los muchachos de Tropas Especiales y que el coronel De la Guardia utilizaba como almacén. A la noche siguiente, la droga fue trasladada hasta la base de Operaciones Navales situada en el extremo de la península de Varadero, donde ya esperaban las lanchas rápidas de Reinaldo Ruiz.
Pero en el viaje que hizo Ruiz a Panamá para entrevistarse por primera vez con su primo, en aquel otoño de 1986, lo único que lograron averiguar los agentes de la DEA fue que las oficinas en las que había entrado el objetivo pertenecían al Estado Cubano. Un empleado del registro comercial en ciudad de Panamá se dejó sobornar y permitió a aquellos dos señores, que se hacían pasar por empresarios venezolanos que investigaban la expansión de la competencia, leer los ficheros con los datos de Interconsult.
-No se preocupen -dijo el atento registrador, mostrando una sonrisa igual de poderosa que la de un anuncio de dentífrico-. Son cubanos. Cubanos de Cuba. Nada que ver con Venezuela.
Los agentes tomaron nota e informaron al ayudante del Fiscal que atendía los incidentes relacionados con Reinaldo Ruiz y su red de contrabandistas.