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San Rafael, otra calle elegante.

San Rafael, otra calle elegante. 👗👠💍⌚📽😊

San Rafael es una calle que se extiende desde Monserrate, oficialmente denominada Avenida de Bélgica, frente al monumento al ingeniero Francisco de Albear (quien en época de la Colonia diseñara y construyera el acueducto que, por gravedad, abasteció de agua potable a la ciudad de La Habana, considerado una de las 7 maravillas de la ingeniería civil cubana), se interrumpe brevemente por el rectángulo del Parque Central, y termina en la calle Ronda, que bordea por un lado la Universidad de La Habana.

Forma parte de las arterias secundarias que formaron el entramado de la ciudad, entre la Calzada de San Lázaro y la Avenida de Carlos III. Recibió su nombre de los comisionados que la delinearon. Antes se llamó De los Amigos y Del Monserrate, porque partía de la puerta de las murallas de ese nombre, así como Del Presidio, porque conducía al lugar donde existía una casa de corrección, donde después se construyó el Teatro Tacón y, más tarde, al demolerse este, el Palacio del Centro Gallego.

La calle carece de una historia relevante hasta la primera mitad del siglo XX cuando, en su intersección con la Calzada de Galiano, compartió importantes establecimientos comerciales, los cuales se extendieron posteriormente en dirección al Paseo del Prado. Este tramo, por la tanto, es el más interesante. En estas cinco cuadras se concentraron toda su riqueza y belleza, además de su bien ganada fama de calle elegante, más aún después de contar con aceras de granito blanco con dos sinuosas franjas en granito verde, que la hacían original y única.

San Rafael comienza en el espacio donde se encuentran dos edificaciones importantes: a su derecha la Manzana de Gómez, y a su izquierda el Palacio del Centro Asturiano. El primero, un gran edificio de cinco plantas que ocupa la manzana de las calles Zulueta, San Rafael, Monserrate y Neptuno, fue comenzado a construir de una sola planta en 1890 por Julián de Zulueta, después paralizado en 1894 y concluido en 1917 por la familia Gómez Mena, con la adición de cuatro plantas más. Estaba dedicado a comercios en los bajos, con sus dos calles interiores en diagonal, y oficinas, bufetes, legaciones diplomáticas y consulados, además de las academias Pittman y Gregg, en los altos.

En sus locales de la calle San Rafael, a partir de Monserrate, existía la peletería La Exposición y, hacia Zulueta, los comercios El Escándalo y El Lazo de Oro, así como, ya en la esquina, una vidriera de venta de tabacos sueltos y cajas de tabacos y el Salón H, conocido café que en su agonía en los años 70 solo ofertaba, en algunos horarios, croquetas de pescado al plato —sin acompañamiento— y, en casos especiales, un pan con tortilla que se tostaba en una vieja y sucia plancha eléctrica a la que se le colocaba un contrapeso, a veces acompañado por un refresco Son blanco o negro, como se denominaba si era de limón o de cola.

Con el paso del tiempo y la falta de atención y de mantenimientos, la Manzana de Gómez fue decayendo, y sus desabastecidos establecimientos se volvieron sucios y malolientes, así como sus calles interiores, hasta que, con el objetivo de obtener divisas, fueron reparados y convertidos en tiendas y comercios de venta en moneda libremente convertible, instalando en parte de sus altos una escuela deprimente que carecía hasta de ventanas. Hoy se encuentra en proceso de reparación capital para transformarlo en un hotel.

El segundo de los edificios al inicio de la calle, el Palacio del Centro Asturiano, que ocupa la manzana de las calles San Rafael, Zulueta, San José y Monserrate, construido en 1927 en estilo renacimiento español, con marquesina de hierro fundido y la decoración pictórica del techo del salón principal realizada con motivos de Asturias por el pintor Mariano Miguel González, así como con su hermosa escalera y el gran vitral emplomado que representa el viaje de las tres carabelas de Cristóbal Colón, tuvo en sus bajos, por San Rafael, algunos comercios, entre ellos la Cuba Electric cerca de Monserrate y Caribbean Photo Co. S.A. en el número 3.

También este edificio sufrió el abandono, la falta de mantenimientos y la readaptación arbitraria de sus locales, siendo subutilizado por diversos organismos e instituciones estatales durante demasiado tiempo. Finalmente restaurado, se convirtió en el edificio de Arte Universal del Museo Nacional de Bellas Artes.

En el espacio que separa ambas edificaciones —el inicio de la calle San Rafael—, en la época republicana existían parqueos a ambos lados y tránsito de vehículos y personas entre Zulueta y Monserrate. Posteriormente se transformó en un parqueo cerrado con entrada y salida solo por Monserrate, y más tarde en un espacio peatonal con cinco palmas de metal con agresivas pencas del mismo material, decoradas por algunos artistas plásticos del patio, que lucen anacrónicas al compararlas con las palmas naturales del Parque Central.

Después de superar el Parque Central, San Rafael reaparece entre dos edificaciones importantes: el histórico Hotel Inglaterra, construido en 1856, ampliado en 1891 y remozado en 1915, y el Palacio del Centro Gallego, construido en 1915, un edificio ecléctico con ascendencia francesa y neobarroca, transformado junto con su teatro, en la sede principal del Ballet Nacional de Cuba. Aunque ambos solo le entregan sus laterales, pues sus frentes dan al Paseo del Prado, aportan a San Rafael un marco majestuoso.

A continuación aparecen los comercios que componen la calle, algunos de ellos tristes sobrevivientes pobres de su época de esplendor, pues San Rafael, después del año 1959, al desaparecer la mayoría de los artículos de consumo de las tiendas y comercios, sufrió dos tristes transformaciones: la conversión de sus múltiples vidrieras en espacios tapiados, con pequeñas aberturas geométricas, a través de las cuales los transeúntes podían observar jarrones, adornos, cuadros y otros objetos de arte, argumentando las autoridades que constituían una original galería abierta, ya que en el socialismo no hacían falta vidrieras para exhibir las mercancías, pues estas se consumían según la necesidad y no por la publicidad que se hiciera de ellas.

Al restablecerse la importancia del dinero y del comercio, se ejecutó la destrucción de sus hermosas aceras, para crear un boulevard de tránsito peatonal con establecimientos a ambos lados, hoy bastante deteriorado, sucio y grasiento, totalmente ajeno a la calle que sustituyó.

Allí existían lujosas tiendas y comercios con aire acondicionado, música indirecta, bien abastecidos y con empleados atentos y respetuosos, como J. Mieres y Cía. —los famosos sastres camiseros—, la Cía. Cubana Radio Philco S.A., la joyería de Gastón Bared —representantes en Cuba de las marcas de relojes Omega, Cartier y Bretting—, la joyería Letrán de Isaac Barquet, casi esquina a la calle Consulado, J. Vallés, Giralt, Brummel, Ellas, la óptica El Telescopio, la sastrería Oscar, Sánchez Mola, los Almacenes Cadavid, la joyería Cuervo y Sobrinos —representantes en Cuba de la marca de relojes Longines—, la tienda de regalos Indochina, el Bazar Francés, la joyería Chantilly, Belinda Modas y las grandes tiendas Fin de Siglo y El Encanto —esta última destruida por un incendio en 196l.

Hoy se observan allí dispersos espacios comerciales y gastronómicos mal abastecidos. El entorno, además se afea y ensucia con la venta callejera de pizzas, refrescos, frituras, emparedados y otras comidas rápidas, consumidas por apurados y descuidados transeúntes nacionales y extranjeros.

Algunos locales, con mejor suerte, han sido transformados en tiendas de arte y de literatura, como la Galería Collage en el número 101; Arte Habana, en el 110, donde estuvo J. Vallés, y el Centro Cultural Habana, en el 256; Giralt en el 155, antes dedicada a la venta de electrodomésticos de importantes marcas, cuyos logotipos ejecutados en cerámica no han podido ser destruidos y aún se conservan en su fachada —Philco, Hotpoint, etc—, rebautizada América Libre, por esa manía «libertaria» que tienen nuestras autoridades, primero se dedicó a la venta de muebles procedentes del campo socialista a precios inalcanzables para la mayoría de los cubanos y, desaparecido este, a vender ropa reciclada, según los anuncios «de primera categoría», y ahora a la venta de muebles artesanales.

Del local del hermoso cine Rex Duplex, convertido en ruinas, solo queda su fachada toscamente reparada como simple cascarón escenográfico para ambientar la calle y, en la otra acera, en el número 68, el Cinecito, que antes proyectaba únicamente «muñequitos» para los niños, trata de sobrevivir con las películas de animación actuales, desde Elpidio Valdés, pasando por los «mangas» japoneses hasta la producciones «del enemigo», y dedicando la función nocturna de los lunes al cine club Sin Frontera, donde se exhiben filmes de diferentes nacionalidades para adultos.

Dispersos aparecen algunos establecimientos de diferente designación como el cabaret Calesa, en el número 60; el bar Nautilius, en el 66; las tiendas Gastón, en el 102, y Dominó, en el 154; la heladería El Arlequín, en el número 158; Licorama en el 201; la tienda El Asia en el 209; la barbería San Rafael en el 213; la tiendas Oasis en el 214 y El Toldito en el 216; el mercado Oso Blanco en el 257, y la tienda de alquiler de trajes y disfraces en el 356.

Después de Galiano, dos grandes tiendas cuyos laterales daban a San Rafael: Flogar, totalmente venida a menos, sin aire acondicionado, oscura y desabastecida, con empleados cansados, sudorosos y poco atentos y, donde existió el magnífico Ten Cents de Galiano, agradable, iluminado y bien abastecido, la negación de lo que debiera ser una tienda: Trasval, un comercio sin vidrieras al frente, sustituidas por paredes de mármol negro, y tapiadas las que daban a la calle San Rafael, así como la puerta existente.

Más adelante, en la esquina de la calle Manrique, el colegio de las Escuelas Pías de La Habana, hoy maquillada su fachada pero en deprimente estado de deterioro sus aulas, comedor e instalaciones sanitarias, así como su patio interior. Después, el edificio que perteneciera al periódico Información, enrejado y ocupado por una empresa y, junto a él, el paladar San Cristóbal.

En realidad, a partir de San Nicolás, San Rafael parece una calle bombardeada y calcinada, con multiplicidad de viviendas improvisadas donde antes existieron pequeños comercios, otras en ruinas o a punto de desplomarse, edificios clausurados convertidos en vertederos públicos, intransitable por su mal estado, con aguas albañales corriendo junto a sus aceras destruidas, polvo, suciedad y basura sin recoger y venta de cárnicos sin refrigeración en algunas puertas y ventanas.

Al cruzar la Calzada de Belascoaín se adentra en el denominado barrio de Cayo Hueso, donde el hacinamiento y la destrucción se hacen aún más ostensibles, así como la marginalidad imperante, y pueden hasta verse agentes del orden público con perros pastores en algunas esquinas. Se logra cierto pequeño respiro al cruzar la Calzada de Infanta y trepar hacia la Universidad donde, tal vez por la altura, el aire se hace más respirable. Aún así, en este tramo también abundan las viviendas y comercios maltratados por los años y la desidia.

San Rafael, que llegó a ser una calle elegante, en competencia con la Calzada de Galiano, y que tuvo las aceras más originales y hermosas de la ciudad, así como agradables tiendas y comercios, hoy muestra los golpes recibidos del socialismo y las heridas dejadas por este, incapaz no solo de generar desarrollo sino también de preservar el recibido, producto del trabajo, los sacrificios y el talento de las generaciones precedentes.

Fuente: Diario de Cuba. FERNANDO DÁMASO





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