Bonifacio Byrne, patriota y poeta cubano.
En las calles estrechas de la Atenas de Cuba, sobrenombre que adquirió la ciudad de Matanzas por su desarrollo cultural y literario durante el siglo XIX, brillan y resurgen todavía los versos de Bonifacio Byrne, el poeta de la bandera, quien murió el 15 de julio de 1936 .
Después de transitar por el período de creación literaria juvenil, el fundador de los periódicos La Mañana y La Juventud Liberal, encaminó su pluma hacia la poesía modernista, convirtiéndose en el vocero de los entusiasmos y agonías de su pueblo en la lucha contra el yugo español.
Su primer poemario, Excéntricas (1893), fue calificado por Julián del Casal, una de las más altas figuras cubanas del modernismo, como interrupción del tono monótono de la poesía en la Isla; libro animado novedosamente, con desenfado y maestría, que convierte a su autor en “admirable y exquisito poeta”.
Uno de los mayores encantos de la obra de Byrne resulta el tratamiento de aspectos sencillos de la cotidianidad muchas veces olvidados por los escritores de la época, temas desarrollados con destreza en poemas como La alcoba, Los muebles y Entre los míos.
Como muchos intelectuales cubanos a lo largo de la historia, en el año 1895 se vio obligado a emigrar a los Estados Unidos por la circulación de los versos manuscritos en protesta por el fusilamiento del patriota Domingo Mujica.
En el exilio publicó en 1896 su libro Efigies, escrito en sonetos y dedicado a resaltar las figuras de los mambises alzados en armas contra el poder colonial; otro momento en cual su obra adquiere matiz político apreciable es en Lira y Espada (1900), su tercer poemario impreso.
Por esa vertiente de su quehacer lírico lo nombran “El poeta de la guerra”, célebre seudónimo acuñado por el crítico Nicolás Heredia y por el cual Bonifacio Byrne es conocido hasta nuestros días.
El poema titulado Mi Bandera, incluido en el volumen Lira y Espada, es de sus obras más renombradas, compuesta al regresar a la Isla tras el fin de la guerra hispano-cubano-norteamericana y en el que expresa su angustia por la incertidumbre del futuro de la Patria.
Al volver de distante ribera,
con el alma enlutada, y sombría
afanoso busqué mi bandera
¡y otra he visto además de la mía!
¿Dónde está mi bandera cubana,
la bandera más bella que existe?
¡Desde el buque la vi esta mañana,
y no he visto una cosa más triste!…
Con la fe de las almas austeras
hoy sostengo con honda energía
que no deben flotar dos banderas
donde basta con una: ¡la mía!
En los campos que hoy son un osario
vio a los bravos batiéndose juntos,
y ella ha sido el honroso sudario
de los pobres guerreros difuntos.
Orgullosa lució en la pelea,
sin pueril y romántico alarde:
¡al cubano que en ella no crea
se le debe azotar por cobarde!
En el fondo de obscuras prisiones
no escuchó ni la queja más leve,
y sus huellas en otras regiones
son letreros de luz en la nieve…
¿No la veis? Mi bandera es aquélla
que no ha sido jamás mercenaria,
y en la cual resplandece una estrella
con más luz, cuanto más solitaria.
Del destierro en el alma la traje
entre tantos recuerdos dispersos
y he sabido rendirle homenaje
al hacerla flotar en mis versos.
Aunque lánguida y triste tremola,
mi ambición es que el sol con su lumbre
la ilumine a ella sola —¡a ella sola! —
en el llano, en el mar y en la cumbre.
Si deshecha en menudos pedazos
llega a ser mi bandera algún día…
¡nuestros muertos alzando los brazos
la sabrán defender todavía…
El “Hijo Eminente de Matanzas” forma parte de los clásicos poetas cubanos que, sin descollar en planos más universales, logran alcanzar la excelencia de los maestros.