¡ES NECESARIO LUCHAR CONTRA EL CRUEL Y ESPANTOSO OLVIDO!
Vamos hacía el inevitable encuentro de la fiel e infatigable defensora del jazz en *CUBA*, quién murió sola en la penumbra, lejos y abandonada por todos….
Por. Henry Puente.
Durante una cotidiana noche de enero en La Habana de 1967, yo convertido ya en un pícaro adolescente, esperando ver pasar a Luisa María Güell, mí adorado ídolo de aquel entonces, quién trabajaba en un programa televisivo nombrado «Telefiesta», dónde los actores Diana Rosa Suárez y Enrique Almirante, debido a su extraordinaria belleza fungían como modelos de exhibición, mientras contemplaba el ir y venir de esa peculiar pasarela que era entonces aquel amplio vestíbulo del hotel Habana Libre, díez años atrás todavía Habana Hilton, entró ella y supe de inmediato que era diferente, su estatura y elegancia, la hacían notable, dueña de un peculiar refinamiento, se desplazaba rítmicamente, erguida y cimbreante en dirección al bar «El Patio», como si su forma de andar fuese también una manifestación de esa música que la obsesionaba. Allí, en aquel lobby bar, donde Maggie Prior solía descargar, comenzó nuestra amistad para siempre, al rato comenzó a cantar lo mismo un blues, un tema de la Fitzgerald, un bolero de Portillo de la Luz, o una canción de Edith Piaff, así recuerdo la primera vez que la vi, pero tras poco más de cinco decenios, su imagen y su voz van desdibujándose empecinadamente, sin el asidero de un registro sonoro o una imagen, y sólo aquellos que ya casi llegan a las seis o siete décadas pueden hablar del modo de cantar que la hizo singular y de los demonios que la atormentaron y terminaron venciendo su proverbial tenacidad, la necesidad de expansión de sus cualidades interpretativas tantas veces escamoteada, los extremos antagónicos en que se dividieron siempre las loas y los fuertes ataques para criticarla, estos últimos primaron mucho más. Maggie perteneció inconscientemente a una época que no la comprendió, ni podía hacerlo, la incapacidad para asimilar la pendiente en descenso, el paso de los años, el engaño, su trágico final.
Pero esto casi nadie lo sabe, ni que Margarita Prior Kindelán, ni Maggie Prior ha existido hasta ahora en ningún diccionario ni textos analíticos o enciclopédicos sobre música cubana, tampoco ningún cronista se ha ocupado de ella, salvo las atinadas excepciones de algunos textos referidos al jazz que la mencionan y contextualizan, los únicos son, los escritos por el ensayista y jazzman Leonardo Acosta, el gran saxofonista y escritor Paquito D’Rivera, y la investigadora colombiana Adriana Orejuela, quienes la sitúan puntualmente en el contexto del jazz, nadie, ni siquiera sus amigos, pueden confirmar las fechas de su nacimiento y muerte, no abundan fotos suyas y las cintas con su voz, maltratadas por tanto olvidó, decidieron desaparecer, sin embargo, su nombre está irremediablemente ligado a la historia de ese género en Cuba y también de otros no menos importantes.
Fue Maggie Prior, la única cantante, además de Delia Bravo, que se mantuvo durante más de treinta años dedicada al jazz, en el intento de deconstruír su huella en la vida músical de la última mitad del siglo XX cubano, el punto de partida, es sin duda, el jazz, en definitiva, principio y pretexto en su largo y azaroso camino de hallazgos y desalientos, es el jazz su seña identitaria.
Pero también las muchas Maggies que habitaron en ella son recordadas, para bien o para mal, devolviéndonosla como alguien con un perenne espíritu de búsqueda, apreciada por adeptos y despreciada por detractores, alguien que, al decir de Gilberto Valdés Zequeira, era portadora de una contagiosa y burbujeante alegría y una fuerte personalidad, alguien que, en modo alguno, podía pasar inadvertida y mucho menos, obviada.
Su imagen, su temperamento, su obstinación por cantar, su única obsesión ¡ Siempre cantar ! Demuestra la rebeldía de su espíritu y la ternura que intuyo en su gesto, y sobre todo, constatar los hechos que marcaron en ciertas etapas su capacidad para no aceptar una realidad político-social con la que sola tuvo que enfrentarse a la fuerza como una valiente rebelde.
Alguien muy cercano a los dos en mis primeros años, muy amigo de ella y mío, me contó, que Maggie tuvo ancestros paternos en la caribeña isla de Barbados, pero ella rechazaba con dureza referirse a ese vínculo familiar y ocultaba tras el silencio el trauma perceptible asociado a la figura del padre que nunca amó. Había nacido en Santiago de Cuba, una acuariana, según investigue sin corroborar, un 25 de enero de 1942, desde donde viajó muy temprano a La Habana a finales de la década de los 50, ya Maggie formaba parte de ese grupo de jóvenes que peregrinaban hasta las zonas más increíbles de la ciudad, para escuchar un nuevo disco, leer la última revista sobre música norteamericana o bailar y cantar hasta la extenuación, siempre jazz, todo el tiempo blues, jazz, mezclado también con un estilo interpretativo que ya se iba identificando como feeling, lo hacían en Prado y Neptuno, en el espacio que antes fue una afamada academia de baile, en El Bodegón de Goyo, El Bodegón de Celso, también en las descargas dominicales de Tropicana y cuanto sitio fuera propicio para escuchar y bailar, incluso algunas casas en las que sus dueños se transmutaban en diligentes anfitriones, que propiciaban el acceso a las últimas grabaciones llegadas del Norte, y el disfrute de voces y guitarras, a veces piano, y donde arribaban los amantes del feeling y los fanáticos del jazz que podían ser los mismos o diferentes, Pablo Marquetti cuenta que la conoció en el Bodegón de Celso, una bodega de barrio situada en Gervasio y San José, en la actual Centro Habana, la aparición de Maggie en el singular establecimiento era rutinaria, pero esperada por algunos asiduos, preparados para escuchar a “la princesa negra” que, al parecer, aún no rebasaba los 20 años, allí revisaban los últimos discos que Goyo había traído desde Nueva York o Miami, Maggie comenzaba su espontánea actuación, eran tiempos en que aprendía, escuchaba, interesada cada vez más con sus deseos de cantar, así la recuerda Gilberto Valdés Zequeira, quién cuenta, la conoció entre 1957-1958, en el barrio de Buenavista, poco tiempo después que la Prior abandonara su ciudad natal y se instalara en La Habana. Maggie intentaba febrilmente crear su primera formación musical, con lo que se empeñaba en cultivar su voz y copiar el temperamento de Ella Fitzgerald, de Sara Vaugham, sus preferidas y grandes referentes, para proyectarlos como lo que ella pretendía ser en ese momento, la voz líder de un cuarteto en ciernes que no lograba despegar, desde entonces Maggie se aferró al jazz y lo hizo parte y pasión de su vida.
A sugerencia del guitarrista y bajista Alberto Menéndez, muy vinculado al movimiento del feeling, Gilberto refiere haberle montado las primeras voces para aquel endeble cuarteto, cuyo nombre, disculpen, pero se me perdió en el olvidó de la ardua investigación, junto a Valdés emprendería, muy a inicios de la década de los sesenta, su primera aventura musical de cierta envergadura, ocurrió que Alberto Menéndez y su esposa Mercy Hernán, conocida cantante en el ambiente del feeling, integraban entonces el grupo instrumental Los Modernistas de Gilberto Valdés, pero llegado un momento, deciden abandonarlo, entonces sería Maggie quien sustituya a Mercy Hernán, en lo que sería su debut dentro de una formación musical con el cuarteto Los Modernistas de Gilberto Valdés, en el Casino del Hotel Deauville, en Galiano entre San Lázaro y Malecón, allí se inició el camino de Maggie sobre los escenarios, en un antiguo artículo periodístico encontré algo dicho por José Eugenio Yllareta, uno de sus integrantes, quién rememora con las siguientes palabras : “Tuve la oportunidad de comprobar, sin siquiera pensar que lo estaba haciendo, las facultades vocales de Maggie, estando Gilberto Valdés y yo a la caza de algún trabajo, nos acercamos al administrador del Deauville y le planteamos que teníamos un grupo que sería la propuesta ideal para amenizar en el entonces existente Casino de Deauville, nos aceptaron y nos plantearon que debíamos estar a las 2 pm en el Casino, eran las 10 am y nosotros no teníamos grupo alguno, ni vestuario nada de nada, entonces a correr, con algunas monedas fui rumbo al teléfono más cercano, y así armamos el grupo con los que habían aceptado, Columbié, Juan Bringues Ochoa, Gilberto Valdés, José Eugenio Yllareta y Maggie Prior, ella fue la última en entrar, pero pudo demostrar de manera fehaciente sus cualidades, ya que, prácticamente sin ensayo, logró interpretar un repertorio de standards en un momento en el que de esa actuación dependía el contrato, y ella lo hizo, fue una prueba de su alto nivel de profesionalismo”.
Entre los temas interpretados por Maggie con Los Modernistas de Gilberto Valdés, se recuerdan Tenderly, My Funny Valentine, That all black magic, Sofisticated Lady, Summer Time y otros que ella dominaba a la perfección tanto desde el punto de vista musical, como idiomático, en ese tiempo, una versátil Maggie Pior frecuentaría también las descargas y conciertos organizados por el recién fundado Club Cubano de Jazz, otros cantantes que actuaban en sus conciertos y jamm sessions, además de Maggie, fueron el veterano de mil batallas filineras y jazzísticas y Dandy Crawford, también la cantante de jazz y feeling Doris de la Torre, entonces con el grupo de Felipe Dulzaides.
Una de las características más sobresalientes de Maggie era su capacidad para intuír dónde se estaba gestando una idea interesante avanzada, y su ductilidad para insertarse en el grupo que la sostenía, a inicios de los sesenta se siente atraída musicalmente por lo que hoy se reconoce como La segunda generación de feeling, Marta Valdés, Frank Domínguez, Ela O’Farrill, Giraldo Piloto Bea y Alberto Vera, el memorable dúo autoral Piloto y Vera y otros, Maggie se acerca a ese grupo de compositores y cantantes, y se le recuerda con aportes interesantes en sus descargas y presentaciones en night clubs como el Sky Clubdel Hotel St. John, el Scherezada o el Club 21, todos en el entorno de la otrora entonces mágica Rampa, en El Vedado.
En 1960, la vieja casona de la calle O entre 17 y 19, en el Vedado habanero recibe a Felito Ayón y algunos amigos, cuya iniciativa la convierte en un espacio signado por el buen gusto en su decoración y en su ambiente, nació «El Gato Tuerto” comenzó a ser sitio obligado de artistas, estudiantes, escritores, músicos, intelectuales, el dúo de Marta y Daisy Baró “Las Capella”, a quién días atrás le hice una más que merecida reseña, cantan en su inauguración, pero estrenando las noches de cada día también se podía escuchar a cantantes y músicos de filiación filinera, como Elena Burke, Frank Domínguez, Miguel D’Gonzalo, Doris de la Torre, el Cuarteto de Meme Solís y otros que llegado el momento, descargaban también, Maggie Prior comenzaría a ser presencia y voz frecuentes en «El Gato» al igual que en otros espacios donde se reunían, lo que Adriana Orejuela denominaría como «Bohemia alternativa variopinta y diversa», que seguía el “feeling”, su personalidad, extrovertida y dramática, si no se imponía, al menos llamaba la atención en los círculos que solía frecuentar, se relacionaba también con figuras del mundo intelectual, pintores, actores, dramaturgos como Martínez Pedro, Felito Ayón, Virgilio Piñera, Carlos Piñeiro, esté último muchos años después la dirigiría, pero está vez como actriz, en un exitoso monólogo teatral, al unísono, Maggie continuaba manejando un repertorio de standarts y canciones norteamericanas más o menos conocidas, con las cuales proyectaba elegancia, todo el tiempo demostraba intensos deseos de superación, y a pesar de ser autodidacta, no despreció posibilidades para cultivarse, si algo no soportaba era la vulgaridad, al decir de su gran amiga de esos años, la filóloga Aries Morales, había en ella un refinamiento adquirido, pero expresado de modo natural y orgánico, su ansia de parecer y estar enterada y en posesión de lo más reciente en cuanto a información cultural y esencialmente musical, la hacían explorar otros caminos y permearse de todo aquello que consideraba de vanguardia, comenzó a admirar a Edith Piaff e hizo suyas muchas de sus canciones inmortales, descubre a Miriam Acevedo, un portento que ya entonces se revelaba, desde su soberbio desempeño como actriz, con un modo muy personal de cantar o de decir un repertorio de canciones y textos que la destacaba extraordinariamente.
En la primera mitad de los 60 conoce y se involucra con el escritor e intelectual José Hernández Artigas, conocido entre sus amigos y compañeros como Pepe el Loco y quien en esos años, además de poeta y narrador, era jefe de despacho de Antonio Ortega, director de la importante revista “Carteles”, también amigo del escritor Oscar Hurtado y del ya descollante crítico de cine Guillermo Cabrera Infante, Hernández Artigas se vinculaba a los jóvenes intelectuales que escribían en el semanario “Lunes” de un connotado periódico, quiénes le reconocían como un escritor de prometedor talento con aportes interesantes y próximos a un género con escasos exponentes entonces y dentro lo que hoy llamaríamos ciencia ficción, Maggie frecuentaba con Pepe estos círculos, y sus integrantes también acudían con frecuencia a escucharla, la Prior y Hernández Artigas vivieron juntos en el mismo apartamento de la calle San Lázaro entre Oquendo y Soledad, que continuó siendo el hogar de la cantante para siempre, tras poner punto final a su relación amorosa, la cual ya se tornaba problemática, a juzgar por ciertas características de la personalidad del poeta y periodista, sin embargo, al menos dos hechos pueden considerarse como saldo a favor de Maggie en esta relación, la influencia que ejerció sobre ella el propio Hernández Artigas y el entorno intelectual en el que se movía, acercándola y ganándole la simpatía y aceptación de muchos de los que lo integraban, con el nacimiento de su hijo Flavio, el apartamento de San Lázaro acogió sus momentos de mayor esplendor, con una excelente ubicación, en un barrio con fuerte presencia de músicos y artistas, Aida Diestro, la directora del famoso Cuarteto, Omara Portuondo, Antonio Arcaño, Olga Flora y Ramón, Néstor Milí, el creador de Los Zafiros, actrices, actores, modelos, bailarines, y en las proximidades de la céntrica Rampa, que comenzaba a ser el epicentro de la noche capitalina de los 60.
En 1961, las descargas de jazz de Tropicana se trasladan al Habana 1900, en las calles O y 25, concentrándose en la zona de El Vedado la mayoría de los sitios donde se podía disfrutar de este género.
Maggie, lo frecuenta a la vez que continúa presentándose en enero y febrero de este año en “El Gato Tuerto” junto a Marta y Daisy (Las Capella) y Luis García, otros lugares continuaban proliferando por la ciudad, controlando el INIT de manera centralizada los cabarets y clubs habaneros, se decide promover los días de descanso de los shows en los diferentes centros nocturnos, de este modo, durante el mes de marzo a Maggie podía vérsele en la llamada “Descarga del Capri”, junto a Bobby Jiménez, Víctor Franco, René Ferrer, Ela Calvo, Leonel Bravet y el Grupo de Frank Emilio, entre otros, aunque no era sólo jazz, sino tambien feeling lo que podía disfrutarse allí, de abril a junio de 1962, Maggie se presentaba en el “Descarga Club”, compartiendo escenario con Armandito Sequeira y su grupo, y Leonel Bravet, debió ser ya muy interesante su trabajo en esos días, para que Orlando Quiroga, en su sección “De viernes a viernes” en la revista Bohemia, comentara: «Somos muchos los que deseamos ver en 17 pulgadas a Maggie Prior cantando Hojas Muertas» refiriéndose a que deseaba verla en programas televisivos con más frecuencia. A sus referentes afroamericanas, había sumado también a Edith Piaff y se inclinaba ya por una entrega honesta y desprejuiciada, con una clara proyección en su hacer.
Maggie vuelve al Capri en octubre este 1962, está vez para asumir uno de los roles principales del famoso show “La Caperucita se divierte”, con dirección de Joaquín Riviera y coreografía de Tomás Morales, con un elenco que integraban Juana Bacallao, Dandy Crawford (sobre esté espectáculo hace poco publiqué una reseña) el Cuarteto de Meme Solís, entre otros,
En su sección “De viernes a viernes”, en la Revista Bohemia, el crítico Orlando Quiroga reseñaba sus impresiones: Lo mejor es la música, la gente del feeling, Moraima con su “Alivio” es antológico, Los Meme, Maggie Prior, Dandy Crawford y la gran dama de todo esto es Juana Bacallao, en este show Joaquín Riviera y Tomás Morales han logrado la mejor producción de cabaret presentada al público cubano durante todo el año. El éxito fue rotundo, al punto que provocó que este show se mantuviera en cartelera durante diez meses. Maggie interpretaba, como siempre, canciones norteamericanas en inglés, integradas a la historia que, en el cabaret, recreaba el famoso cuento de Perrault, al finalizar 1962, se seleccionó a los artistas más destacados por su quehacer durante el año, en la categoría de “cantante de jazz” fueron elegidos Leonel Bravet y Maggie Prior, apareciendo también Maggie dentro de la selección del mejor show de cabaret, al premiarse a “La Caperucita se divierte”. A unos pocas decenas de metros del Capri se encontraba el club “La Gruta”, en el sótano del cine La Rampa en la calle 23 entre O y P, una verdadera cueva que acogía a uno de los fenómenos más interesantes del jazz en Cuba, las descargas del grupo Free American Jazz, formado por los músicos norteamericanos Mario Lagarde y Erick de la Torriente, que habían recalado en Cuba «La Gruta” se convertiría en uno de los refugios nocturnos de Maggie desde 1962, cuando forma parte en las descargas del grupo, junto a Esther Montalván y más tarde con Elsa Balmaseda y César Portillo de la Luz. Cuenta el prestigioso guitarrista Rey Montesinos que fue allí donde la vio por primera vez en 1963, Montesinos tocaba ocasionalmente con el Free American Jazz y una noche se apareció y descargó con nosotros: Era la primera vez que yo veía ante mí lo que había escuchado en grabaciones, a una cantante hacer scat y era una cantante cubana, ella era seguidora de Sarah Vaugham y Ella Fitzgerald, se notaba que conocía parte de los repertorios de estas dos cantantes jazzistas que eran las mejores del mundo en ese estilo, eso se repitió muchas veces, pues Maggie frecuentaba los lugares donde se hacía el jazz, descargó también en las jam sessions que se hacían en otro local del Vedado, en la esquina que forman las calles 23 y 10, donde asistíamos todos los músicos de jazz de la época, eso hizo que nuestras relaciones se hicieran más sólidas, un día me preguntó si estaba dispuesto a acompañarla como guitarrista en un concierto en la sala teatro «El Sótano» y por supuesto, le dije que sí, y eso se hizo reiterativo en diferentes teatros y sitios culturales, para mí fue muy importante acompañarla, pues así yo me obligaba a superar tanto mi técnica como un estilo de acompañamiento, su repertorio iba desde lo más movido hasta el slow, basado principalmente en los standards del jazz y algunos temas del feeling, creo que fue una buena cantante, siempre la recuerdo como una jazzwoman. Con el Maestro Montesinos, coincide la poetisa y ensayista Nancy Morejón, amiga entrañable de la Prior, a quien, reconoce, le unía una hermandad muy especial: Ambas adorábamos el jazz y el cancionero norteamericano, cuando la conocí ya Maggie manejaba a la perfección un repertorio de standarts del jazz y canciones norteamericanas, principalmente de figuras negras, y afirma algo sumamente curioso: Estás canciones formaban parte, de un modo muy natural y orgánico, del ambiente sonoro de algunos barrios de La Habana, principalmente la zona del hoy Centro Habana, hecho que aporta una característica muy especial al modo de acercarse a esa música y asumirla, y que se remonta a una época donde todo esto, cantar en inglés, era algo totalmente natural e incorporado en el modo de vida y comportamiento de los jóvenes.
Ya en 1962 se dejaban sentir las escaramuzas en contra de la presencia del jazz como género en la radio y la televisión, así como en espacios nocturnos, comenzó apareciendo el oportunismo extremistas culpando el jazz de diversionismo ideológico ¡ Imagínense ! Música de nuestro siglo, por tanto, desapareció por completo de los programas de la televisión cubana. Los que amamos el jazz sabemos que proviene de los ritmos negros del Sur y representa, como los lamentos negros cubanos, una protesta contra la discriminación racial, en Cuba algunas voces empoderadas incriminaban a quienes cantaban en inglés o asumían cualquier actitud no convencional, que podía ser tildada de “extranjerizante”, lo mismo sucedió con el Rock, pero otras voces valientes, simplemente desde la música, resistían el embate, arropadas por el brillo de la noche habanera.
A La Prior no le queda de otra para poder trabajar y comienza a explorar otras posibilidades de expresión, en uno de sus primeros acercamientos al teatro, de que se tienen noticias, resulta memorable su versión de la canción tema de «Yago tiene feeling”, pieza teatral del malogrado dramaturgo, músico y actor Tomás González Pérez y que fuera estrenada por Pablo Milanés especialmente para la puesta en escena en 1962, tema, con letra del propio González y música de César Portillo de la Luz, fue retomado por la Prior, haciendo una interesante recreación.
Justo en mayo de 1963, tiene lugar, el mayor suceso jazzístico después de la desaparición del Club Cubano de Jazz, El Festival de Jazz del teatro Payret, primero en su género, organizado a iniciativa de Miguel de la Uz, quien fuera integrante del cuarteto vocal Los Modernistas, por el escenario del teatro del habanero Paseo del Prado desfilaron agrupaciones que serían las más destacadas de esa década, el Quinteto Instrumental de Música Moderna, el Free American Jazz, un quinteto dirigido por Leonardo Acosta, los cuartetos vocales Los Modernistas y del Rey, Omara Portuondo y otros músicos, y por supuesto Maggie Prior, quién se presentaría en otros espectáculos y lugares, a partir de su inserción ocasional en el formato de jazz band.
En marzo de 1964, volvía Maggie al Salón Capri, esta vez en las Descargas de Lunes, compartiendo escenario con Los Armónicos de Felipe Dulzaides, Ela Calvo y Free American Jazz, entre otros también descargaba, en algunos de los calurosos días de junio, en el club Atelier, de 17 y 4 en El Vedado, hoy curiosamente renombrado como Submarino Amarillo, junto a Free American Jazz , y muy de moda entonces, cuando los noctámbulos estaban de vuelta de todo y la noche se resistía a la llegada del amanecer.
Bobby Carcassés la recuerda por esos años, en que la conoció, justo cuando el pertenecía al Teatro Musical de La Habana, que dirigía Alfonso Arau, y comenzaba a trabajar en cabarets en la capital y ciudades del interior, según Carcassés, el cabaret y el night club eran, de momento, el único medio que la Prior tenía a su alcance, pero esto no la hacía feliz, prefería otros escenarios, siempre estaba a la espera de oportunidades de mayor impacto cultural, por lo que luchaba apasionadamente, en su opinión es a mediados de los 60 que se evidencia en Maggie la influencia del llamado “happening”, que ella decodifica de modo consciente y con un sello personal, en la pista, su proyección escénica se refuerza, con un desbordado dramatismo interactuando con músicos y público, desde la esencia misma de lo que cantaba, e implica a quienes presencia su actuación, de acuerdo al modo con que asumían su entrega.
Juan Formell aseguró, que también la conoció en estos años, rememoró las características de su singular personalidad y valoró positivamente sus facultades interpretativas y su especial entrega, su información musical crecía, al tiempo que asimilaba la influencia de su entorno inmediato, y de las relaciones adquiridas en aquellos convulsos años de los sesenta, Maggie, al igual que muchos, leía lo mismo a Calvert Casey que a Cortázar, a Carpentier que a Franz Fanon, en aquella Habana en que lo normal era intentar cultivarse y estar al día en el conocimiento, esto le permitiría trascender los límites de la réplica del cancionero jazzístico norteamericano y asumirlo con un sentido creativo y renovado, era común que ciertas salas de teatro acogieran también recitales y conciertos, Nancy Morejón recuerda uno muy especial, en la desaparecida sala Arlequín, donde Maggie, en esta línea, mezcló canciones, poemas y textos dramáticos, incluso, declamó un poema de Morejón “Putain cou coupe” consiguiendo un clímax de tal magnitud que motivó los gritos elogiosos y los aplausos de Virgilio Piñera, admirador declarado de Maggie, quien formaba parte del público, las canciones ese día abordaban un amplio espectro, desde el blues a la canción internacional pasando por el feeling, desde la Fitzgerald y la Vaugham, hasta Edith Piaff y Judy Garland, según Nancy Morejón, era Maggie en ese momento una especie de chanssonier femenina, lo que marcaba la diferencia respecto a los cantantes masculinos de jazz. Maggie Prior, como casi todos, vivía a plenitud aquel esperanzador presente que se gestaba en los años 60, que después pararon convirtiéndose en un total fracaso y ruina.
Durante la primera mitad de los sesenta, Maggie, relacionada como estaba con muchos intelectuales cubanos, conoce al escritor argentino Julio Cortázar, quien por aquellos años descubriría una Habana seductora, «El Gato Tuerto» le abriría cada día sus brazos y sus puertas, como un paliativo dulce para inaugurar la noche, el jazz sería uno de esos vasos comunicantes que propiciaron entre Maggie Prior y Julio Cortázar una especial empatía, que devendría fuerte y significativa relación, glosando una anécdota de aquellos encuentros, que demuestra el papel de la música en este vínculo. En el consultorio y clínica del doctor Caíñas había un local con piano en el que además, ensayaron agrupaciones como el Tres más Uno y la Orquesta Los Van Van de Juan Formell, ahí organizaría la cantante Maggie Prior una descarga para el escritor argentino Julio Cortázar, gran fanático del jazz y trompetista aficionado, quien unos años más tarde y en otra visita pudo conocer y escuchar a nuestros dos trompetistas del momento Arturo Sandoval y Jorge Varona, algunos aseguran que Cortázar hizo mucho para que Maggie lo siguiera a París, pero no fue suficiente para reventar todos los cerrojos que abrirían a la cantante las puertas hacia Europa, otros lo desmienten y afirman que Maggie, a pesar de la situación de decadencia existencial por la que ya empezaba a transitar, nunca quiso aceptar la invitación de Cortázar a seguirlo a París, incapaz de soportar como emigrada la tierra prometida, de renunciar a lo que le era raigal, y decidió permanecer en La Habana, contra todos los vientos y todas las mareas que la azotaron.
Proyectaba seguridad y firmeza, pero al parecer, no tuvo fuerza suficiente para enfrentar los escollos que sobrevendrían a raíz de su vínculo con el escritor argentino, en una época donde una relación íntima amorosa entre cubanos y extranjeros era no sólo mal vista, sino también arriesgada por los problemas sucesivos que entrañaba, algo duradero hasta nuestros días.
Posteriormente, Maggie participaría en unos conciertos de creación y entrega colectiva donde cantó acompañada de músicos que hoy son verdaderos íconos, Pablo Milanés, Martín Rojas, Eduardo Ramos, Sergio Vittier, el bajista, compositor y productor Eduardo Ramos, allí interpretó un tema de Noel Nicola y también estrenó una canción del compositor italiano Luigi Nono.
En contraste, 1968 es también el año de la mal llamada Ofensiva Revolucionaria, que, entre otras medidas, provocó la intervención de los pequeños negocios, y en particular, el cierre temporal en unos casos, definitivo, en otros, de los cabarets, night cluby clubes de jazz. aunque pronto el error se hizo ostensible y hubo que abrir algunos de los principales centros nocturnos, los más pequeños no corrieron la misma suerte, dejando sin trabajo a un gran número de músicos y cantantes, que torpemente, entre el asombro y la angustia, comenzaron a enrumbar sus vidas envueltas en miseria y sus sueños por los más diversos caminos, intentar cambiar la profesión, el retiró y lo más duro, la emigración para siempre, entonces comenzó la hecatombe y lo más absurdo nunca visto en Cuba, las reivindicaciones sociales junto a muchos prejuicios, provocando que funcionarios malsanos y venales con poder hicieran de esté un instrumento personal de selección y descarte, los sesenta fueron también los años de la ya mencionada, conocida y reconocida estigmatización del jazz y sus cultores, a partir de una serie de acciones que todavía, casi al final de la década siguiente, dejaba este género a merced de las polémicas y prohibiciones que lo mezclaban con las posiciones políticas de quienes dirigían determinados espacios y decidían qué y cómo debía ser la cultura de mi país. Son los años en que Maggie Prior, como muchos otros, tuvo que soportar las devastadoras consecuencias de las evaluaciones de 1968 en el sector musical, cuyos veredictos se dejaron permear en numerosos casos, de criterios extramusicales, venales y sumamente excluyentes. Maggie fue una víctima de aquel proceso. Descubro que aquí arreciaron, acaso, los primeros conflictos y el inicio de un angustioso camino para la cantante, a las evaluaciones, a la disminución de los espacios donde tocar y cantar, a la reticencia “administrativa” en los medios frente al jazz por seguir considerándolo, increíblemente, “la música del enemigo”, se sumaba el hecho de que los mismos instrumentistas dejaban poco espacio a los cantantes del género, porque los músicos de jazz se proyectaban únicamente hacia lo instrumental, al jazz sin voz, ya no eran tiempos de cantantes, sino de músicos obsesionados por demostrar un grado de información y virtuosismo que los hiciera competitivos, principalmente porque la evolución de este género había modificado la relación misma del músico con su instrumento, afianzando su vínculo indisoluble y liberador, esté enfoque comenzó a prevalecer y se extendió en lo adelante hasta nuestros días, por si esto fuera poco, la Prior debió enfrentar además, a la venalidad de los dirigentes de turno, cuando se le prohíbe entrar en el edificio de la Radio y la Televisión, justo por llevar el pelo afro, y con la condición «sine qua non» de que si quieres regresar tendrás que hacerlo cuando te hayas peinado correctamente, encarando Maggie airadamente al censor, con las consecuencias que cabía suponer entonces.
Fueron años de aceptar diversas preferencias, al tiempo de persecución por todo lo que se saliera un poco de la norma, y Maggie se salía, era una mujer negra paradigmática en muchos sentidos, era rupturista, avanzada, contestataria, libre, con una sensibilidad a flor de piel, y para colmo, era y quería que se supiese, profundamente cubana en su cosmopolitismo, para los que éramos muy jóvenes entonces, Maggie representaba un vanguardismo que entonces no podíamos definir muy bien, sólo sabíamos que ella era icónica, llamativa, diferente, eran los años que inauguraban una nueva década, finalizando los 60, años demasiado convulsos para ser olvidados.
Por esos años finales de los sesenta, Maggie inicia una relación sentimental con el actor Rolen Hernández, quien la acercó aún más al teatro, estimuló su presencia en la escena musical e intentó dar respaldo a su a veces insegura actuación ante los escollos que cada vez más atravesaban su camino, se le ve en el elenco de un grupo de teatro de aficionados del que salieron importantes actores, como Daisy Granados, Francisco García y Susana Alonso, tomó clases con José Milián y Pepe Santos, está experiencia le valió para vincularse después, por corto tiempo, al grupo teatral «La Ronda» fueron los crueles años de la llamada “parametración”, que destruiría muchas vidas y a muchos artistas, está cerca también de su amigo Vicente Revuelta y del “Grupo de los 12”, de ellos también nutrió su interés por el teatro, al tiempo que ayudó mucho espiritual y materialmente a directores, dramaturgos y actrices que fueron víctimas de este absurdo y devastador proceso. Junto a su talento interpretativo, se habían pronunciado rasgos de su personalidad que obstaculizaban el crecimiento de su carrera, muchas veces era desbordada y explosiva, otras, depresiva e inconstante, no siempre encaraba con sagacidad los numerosos obstáculos que encontraba, comenzaba a abandonarle la paciencia y afloraban en ella sentimientos de frustración y desesperanza, lo que le restaba fuerza a sus exigencias y razones y desembocaban en crisis de angustia y depresión,
Maggie debía y quería trabajar, continúa presentándose en escenarios nocturnos habaneros que habían sobrevivido tras la tormenta de 1968, en noviembre de 1972 vuelve al Capri, en un elenco formado por el grupo Tres más Uno, el cuarteto Los Enríquez, Vilma Valle, el Conjunto Casino y otros, por esos años acudía también al antiguo club “Johnnys Dream”, ahora denominado “Río Club”de Miramar, y que por aquellos años los propios músicos lo convirtieron en el lugar de los jazzistas y las descargas, descargaba en “El Johnnys» con Pucho López, Pablo Menéndez, Nicolás Reynoso, Emiliano Salvador y otros, canta también en el cabaret Caribe del Hotel Habana Libre, vuelve al cabaret Capri con la orquesta de Leonardo Timor, quien se encarga especialmente de orquestarle las canciones popularizadas entonces por la italiana Mina, pero no deja el jazz, sólo que para trabajar en estos lugares tenía que alejarse un poco del repertorio anglosajón e interpretar canciones y temas de otros géneros y procedencias, siempre incluía canciones como “Te voy a dar”, compuesta por ella y por Ricardo Mosquera, y otras de la llamada canción social, también se le podía ver en ocasiones en el cabaret Copa del hotel Riviera, en el concierto de la medianoche con acompañamiento de guitarra Zenaida González, y también de la orquesta de planta del cabaret. Canta en la inauguración de una exposición del escultor cinético de origen rumano Sandú Darié, sobreviene entonces el segundo cierre de los cabarets y se vuelve a quedar sin sitios donde trabajar, aunque no se aleja del teatro, hace cuatro recitales en la sala Hubert de Blanck, en los que cantó esencialmente, blues, jazz, canciones filineras, impacta con sus versiones muy personales e inolvidables de Cachitay Drume Negrita y aún se recuerda su The Man That Got Away, acompañada únicamente por Zenaida González, está vez sin la guitarra, pero con una tumbadora, por decisión de la propia Maggie. Ahora las casas de Carlos Piñeiro, Felito Ayón y la suya propia serían los sitios de asidua concurrencia para descargar.
La creación por Bobby Carcassés en 1979 del Festival Jazz Plaza podía suponer para Maggie la acogida en un foro que debió serle natural, sin embargo, no fue exactamente así, no hubo un espacio fácil allí para los cantantes de jazz, al menos en sus años iniciales, no es hasta en 1988, que el Festival Jazz Plaza concedió un sitio amplio a algunos cantantes, que en las últimas décadas habían estado ausentes de los espacios dedicados a este género en los diferentes medios, por los escenarios del evento pasaron Mayra Caridad Valdés y Bobby Carcassés, y también Maggie junto a otras cantantes, no esencialmente jazzistas, pero que de algún modo se acercaban al género, como Beatriz Márquez, Argelia Fragoso y los grupos Eco y Vocal Juventud. Como excepción, en la década de los 80, Maggie subió al escenario en algunas ediciones del Festival de Jazz, haciéndose acompañar por el trío de jazz Fusión 3, formado por el pianista Freddy González, con Jesús Fernández en el bajo y René Lauzurique en la batería.
El programa de televisión «Y algo más», dirigido por Pedraza Ginori, dedicó parte de su emisión del 15 de febrero de 1983 al jazz, presentando a Arturo Sandoval, Mayra Caridad Valdés, Maggie Prior y a Gilberto Torres y Los Bailadores de Jazz de Santa Amalia, quizás sea ésta la última referencia sobre la presencia de Maggie en la televisión cubana.
Cansada de tantos molinos de viento, ya por los ochenta, Maggie rinde las armas del jazz, al menos, públicamente, y comienza a transitar un camino de renuncias y reveses por la llamada música popular.
El declive y la marginación en escenarios y medios cubanos la obliga a derivar poco a poco hacia la balada y la canción, donde no brillaría como antes, se integra a diversos espectáculos diseñados por Alexis Vázquez, su compañero en la vida por aquellos años, y se presenta en varios países de Europa del Este y Japón, sin mayor trascendencia mediática ni artística.
A partir de ese momento, ya nunca más fue la misma, se apagaba por completo su esplendor, comenzando una larga estela de conflictos familiares y la frustración la abatiría definitivamente, se inicia así el conteo regresivo, son los primeros pasos hacia la soledad y el olvido.
En 1988, cuenta su hijo Flavio, sufrió el primer accidente cerebrovascular, el reto de una secuela motriz que ella se empeñó decididamente en superar, cuatro años después, sobrevendría el segundo y tras varios meses de lucha tenaz por su rehabilitación en el hospital Hermanos Ameijeiras, de La Habana, dicen que Maggie perdió junto a sus deseos de vivir, sus facultades esenciales, su hijo asegura que moriría un día de 1992, olvidada y abandonada por todos.
Más allá de sus dotes y aptitudes como cantante, Maggie Prior fue absolutamente importante, porque supo desde su condición de mujer resistir y defender el jazz, en circunstancias adversas y hasta hostiles.
Independiente que fue mí amiga la quise y estime muchísimo, desde aquel día en 1967 que me tropecé con ella en el lobby del hotel y nos fuimos juntos hacía una barra para poder escucharla cantar dentro del bar «El Patio» dónde quedé fascinado, algo que perdura hasta esté momento del 2021, también existe la razón de ir tras sus huellas e intentar encontrar algo más que ese recuerdo para rendirle un justo y sentido homenaje a esa quién fue una artista tenaz maravillosa e inolvidable….