La Habana, esperanza de la inmigración. (I parte)
Cada ciudad posee su propio encanto, ya sea por el clima, la arquitectura, la topografía o la ubicación geográfica, pero lo que más incide en que las ciudades sean diferentes entre sí, es por la gente que las habita y si se trata de la capital del país, entonces estamos en presencia de un verdadero mosaico de citadinos habaneros de orígenes tan diversos como numerosos.
Desde la segunda mitad del siglo XIX Cuba se convirtió en algo así como la tierra prometida para los abandonados de la fortuna del viejo continente, en especial los españoles por su afinidad colonial con la isla, a pesar de la guerra de independencia que se estaba librando en nuestros campos, la situación de Europa, azotada por un sinnúmero de conflictos bélicos y la hambruna aparejada a estos era peor, por lo que hasta muy entrado el siglo XX la inmigración que recibió la isla fue abundante y diversa, desde españoles, ciudadanos de países del este de Europa, un número considerable de judíos, otros del medio oriente, hasta chinos y japoneses.
De modo que la población de La Habana de los cincuenta se nutría, en buena parte, de una serie de comunidades de inmigrantes de muy diverso origen por un lado y por otro por las comunidades hispánicas que se agrupaban por autonomías en sociedades de beneficencia, ayuda mutua y recreación al servicio de gallegos, asturianos, andaluces, catalanes, canarios, vascos, mallorquines, etc. llamados La Colonia Española.
Los españoles estaban diseminados por toda la ciudad, pero existían otras comunidades, como los judíos, que habían establecido sus negocios (prestamistas, almacenes de productos importados y tiendas de ropa y bisuterías) en la calle Muralla donde para mí era muy curioso ver a los propietarios en medio de la acera disputándose los transeúntes para conducirlos casi a la fuerza dentro de las tiendas para mostrarles los excelentes y baratos surtidos recién importados de Europa, mientras los dependientes, casi siempre cubanos, permanecían esperando dentro de los locales dispuestos a poner el almacén a los pies de quien entrara, aunque no comprara nada.
La colonia china se había asentado en un sector bastante grande de La Habana extramuros, alrededor de la calle Zanja donde ofrecían una diversa gama de servicios que iban desde pequeños restaurantes típicos, farmacia tradicional, mercado de verduras, pescados, pequeños cines, teatro erótico, artesanías autóctonas y hasta editaban un periódico en cantonés y en ese perímetro se encontraban sus sociedades mutuales, también contaban con un cementerio chino pero este estaba situado en terrenos del Nuevo Vedado, exactamente en la intersección de 26 y Zapata.
Los españoles que, como dije antes, estaban esparcidos por toda la ciudad, preferían el comercio de víveres, bebidas y licores, carnicerías, pollerías y la renta de viviendas. Estos pequeños capitales los levantaban trabajando muy duro y siendo muy ahorrativos durante muchos años y no todos lo lograban, también conocí muchos que vivieron toda su vida laborando como jornaleros en diferentes oficios como carpinteros, albañiles, mosaístas, choferes y peones con edades muy avanzadas y hasta el fin de sus días, pero felices de vivir en esta tierra generosa que les abrió las puertas y su corazón.