De mis memorias (I parte).
Quedan pocas personas en Cuba que puedan dar fe por su propia experiencia de cuánto nos afectó la II Guerra Mundial y otros pensarán que eso ocurrió muy lejos de nosotros, en Europa pero en mi caso recuerdo muy bien que había personas amigas de mi familia que sufrieron la crueldad de la guerra en carne propia como nuestra amiga Alejandrita, que no paraba de llorar la pérdida de sus dos hijos, marinos del buque mercante ¨San Andrés¨ hundido y masacrada su tripulación por un submarino alemán cuando, formando parte de un convoy cargado de hombres y alimentos se dirigía a Europa. Era desgarrador escuchar su desconsuelo por no poder dar cristiana sepultura a sus cuerpos perdidos en el fondo del océano.
Recuerdo también que hubo mucha escasez de alimentos y de jabón, el arroz que se conseguía traía una fauna de bichos, incluyendo gusanos, definitivamente asquerosa. El jabón que se conseguía no era menos inmundo, elaborado con un sebo ofensivamente fétido no era posible usarlo para el aseo personal. Era tal la escasez que cuando se descubría la aparición de algún camión cargado con estos detestables productos se corría la voz y salían personas de todas partes blandiendo recipientes y constituyéndose en turbas, asaltaban el camión antes de arribar a las bodegas llenando aquellos recipientes con el arroz que podían apoderarse hasta que el ejército y la policía decidieron escoltarlos hasta sus lugares de destino.
En casa atravesamos días en los que solo teníamos harina seca de maíz para comer y mi pobre abuela que era muy orgullosa nos atragantaba aquel funche en absoluto silencio para que nadie supiera que no teníamos comida y cuando terminábamos de comer nos daba un palillo de dientes a cada uno para simular que habíamos comido carne ante la mirada escrutadora de algunas vecinas chismosas.
Al margen de la repercusión de este drama bélico, tanto en Estados Unidos como en nuestro país comenzaba a observarse como la corrupción minaba la esfera política con lo que la mafia y sus procedimientos nada ortodoxos comenzaban a mostrar su nefasto poder y ya a mediados de la década de l940 en nuestra capital, proliferaban pandillas de gánsteres que se habían apoderado de barrios enteros donde explotaban el juego y la prostitución y en las zonas comerciales extorsionaban a los propietarios de pequeños negocios obligándolos a pagarles por una supuesta e inexistente seguridad que decían brindarles.
Con este panorama de corrupción y violencia eran frecuentes los enfrentamientos entre pandillas rivales, a tiro limpio, al estilo de Chicago en las calles habaneras.
Quizás el más famoso enfrentamiento fue el conocido como los Sucesos del Reparto Orfila en Marianao el quince de septiembre de 1947, donde la pandilla del comandante Mario Salabarría tripulando carros patrulla de la Policía Nacional en lo que la prensa denominó como un ajuste de cuentas, ametrallaron la casa del exjefe de la policía de Marianao e integrante de la UIR (Unión Insurreccional Revolucionaria) el también comandante Antonio Morín Dopico causando una sangrienta masacre en la que pereció acribillada, junto a otras personas de ambos bandos, la esposa de éste en pleno estado de gestación.
Mis cuatro primos ya adolecentes hacían algunos trabajos de mensajería en farmacias y repartiendo cantinas a domicilio o haciendo la limpieza de establecimientos comerciales con lo que aportaban algún dinero a la economía familiar y yo siendo pequeño aún era el único que disponía de tiempo libre para escuchar, íntegramente, los recitales de canciones de mi madre todos los días frente a la batea de lavar.
Existían por aquellos días unas publicaciones periódicas de aventuras y otras de tipo biográfico que le llamábamos Muñequitos donde se contaban historias de héroes reales y de ficción a través de dibujos, de manera que resultaba muy entretenida la lectura, pero como aún yo no sabía leer, dependía de que alguien dispusiera del tiempo libre y quisiera leérmelas. Confieso que a veces tenía que ponerme enérgico y hasta llorar un poco para convencer a mis lectoras habituales que decían estar cansadas.
Así las cosas, uno de estos días de perreta mi querida tía María, quien pasaba todo el día prendida a una vieja máquina Singer cosiendo me preguntó -¿quieres aprender a leer y escribir?- Y a partir de ese día, sentado al pie de su máquina de coser, comenzó a enseñarme y con solo tres años y medio de edad aprendí lectura y escritura y los productos básicos que antes les llamábamos las tablas de sumar, restar, multiplicar y dividir lo que me hizo muy independiente a pesar de mi corta edad y cuando me llevaron a la escuela primaria me ubicaron en el cuarto grado.
Estos conocimientos, quizás un poco extemporáneos para mí edad, me permitieron seguir las interpretaciones de mi madre leyendo las letras de las canciones publicadas en los cancioneros de mi primo Rolando quien sentía verdadera pasión por el canto.
También me ejercitaba constantemente en el oficio de leer cuanto anuncio, lumínico o no, encontraba a mi paso cuando salíamos mi madre y yo en las tardes a pasear por las calles que nos llevaban al bello parque, recinto principal de mi imaginación y fantasías, donde encontraba a otros chicos para jugar y competir tirando pequeñas vainas de ¨saltapericos¨ a cualquiera de las fuentes del parque repletas de platys, guppys y molineses que coloreaban sus aguas, pero la mayor atracción de la tarde era cuando aparecía el barquillero, un señor mayor que cargaba una especie de tanque, parecido a un extintor de incendios que tenía una ruleta de la suerte instalada en la boca del tanque cargado de deliciosos barquillos y resultaba muy emocionante pagar el derecho a apostar con la ruleta (dos centavos) y ganar los deliciosos barquillos que, por tradición secular, solo se podían adquirir a través de esta suerte de azar que para nosotros era fabulosa.
Con el paso de los años la presencia de golosinas en el mercado se va modificando atendiendo a la obsoletizacion de tecnologías, contracciones y crisis de mercado, etc. y en mis tiempos existían algunas, desconocidas hoy, que realmente se extrañan porque han sido suplantadas por otros productos de muy inferior impacto al de las barras de horchata, los batidos de leche malteada, los refrescos de seltz con su variadísima gama de sabores y la superversátil presencia del chocolate desde las barras amargas para prepararlo caliente hasta la infinita variedad de bombones, peteretes, africanas helados y batidos.
Así como los emigrados polacos habían importado las llamadas fuentes de soda donde se expendían los deliciosos refrescos de seltz, los japoneses lo hicieron produciendo helados de frutas naturales de tal calidad que no encontraron competencia alguna y si un absoluto nivel de aceptación popular convirtiéndose en las delicias de grandes y pequeños.