El token en Cuba: ¿injusticia o necesidad?
En gran parte de Cuba durante la colonia y los primeros años de la República se pagó con tokens (conocidos por acá como fichas), vales y otros inventos, con los cuales siempre, siempre, siempre, salía ganando el pagador y muy perjudicado el pagado. Nuestros libros de Historia están repletos de anécdotas sobre la injusticia de semejante sistema, por lo que ya, desde parvulitos, asumimos que el pago con fichas en nuestra Isla fue siempre el producto podrido de maquiavélicas mentes empeñadas en esquilmar hasta el último centavo a los infelices.
Pero, aunque bastante de esto hubo, la historia nunca es en blanco y negro; hay muchos grises que condicionan los fenómenos y en el caso del pago con tokens en Cuba, al menos en un inicio, fue más decisiva la necesidad que la mala voluntad de unos cuantos desalmados.
Origen del token en Cuba.
Partamos del hecho de que el sistema monetario español a mediados del siglo XIX era un completo desastre: La moneda de la Madre Patria era una de las más degradadas de Europa – por una sucesión de causas económicas y políticas que no vamos a relatar aquí y que harían de este artículo aburridísimo – la consecuencia más visible era la escandalosa escasez de circulante, que se hacía mucho más alarmante en las pocas colonias que le quedaban a España, pues la hacienda metropolitana en quiebra les sacaba a sus súbditos de ultramar hasta los clavos de las herraduras. Esta política abusiva de la metrópoli, junto a la costumbre tan criolla de los capitalistas de acá de invertir los ahorros en Estados Unidos y Europa, donde estaban a salvo de Madrid, provocaban que la Siempre Fiel Isla de Cuba padeciese una exasperante falta de dinero en metálico para el pago de cosas tan cotidianas como los jornales o el pan.
Tan crítica era la situación – sobre todo en la moneda fraccionaria, la llamada calderilla – que en los mercados el valor de los productos siempre superaba con creces el valor nominal de las monedas circulantes.
Los tenderos intentaron entonces superar la situación imprimiendo sus propias monedas fraccionarias a golpe de martillo y punzón, en hojalata u otro metales nobles con el fin, no sólo de resolver un problema real de numerario, sino también de fijar al cliente a la tienda. Muchos servicios públicos de transporte, almacenes de víveres y ropas, y hasta lujosos cafés de las grandes ciudades cubanas acuñaron bellísimos tokens por los que al día de hoy se pelean los mejores numismáticos.
Entonces, y es importante subrayar esto, los tokens cubanos no nacieron en los centrales azucareros, como de forma errónea cree mucha gente, sino en el comercio y los servicios, en las ciudades, para resolver una apremiante necesidad, que de otra forma no hubiese encontrado solución. Sin embargo, sería en los centrales donde alcanzarían su mayor dimensión y se convertirían en un complejo instrumento económico que trascendería al imaginario popular.
El imperio del token.
Los centrales azucareros, por razones obvias, se encontraban enclavados lejos de los principales núcleos urbanos, en las zonas agrícolas, donde, por razones también obvias, escaseaba la moneda fraccionaria, tanto o más que en las ciudades.
Mientras la producción de la industria azucarera descansó sobre el trabajo esclavo la necesidad de numerario no fue particularmente alarmante para los ingenios; pero cuando la esclavitud comenzó a desaparecer paulatinamente y, finalmente, fue abolida, la necesidad les explotó en la cara a los hacendados cubanos y sólo les quedó generalizar el token como forma de pago.
Claro, que este sistema también les permitió mantener el ciclo de circulación en su provecho y maximizar las ganancias a través del establecimiento de una red comercial y de servicios, la llamada “tienda del central” que era donde único se aceptaba la moneda particular de cada ingenio.
Tan rentable era el sistema, para el dueño se sobreentiende, que rápidamente todo el dinero abonado en forma de tokens regresaba al pagador a través de estas tiendas mixtas. Los comerciantes que, a lo largo de muchos años se habían establecido en las inmediaciones de los centrales se vieron obligados, al ver como se les esfumaba su mísera clientela, a aceptar como pago las fichas de los centrales, so pena de quebrar definitivamente y caer también en la esfera de influencia de estas grandes fábricas de azúcar que se convirtieron, de hecho, en verdaderos, feudos autárquicos, en los que los jornaleros se encontraban atados, no a la tierra, sino a la tienda.
Para que se entienda el alcance y el poder que llegaron a tener los hacendados gracias al token, un botón de muestra: El central Santa Lucía, en la región de Gibara, en el Oriente de Cuba, uno de los más grandes del mundo a finales del siglo XIX tenía como negocios asociados (donde, se podía pagar con tokens del ingenio), cinco grandes tiendas mixtas, siete expendedoras de víveres, una zapatería, un alambique, tres barberías, una farmacia, nueve cantinas, un colegio, una confitería, dos fondas, tres herrerías, tres panaderías, tres tiendas de ropa, dos sastrerías y una talabartería.
El fin
Con la llegada de la República el imperio del token comenzó a tambalearse en Cuba. La adopción de la moneda norteamericana en detrimento de la depreciada divisa española suavizó la necesidad de su uso, pero la expansión de la industria azucarera en las dos primeras décadas del siglo XX permitió que subsistiese como forma de pago en los apartados rincones de nuestra geografía, donde no llegaba la voz de La Habana o donde, sencillamente, no se le hacía mucho caso, porque el ritmo de la vida y de la realidad cotidiana era completamente distinto.
Sería el gobierno del mayor general José Miguel Gómez el primero en intentar frenar la onerosa práctica, aunque con resultados muy modestos. El fin definitivo del pago con fichas llegó por ley en la década de 1930, cuando se prohibió, sin excusas ni pretextos, el uso de monedas, signos, fichas, vales o cualquier otro medio de pago particular.
Hasta qué punto se cumplió esta ley es otra historia, pero poco a poco desapareció de la realidad cubana hasta extinguirse por completo y convertirse en una curiosidad numismática.
Desde el punto de vista más pragmático el uso del token fue una necesidad imperiosa y, en parte, sobre él se cimento la expansión de la industria azucarera cubana; desde otra forma de ver las cosas, más humana, si se quiere, fue un mecanismo cuasi feudal que empobreció al jornalero cubano y le ató a las leyes particulares de hacendados y empresas. ¿Necesidad o injusticia?, no sé, siempre será una cuestión de opiniones.
Bibliografía consultada:
Moreno Fraginal, Manuel. El token azucarero cubano. Museo Numismático de Cuba. S/E. S/A.
Escrito por pacotilla. www.Todocuba