El anatematizado Teatro Shanghái.
En La Habana de los años cincuenta el solo hecho de penetrar en los predios del Barrio Chino ya suponía una predisposición al exotismo de una milenaria cultura que siempre he admirado y respetado.
Dependiendo de la hora en que se produjera la visita, la imagen de su población podía ser distinta. Es decir, en horas de la mañana solo se verían los chinos que estaban a cargo de los establecimientos o negocios abiertos al público cubano o turistas extranjeros. Sin embargo, después de las tres de la tarde en todas las calles se podía ver a gran cantidad de chinos sentados a las puertas de sus viviendas o deambulando masivamente por todo el barrio produciendo una imagen sorprendentemente distinta a la de la mañana.
Aunque pude apreciar este contraste muchas veces nunca, hasta hoy, he logrado desentrañar su misterio, pero continué, siempre que estaba cerca, disfrutando de la exquisita (y barata) cocina china, con sus deliciosas maripositas en salsa agridulce, arroz frito y el aplatanado chop suey (aun hoy se me hace agua la boca).
En una Habana donde existían varias docenas de cines, suficientes teatros y una buena cantidad de clubes nocturnos y cabarets, las noches del Barrio Chino, salvo por los tugurios de prostitutas y los fumaderos clandestinos de sustancias y yerbas alucinógenas, no tenían el poder de convocatoria como para competir con el variadisimo mundo del espectáculo habanero, salvo por una exclusiva oferta, única en su clase en toda la noche capitalina: El Teatro Shanghái.
Ubicado en Zanja entre Campanario y Manrique fue construido por los comerciantes chinos del barrio en 1870 para ayudarse a soportar la nostalgia de su lejana tierra disfrutando de funciones de Ópera Cantonesa. Con el nuevo siglo se introdujo en Cuba el cinematógrafo, por lo que, además de las modernas salas de cine que se inauguraron en la capital, los teatros adquirieron equipos de proyección para la exhibición de filmes mudos con los que cubrían el “tiempo muerto” entre los estrenos teatrales y el Shanghái también fue equipado con la moderna tecnología, incluyendo un piano para ambientar las películas silentes.
En la primera década del siglo XX, el teatro fue adquirido por una administración cubana y a partir de entonces no se presentó más la Ópera Cantonesa y fue sustituida por funciones de teatro vernáculo, pero un poco más subidas de tono que lo habitual.
Aunque no tengo registro de que existiera competencia, pienso que, es posible que coincidiera en el tiempo con el Teatro Alhambra de Consulado y Virtudes, que se puede considerar el decano del género en la capital con la compañía de Regino López y Jorge Anckermann. Esta compañía hizo historia ininterrumpidamente durante muchos años, hasta el derrumbe del teatro en 1930.
La historia del Shanghái es otra y su supervivencia hasta 1959 fue, no por la calidad artística sino por lo atrevido de sus presentaciones que fueron, a través del tiempo, subiendo el tono erótico hasta llegar al desnudo femenino de las coristas.
Las comedias no brillaban por su calidad dramatúrgica, ni creo que ese fuera el propósito de los autores que jamás revelaban sus nombres. Por su escena transitó talento artístico actoral que eventualmente alternó su trabajo con otras compañías vernáculas y, tanto estos como las bailarinas y cantantes que se presentaban en la segunda parte, hacían sus interpretaciones musicales o danzarias sin desnudarse ni participar en ninguna visualidad de tipo erótico, además nunca se realizó el desnudo masculino en vivo. Las actuaciones musicales se acompañaban de una pequeña orquesta y entre los actores que yo recuerdo se destacaban Emilio Ruiz (Chino Wong) y José Bringuier (Viejito Bringuier).
Al finalizar la parte artística presencial, se proyectaban algunos materiales pornográficos, por cierto, que, de tan pésima factura y calidad, que había que adivinar lo que se representaba porque ni se veía prácticamente.
Por aquel entonces se hablaba de un personaje apodado Superman cuya fama se debía a que su falo medía 35 centímetros de largo y, aunque yo no lo presencié nunca (quizás por tratarse de una oferta especial para determinado público) protagonizaba la dramatización de una violación a una mujer encadenada a un poste que gritaba “aterrorizada” cuando el moreno, cubierto con una capa, se colocaba frente a ella, de espaldas al público y, supuestamente le mostraba su “descomunal herramienta” como anticipo.
El susodicho Superman era un moreno alto y musculoso cuyo nombre era Enrique y aunque se presentaba en el rol de supermacho, en realidad era homosexual, pero no lo aceptaba públicamente, llegando a agredir físicamente a quien se atreviera a llamarlo por su apelativo homosexual de “La Reina de Italia”. Es natural que aceptar públicamente esa preferencia sexual podría arruinar su carrera.
También se dice que mantuvo relaciones sexuales con Marlon Brando y con Ava Gardner quienes, entre otras estrellas de Hollywood, visitaron el Shanghái en más de una ocasión y aunque la presentación de Superman en el teatro era una fantasía, el acto real se desarrollaba en una vivienda dentro del mismo barrio a donde conducían a los turistas después de terminada la función teatral.
Comoquiera que el estigma del pecado y la indecencia orbitaron siempre sobre el malhadado teatro creo, honestamente, que este tipo de espectáculo sirvió de antesala para que los jóvenes de entonces conocieran un poco más de la sexualidad femenina en una sociedad en que los novios, no podían ni besarse por la sempiterna presencia de la mamá de la novia frente a ellos, transcurriendo, a veces, años de noviazgo hasta que, los más afortunados, lograban reunir algún dinero para el casamiento.
Cuando veo el explícito contenido sexual de cualquiera de las películas que se producen en la actualidad no puedo menos que sonreír al compararlas con aquellos materiales fílmicos del Shanghái tan denostados entonces, así como los desnudos femeninos y masculinos que se ejecutan, a veces sin justificación dramatúrgica, en algunas obras de teatro que se exhiben sin control parental alguno, no dejo de pensar en la tonta y prejuiciosa inocencia que condujo a anatematizar al Teatro Shanghái condenándolo a la demolición.
Sin embargo, por ironías de la vida, el solar que ocupaba el añejo teatro hoy sirve de espacio a la meditación en compañía de un monumento a Confucio, quien no creo que esté muy tranquilo con las fuertes vibraciones de otros tiempos que deben existir aún en el místico espacio del parque.