Un legado poco conocido.
Cuando tratamos temas relacionados con la estructura demográfica de nuestra nacionalidad, nos referimos siempre a los grupos y etnias, cuya presencia se hace patente a través de la visualización de componentes, de tipo genético por el mestizaje, artesanales, litúrgicos o religiosos, alimentarios y otros de naturaleza intangible, como pueden ser hábitos y estilos de vida.
En este sentido, evidentemente, nos referimos a los africanos, europeos, los asiáticos y en menor número a los árabes.
Irrefutablemente es así de cierto, pero nunca se hace mención de una etnia de la que se conoce muy poco, y cuyo origen se remonta a una de las más antiguas civilizaciones del Oriente. Su presencia en Cuba no ha sido muy documentada ni tenido muy en cuenta y sin embargo, su legado sobrevive en los cubanos sin conocer su origen.
Me refiero a la etnia Romaní, cuyo origen, durante siglos, ha sido objeto de innumerables especulaciones, debidas fundamentalmente a que se trata de una cultura ágrafa carente de registros documentales en la que sus componentes se transmiten oralmente, de generación en generación, costumbres, normas de convivencia, folclor y tradiciones que van adaptando a las diferentes regiones que visitan en su eterno andar por el mundo.
Nómadas por naturaleza, de espíritu libre, han sobrevivido como etnia por su ancestral resistencia a establecerse y mezclarse, así como a someterse a las legislaciones locales. Poseen sus propias leyes y su administración, está en las manos del jefe de la tribu al que respetan ciegamente, sometiéndose a sus decisiones sin protestar.
No son proclives a socializar más allá de las relaciones de tipo comercial que establecen con los habitantes de las localidades que visitan, en las que los hombres ofrecen servicios de herrería y reparación de calderos y recipientes metálicos de todo tipo, y las mujeres, generalmente muy hermosas y ataviadas con prendas de vistosos colores, ofrecen leer la buenaventura en las manos o valiéndose de las cartas.
Me refiero a los Gitanos, cuya mayor migración a Cuba se produjo durante la Segunda Guerra Mundial, debido a la política de exterminio Nazi hacia ellos, que les ocasionó alrededor de dos millones de víctimas.
Los orígenes de la etnia Romaní se remontan a la muy antigua región del Punjab, repartida actualmente entre la India y Pakistán y desde siglos atrás, por razones no muy claramente establecidas, se encuentran repartidos por el mundo y con el cielo por cobija.
Mucho se puede decir de los gitanos en Cuba (de hecho, les dediqué un capítulo de mis memorias) pero sólo me referiré a su legado lingüístico, tan ignorado como olvidada su presencia en el país durante la década de los años cincuenta del pasado siglo.
Aunque el idioma Romaní es muy cercano al cingalés (Sri Lanka) los ocho grupos conocidos de gitanos repartidos por el mundo se expresan en las lenguas de los países en que habitan que, en el caso del grupo Caló o Romaní Ibérico, mediante el fenómeno del pidgin, se produce una transposición léxica del vocabulario romaní sobre la sintaxis y la gramática del español para obtener una especie de dialecto de nombre Calé en el Sur de España y Caló en Cuba que pervive en las zonas urbanas más humildes de la población, quizás por ser estas las que más estrechamente se relacionaron con las tribus que recorrían el país años atrás.
Este legado se puede apreciar en la gran cantidad de acepciones incorporadas a nuestra versión del castellano, por ejemplo:
Sorna, dormir; curralo, trabajo; rufa, ómnibus; jeva, novia; jamar, comer; pura/puro, madre/padre; fardo, pantalón; jiña, excremento; jilí, cándido; molar, gustar; pira, fuga; polla, pene; astilla, dinero; gao, casa/hogar; etc.
Estas y un buen número de acepciones, transpuestas en sintaxis y gramática a nuestra versión hablada del español que escuchamos frecuentemente, sobre todo en el habla de los jóvenes, son de origen romaní y, aunque en mi criterio es una forma vulgar de expresión, no cabe dudas de que se trata de un legado muy patente en nuestra cotidianidad de aquellos nómadas que otrora recorrían nuestro país de un extremo a otro.