El día que Carlos J. Finlay defendió al béisbol. 😊⚾🇨🇺
Ningún cubano, ni siquiera los menos cultos, ignoran la trascendencia como científico y galeno del camagüeyano Carlos Juan Finlay. La más conocida de sus acciones fue el descubrimiento del agente transmisor de la fiebre amarilla, lo que permitió combatir con éxito a nivel mundial esta terrible enfermedad. Pero muy pocos conocen que fue uno de los médicos más seguidores del béisbol en el siglo XIX, afición que demostró varias veces la defensa pública que dio título a este artículo.
La controversia
Fue en 1879 cuando se estableció una polémica, luego de una publicación en la revista La Propaganda Científica el día 30 de abril. En ella se decía que tanto la pelota como la práctica del patín eran actividades dañinas para la salud en países cálidos como Cuba.
«Ni la habitual temperatura de este país, ni el grado de robustez física de la generalidad de nuestros jóvenes, están en relación con el rudo trabajo y la constante actividad muscular que este juego reclama. Es propio de países fríos como Estados Unidos, de donde fue importado precisamente».
Poco después llegó la riposta en La Gaceta Médica de La Habana por parte de Finlay, quien ya era uno de los más respetados doctores de toda la Isla.
«La Propaganda Científica contesta a mis observaciones sobre la utilidad de los ejercicios físicos corporales en los países con los climas cálidos, con un extenso trabajo que, a pesar de la galanura del estilo, parece algo desproporcionado al asunto de que se trata; si bien solo no alcanza esta apreciación luego que sobreponiéndose a la fascinación de aquel género chispeante en el que se revelan las dotes literarias del autor, logra uno desenmarañar la parte puramente científica de la argumentación».
Más adelante sentencia Finlay: «Los ejercicios corporales en los climas cálidos, especialmente el béisbol, son útiles siempre que se les ajuste a los preceptos de la higiene, cuya intervención aquí como todo lo que atañe a la salud, nadie ha pretendido excluir.
«En cuanto al temor de que el entusiasmo del juego haga que los jóvenes traspasen los límites de la moderación en esos ejercicios que se critican, citaré el ejemplo de las Antillas inglesas, donde el calor es más intenso y más constante que en Cuba, sin que por eso los jóvenes criollos, ni los naturales de Inglaterra residentes en esas islas, se priven de jugar al cricket, juego de pelota más violento y lejos de debilitarse con esos ejercicios, creen robustecerse».
Finlay estaba sinceramente convencido de los principios que él había expuesto y por ello no podía menos que tener por infundada la crítica de sus colegas de La Propaganda Científica, en la que censuraban los ejercicios corporales y en particular el béisbol sin ningún tipo de confirmación clínica.
Y cierra el ilustre doctor su contundente respuesta arengando a los jóvenes a que practicaran deportes. «Que se siga jugando a la pelota que ello contribuirá solo a hacer mejor al cuerpo humano y también su mente».
Dos años después de este suceso, Finlay participó con la Conferencia Sanitaria Mundial en Washington donde habló al mundo de la implicación del mosquito Aedes Aegypti en la fiebre amarilla, hasta que finalmente se logró la vacuna que empezó a frenar la muerte de millones de personas.
Es válido decir que el primer contacto que tuvo con el béisbol fue mientras estudiaba en Filadelfia, donde incluso llegó a practicarlo aunque sin mucho éxito deportivo, según comentó en el propio artículo.
La fiebre a la que contribuyó Finlay
Finlay volvió a escribir sobre la pelota, la mayoría de las veces resaltando su contribución al desarrollo físico y mental dentro de una sociedad necesitada de más actividad. Pero su escrito de junio de 1879 fue el más importante de todos por el hecho de ripostar una crítica infundada en un momento en el cual este deporte prácticamente comenzaba.
Fue muy importante esta acción, tanto por el prestigio de este hombre doctor como la contundencia de sus argumentos. Hubiese sido muy peligroso que tomara más fuerza una censura médica sobre este juego, complicándole así su ascenso a la popularidad dentro de la Isla.
Si bien por un lado Finlay contribuyó a combatir una fiebre, la amarilla, por el otro dejó un granito de arena para que fuera surgiendo un fenómeno que con el tiempo se convirtió en una fiebre diferente, totalmente buena y que todavía hoy se mantiene en el interior de muchos de los cubanos. Fiebre que más que curar, estamos en el deber de defender como lo hizo un día ese gran hombre.
Autor: Yasel Porto.