<< Dos rostros, dos estatuas >>1
Tanto la venerada Alma Mater, con su inconfundible peinado helénico, como la Estatua de la República, con su imponente altivez, tuvieron como modelos a sendas jóvenes cubanas, cuyos rostros fueron posible identificar.
Otras beldades, también criollas, aunque no identificadas, posaron para el cuerpo de Palas Atenea o Minerva en estas dos esculturas habaneras, exponentes del más auténtico espíritu clásico.
La Universidad de La Habana, una de las instituciones más antiguas y prestigiosas de su tipo en el continente, posee una verdadera joya escultórica y patrimonial, emplazada en la cima de la escalinata que conduce al Rectorado. Desde su colocación en este sitio, en 1927, el Alma Mater ha prevalecido indemne a toda clase de inclemencias.
Con su rostro de madre bondadosa, ella recibe con los brazos abiertos a todos los hijos que deciden unir su suerte a las antiguas construcciones que conforman el campus universitario.
De igual forma, el Capitolio, majestuoso edificio que marcó un hito en la ingeniería civil del pasado siglo, inaugurado en 1929 y que fué por muchos años sede del Congreso, está presidido por la colosal Estatua de la República, que se ubica en el Salón de los Pasos Perdidos
Transcurrido casi un siglo, y pese a que ambas obras de arte son bien conocidas, todavía muchos desconocen que los rostros de estas diosas de imitación griega o romana estuvieron inspirados en dos hermosas criollas que fascinaron a igual número de artistas foráneos. ¿Cómo se nombraron aquellas musas terrenales?; ¿cuál o cuáles damas posaron para los cuerpos de ambas esculturas?
Comenzando por el Alma Mater, se sabe que en 1919 Mario Joseph Korbel, un escultor checo de origen judío radicado en La Habana, se propuso realizar la obra que sería colocada en la colina universitaria. Esta simbolizaría a Palas Atenea o Minerva, diosas de la sabiduría en la mitología griega y romana, respectivamente.
Para dicha empresa, el artista se inspiró en la construcción de estilo románico que, constituye la entrada principal de la Universidad de Columbia en Nueva York, la cual está presidida por una escultura similar, instalada allí quince años antes.
El tiempo apremiaba, y para poder comenzar su obra era imprescindible contar con el rostro indicado: un perfil que se adecuara a la función de abrazar, de recibir, de fomentar el ansia por el conocimiento, dado que la locución latina Alma Mater se aplica a las universidades, al tener la Madre Nutricia la misión de inculcar los saberes, cultura y espíritu profesional que necesitan los estudiantes.
Fue entonces que a sus oídos llegaron los comentarios sobre unas hermanas de apellido Villalón, renombradas en la sociedad habanera de la época por su belleza. Se trataba de las hijas del ingeniero José Ramón Villalón, hombre recto, que había terminado satisfactoriamente su gestión al frente de la cartera de Obras Públicas, durante el primer mandato de Mario García-Menocal (1913-17).
En verdad, a Korbel le habían hablado con particular insistencia de Carmen, la menor de las hijas del veterano caudillo. Sin embargo, cuando las conoció, sucedió lo inesperado: al serles presentadas las dos hermanas, el escultor experimenta un fuerte deslumbramiento por Feliciana, porque consideraba que el rostro de esta última era más maternal.
La joven para esa fecha solo tenía 16 años.
El Historiador de la Universidad de La Habana, describió: «Mario Korbel escogió a la joven Chana Villalón, de la que tomaría el rostro, la cabeza y el cuello. Para el resto del cuerpo de la escultura posó otra criolla mestiza de más edad, que no ha sido posible identificar».
En relación con esta última, afirmaba que se han tejido un sinnúmero de leyendas: «Unos dicen que fue ; otros que La Macorina pero lo cierto es que de este episodio no hay nada concluyente.
Terminado el diseño en 1920, la compañía Roman Bronze Works, de Nueva York, ejecutó ese mismo año el monumento, el cual según aparece costó 14 mil 684 pesos, siendo situado en su emplazamiento definitivo a fines de 1927.
En ese mismo año, de 1927 llegó a La Habana el escultor Ángelo Zanelli, a quien el secretario de Obras Públicas, encargó modelar en breve plazo tres estatuas de gran formato que decorarían el Capitolio, aún en construcción.
Para la pieza principal que simbolizaría a la República de Cuba, debía servirse de mujeres típicas del país y representar también a Minerva o Palas Atenea. Fue entonces cuando un amigo Stefano Calcavecchi le presentó a su esposa, Elena de Cárdenas. El maestro quedó deslumbrado por el rostro de esta mujer, en cuyas facciones bien definidas creyó encontrar su fuente de inspiración.
Al no contar Elena con un cuerpo despampanante,como tampoco lo tenía Feliciana Villalón, el maestro italiano optó por la misma fórmula que había seguido Korbel en 1919, se quedó solamente con la cabeza, mientras con el concurso de una o varias candidatas, trabajó las sensuales
líneas inferiores.
La figura se completaría, teniendo según se cuenta como modelo el cuerpo de una mulata de mediana edad, de senos prominentes y abundantes caderas pero no quedó esclarecido el destino de la ninfa, a quien la historia ha perdido su rastro.
Afortunadamente, no sucedió lo mismo con Elena, alta, de pelo castaño y ojos oscuros, bonita, elegante, pronto se convirtió en una figura de la sociedad habanera del periodo menocalista.
Desafortunadamente falleció prematuramente en 1928, privandola de ver concluida la obra magnífica para la que ofrendó su rostro.
La estatua con exactamente 17,54 metros hasta la punta de la lanza y 49 toneladas de peso, conocida en sus inicios indistintamente como Estatua de la República, de La Libertad o de La Patria, forma parte de la trilogía de las esculturas monumentales del Capitolio, inaugurado el 20 de mayo de 1929.
En esa época se le consideró la segunda más alta del mundo bajo techo, superada por el Gran Buda de Nara, Japón. En la actualidad es la tercera, después de concluido el mausoleo a Abraham Lincoln, en Washington.