Pelú de Mayajigua. Fue un singular personaje de la segunda mitad del siglo XIX, que supo imponerse a su adversa suerte y sobrevivió cual Robinson Crusoe cubano, escondido durante décadas en los montes cercanos a Mayajigua en el municipio Yaguajay.
Corría el año 1876 y en la Cuba colonial, el Ejército Libertador se enfrentaba a las tropas de la corona española para hacer de la isla una república independiente. En un lugar conocido como Abras Grandes, zona cercana al poblado de Mayajigua, tuvo lugar un encarnizado combate entre los insurrectos mambises y las tropas españolas.
En el campo de batalla quedaron los heridos moribundos entre los que se encontraba el joven Enrique Rodríguez Pérez; quien al tener conciencia de que aún estaba vivo en medio de aquel hedor a muerte, decide adentrarse en el monte ante el temor de ser tomado prisionero por el ejército español. Logró reponerse de sus heridas al abrigo de la madre naturaleza, tomando también de ella el alimento que le ofrecía.
Poco tiempo después de haberse recuperado, en una de sus habituales incursiones de cacería, nuestro hombre cae en un hoyo del terreno y se fractura una pierna. La gravedad de sus huesos rotos le hace volver a su refugio a rastras y permanecer allí inmovilizado. En su lucha por la subsistencia ingiere todo objeto a su alrededor: sus zapatos, la vaina de cuero de su machete y hasta su propia orina le salva de la deshidratación. Sufriendo intensos dolores curaba su pierna fracturada con miel de abeja y una resina que segrega cierto árbol de nombre manajú. En estas circunstancias mucho tardó su recuperación en la soledad de la manigua.
Sobreviviendo en solitario
Por espacio de tres años su invalidez le obligó a caminar de rodillas, y a pesar de ello aprendió a tejer sus ropas con fibras de maguey, se construyó una choza con pencas de palma y yaguas próxima a su escondite, en cuyos alrededores cultivó viandas y frutas.
Con su ingenio y valentía para imponerse al medio hostil de la naturaleza virgen, Enrique Pérez fue mejorando sus condiciones de subsistencia y llegó a poseer unos 17 asentamientos diferentes entre cuevas y bohíos; además de un almacén donde guardaba miel y manteca en recipientes hechos de guiras secas. Cocinaba sus alimentos y carente de sal común, los aderezaba con pedacitos de yagua verde.
Entorno donde vivió el Pelú de Mayajigua
Para conservar el fuego tenía pequeños hornos (agujeros hechos en la tierra) donde tapaba los tizones encendidos con cenizas y hojas secas.
Como suponía que la guerra continuaba, se construyó varias trampas mediante las cuales podía saber si alguien se acercaba a sus propiedades. Por aquellos solitarios parajes cercanos al río Jatibonico del Norte nuestro ermitaño solo tenía una amiga: una fiel cachorra de perro jíbaro que le acompañaba en sus correrías. Y para no perderse en el tiempo ensartaba pedacitos de ñame en un hilo a manera de almanaque. Así vivió Enrique Rodríguez Pérez durante más de 30 años. Desprovisto de todo contacto humano en lo profundo del monte. Se las arregló como pudo para sobrevivir, pero nunca robó a nadie.
Reencuentro con la civilización
Se pudo conocer su existencia por un evento casual: dos mujeres prontas en llegar a su destino decidieron cortar camino entre los árboles y se llevaron el gran susto al encontrarse con un "monstruo peludo". Aquello suscitó gran revuelo en Mayajigua, el poblado más próximo a las montañas donde habitaba El Pelú; por lo que un campesino de la zona decidió intentar comunicación con el solitario "mounstruo". Fueron casi tres años los que necesitó Plácido Cruz, que así se llamaba el campesino, para acercarse al exmambí. Le dejaba comidas en diferentes sitios, mensajes escritos, en ocasiones le hacía señales desde lejos; y poco a poco El Pelú comenzó a confiar en Plácido. En esto ayudó mucho el color de piel del campesino, que era mulato. Pues El Pelú aún suponía que estábamos en guerra. Escuchaba detonar las bombas que se empleaban en la construcción del ferrocarril de la zona y creía que eran tiros de fusiles españoles. Así que de haber sido blanco el campesino, El Pelú posiblemente lo habría confundido con un español y nunca se habría acercado. Con admirable paciencia y buen corazón Plácido Cruz logró que aquel "monstruo peludo" aceptara volver a la civilización. Lo cual incluía además el sacrificio de su perrita que por ser jíbara nunca podría adaptarse a otra clase de vida.
Su llegada a Mayajigua
Sucio, peludo y vistiendo únicamente sus ropas tejidas con fibras, fue traído hasta Mayajigua el 4 de junio de 1910. De aquí el sobrenombre conque ha llegado hasta nuestros días el singular personaje que fuera reconocido por los Veteranos de guerra del poblado como antiguo combatiente del Ejército Libertador. Al principio El Pelú sufrió las burlas de muchos indolentes que se acercaban a admirar el "monstruo" sin siquiera detenerse a pensar que aquel "peludo de la montaña" jamás les había hecho daño, ni robado nada. ¡Hasta le hicieron una fotografía para la posteridad! Pero en todas partes encontramos personas buenas. Así que nuestro hombre fue acogido en casa de la China Díaz y allí amablemente le pelaron, afeitaron y limpiaron sus pies de las piedras que tenía terriblemente encarnadas. Cuentan los vecinos que el desnutrido ex-mambí sufrió un desmayo al ingerir una sopa caliente. La aparición de Enrique Rodríguez en Mayajigua era la noticia del momento. Y de paisano en paisano llegó a oídos de un hermano que vivía en Remedios y que vino a buscarle para llevarle a vivir con él. Enrique de Jesús Rodríguez Pérez había nacido el 4 de mayo de 1841, según confirma su partida bautismal en la Iglesia de San Juan de los Remedios. Volver a vivir en familia resultó bien difícil para Enrique. Solía sentarse en el suelo donde con tristeza pasaba la mayor parte del tiempo, tejiendo.
El fin de sus dias
No existen referencias disponibles de sus últimos días ni sabemos dónde y cómo terminó su vida. La leyenda popular cuenta que añorando la tranquilidad y la soledad en que había vivido y el lenguaje único de la madre naturaleza, huyo de la civilización y volvió a los montes donde había aprendido a ser feliz. De cualquier modo Enrique Rodríguez Pérez, más conocido por su apodo de “El Pelú de Mayajigua”, esta vez perdido en su historia, nos legó su ejemplo de resistencia ante un medio hostil que no inhibió para nada su honradez y sí afianzó con creces la firme decisión de sobrevivir con el fruto de su trabajo.
Aproximadamente en la zona por donde vivió se ha emplazado un conjunto escultórico en memoria del “Pelú”. Realizado por el escultor Osneldo García Díaz y con la colaboración de Francisco (Pachy) Aparicio, el grupo escultórico representa al Pelú acompañado de su perrita.
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