«Señores: La hora es solemne y decisiva. El poder de España está caduco y carcomido. Si aún nos parece fuerte y grande, es porque hace más de tres siglos que lo contemplamos de rodillas. ¡Levantémonos!»
Esas fueron las palabras que pronunció Carlos Manuel de Céspedes en la primera reunión general conspirativa de la guerra de independencia cubana, en la llamada Convención de Tirsán que se efectuó en la finca San Miguel, en la región de Las Tunas, el 4 de agosto de 1868.
¿Pero quién fue aquel hombre que había pronunciado tan proféticas palabras? que apenas unos días después de haberlas dicho, realizó algo insólito en aquella época, pero grandioso para la independencia de Cuba.
El 10 de octubre de 1868 redujo a escombros su pequeño ingenio La Demajagua, le dio la libertad a sus esclavos y, al frente de un reducido grupo de patriotas y de los esclavos liberados, se alzó en armas contra el colonialismo español. Había comenzado la Guerra de los Diez Años.