(Segunda parte y final )
Hola amig@s 🙋♂️aquí les regalo esta la q viene siendo la continuación de la historia de
Alberto Yarini el Rey de San Isidro.
Esta es una de sus más famosas anécdotas, el trompon q le dio a quien resultaría ser G.Corner Taler , quien estaba al frente de la legación americana en cuba .
Y una breve descripción de su entierro q terminaría siendo uno de los más grandes vistos en la Habana.
Los cuatro hombres sentados en torno a una mesa del restaurante “El Cosmopolita”, sito en la famosa Acera del Louvre, conversaban animadamente… Destacaba el mayor de ellos, cuyo relato atrapaba la atención de los demás, pues sus vivencias se perdían en los gloriosos pasajes de las guerras independentistas, en la cuales el protagonista, Florencio Salcedo, había alcanzado las estrellas de general del Ejército Libertador.
Eran las siete y treinta de la tarde del 22 de septiembre de 1908 en un día como cualquier otro de la capital cubana, solo que aquella fecha se convertiría en memorable y anecdótica. En un momento de la conversación, el oído aguzado del más joven de los reunidos en la mesa, alcanzó a escuchar una pregunta en idioma inglés desde la mesa vecina ocupada por dos extranjeros…
– ¿Y qué te parecen las costumbres de este cochino país, donde negros y blancos se reúnen y toman juntos?
Sin dar tiempo a una respuesta, de manera discreta, el joven se dirigió de manera correcta a la mesa contigua y pidió, en perfecto inglés, que por favor… respetaran a sus acompañantes… No le hicieron caso, continuaron las burlas y ofensas que nadie más entendía en la mesa de los cubanos.
Francamente apenado Alberto Yarini y Ponce de León, que así se llamaba el joven, pidió a sus amigos que abandonaran el lugar, estos no se daban cuenta de lo ocurrido. Sin mucha prisa pero con decisión, se dirigió al extranjero que había proferido frases injuriosas, pidiéndole explicaciones.
La respuesta del aludido fue arrogante, amenazadora, mientras se ponía de pie para de pronto desplomarse en el piso, alcanzado de lleno en pleno rostro por un rotundo trompón cubano… De inmediato hubo que llevarlo desmayado para la casa de socorros más cercana, allí cuando logró reaccionar, dijo que se llamaba Samuel Smith y ser vecino del hotel Sevilla. Pero lógico, las autoridades intervinieron en el asunto y tuvo que ir a prestar declaración a una estación de policía.
Ya en el precinto policial, el norteamericano golpeado declaró ser en realidad G. Corner Taler, y que en aquellos momentos estaba al frente, de manera interina, de la Legación de los Estados Unidos de América en La Habana, y que su acompañante era Graville Roland Testecuel, Encargado de Negocios de aquel país en el nuestro.
Por su parte Alberto Yarini declaraba que sí, que lo había golpeado… aunque desconocía de quien se trataba. Como era lógico fue procesado por la Ley de Enjuiciamiento Criminal en la causa 1070 de 1908, seguida por el delito contra derecho de gente. Por tanto se dispuso su arresto.
La noticia de lo sucedido corrió como la pólvora. El periodista Armando André afiló su pluma y publicó al siguiente día en su periódico un artículo sobre Yarini destacando su actitud como adalid en la defensa de lo cubano; por su parte, políticos conservadores se movieron también y muy pronto los jueces determinaron una fianza de $500 que se pagaron de inmediato y Alberto Yarini fue liberado, siendo recibido con abrazos y palmadas de admiradores y amigos.
A partir de este episodio la fama de Yarini en La Habana aumentó. Las mujeres dicen que se acaloraban al verlo pasar, elegante y presuntuoso como un gallo, mientras los hombres comunes y corrientes se le acercaban, con envidias bien disimuladas.
La muerte de Alberto Yarini y Ponce de León, alias “El Rey de San Isidro
a las diez y media de la noche del 22 de noviembre de 1910, como consecuencia de las heridas de bala sufridas en el atentado de que fue objeto por sus enemigos, provocó uno de los velorios y sepelios más recordados en la capital cubana.
En San Isidro durante tres días, las prostitutas dejaron de ejercer sus funciones y los bares, cafés y fondas estaban oficialmente cerrados. Una copla se repetía por las calles en la voz de los troveros:
“La calle de San Isidro / de luto se halla vestida. / Las hembras entristecidas / sollozan con agonía / porque ha muerto un general / de chulería. / Franceses, por el honor, / muden el catre enseguida. / Abandonen las queridas / y anden con precaución / si no quieren que les partamos/ el corazón.”
El cadáver aún se encontraba en el Hospital de Emergencias y la noticia recorría cada rincón de la ciudad, un hervidero de personas de todas las escalas sociales se congregó en los alrededores. Sabiendo que el entierro demoraría, los familiares del occiso hicieron traer un ataúd refrigerado. Se le veló toda la noche en el despacho del director de la instalación sanitaria y al otro día, en la mañana, se le trasladó al necrocomio para practicarle la autopsia.
Un nuevo velorio se llevó a cabo en Galiano 22, domicilio de sus padres. Cuando el cadáver llegó, había multitud de personas congregadas mostrando señales de respeto. El servicio funerario era prestado por la célebre Casa Caballero, que instaló una magnífica capilla. Llegaban coronas y más coronas.
Casi fue un duelo en la capital, pues con orden el pueblo empezó a desfilar ante el féretro y se establecieron cordones de hombres para señalar entradas y salidas. Se montó una guardia de honor que cambiaba cada cinco minutos y se dice que más de diez mil personas desfilaron ante el cuerpo inanimado.
El sepelio, fijado para el jueves 24 de noviembre a las 9:00 a.m., fue notificado por la prensa donde apareció la esquela mortuoria familiar y la del Partido Conservador al que Yarini estaba afiliado.
En la mañana del 24 el cadáver fue trasladado del féretro refrigerado a otro de gran lujo. A las nueve y cuarto descendió el ataúd en hombros de familiares e íntimos amigos. Encabezaba la marcha una carroza imperial tirada por cuatro parejas de caballos, con cuatro palafreneros, un cochero y un postillón, seguida por otro coche con dos caballos, repleto de coronas, y detrás la Banda de Música de la Casa de Beneficencia. Por último, el sarcófago en los hombros de seis amigos, que se iban turnando cada cierto tiempo. Desde algunos balcones arrojaban flores en ramos y sueltas.
Ya en el cementerio de Colón, el comandante Miguel Coyula, despidió el duelo con palabras sentidas. Se le enterró en el panteón familiar, en el cuartel NE, cuadro 24, bóveda 1. Un testigo presencial expresó:
“…Era una masa de acera a acera, ¡y mire que Carlos III es una calzada anchísima! Y el público iba a pie (…) Nunca olvidaré ese entierro, es de los más grandes que he visto”.
Como dato curioso les cuento q actualmente son muchas las personas q visitan su tumba ,le llevan flores ,le hablan ,le piden y lo adoran.