Luis Morote fue un periodista español que vino a cuba para cubrir la guerra del 95 para su periódico. Tuvo un incidente con Máximo Gómez. Aquí les va según Ciro Bianchi.
El incidente con Máximo Gómez confirió notoriedad a la visita del periodista español en aquel ya lejano año de 1896. Apareció Morote de manera inesperada en el campamento del mayor general Máximo Gómez, en el centro de la Isla, y el jefe del Ejército Libertador, indignado por la osadía e intrepidez del reportero y tomándolo por un enemigo —su periódico lo era ciertamente de nuestra guerra de liberación— creyó que bien merecía, de manera arbitraria, la pena de muerte por fusilamiento.
Gómez reprocha al periodista «ser un hombre mandado por mujer» (la Reina Regente) y le pregunta con insistencia cuáles son los motivos de su visita y qué pretende con ella. Le dice: «Si trae la independencia de Cuba en esa cartera y entre esos papeles —se refería Gómez a los apuntes de periodista de Morote— dela en buena hora, si no, prepárese para recibir el castigo de su incalificable osadía…».
Escribe en su diario el jefe del Ejército Libertador: «El tal Morote, que para honra y gloria de la Revolución, bien merece que se le fusilara arbitrariamente». Sin embargo, no se deja llevar por sus pasiones. El General somete al sujeto a un consejo de guerra que determinaría la conducta a seguir. Conforman el tribunal «los hombres de más luces que están a mi lado». El general Fernando Freyre de Andrade es uno de sus integrantes, y el defensor es el coronel médico Nicolás Ablerdi. Viene el periodista avalado por una carta de Severo Pina, ministro de Hacienda del Gobierno de la República en Armas, y es absuelto. «Fallo que acato y respeto enseguida», escribe Máximo Gómez en su diario, no sin marcarle la tarjeta al titular de Hacienda. Y apunta: «El corresponsal español, uno de nuestros peores enemigos, es despachado con las mejores seguridades y garantías hasta la ciudad de Sancti Spíritus». Sale además bien comido. En la interesante crónica que escribió sobre el incidente, Morote elogia el apetitoso lechón tostado a la criolla que le sirvieron en la comida y el magnífico café con que lo confortaron.