Angerona, la ruinas de un cafetal cercano a La Habana que fue protagonista de una de las historias de amor más bellas de Cuba.
A poco más de 5 kilómetros de la ciudad de Artemisa se encuentra la carretera que lleva hasta Cayajabos, una pequeña comunidad de personas tranquilas y agradables; ofreciéndonos una belleza natural que comparte con la historia y el silencio.
Cuatro culturas y sus tradiciones convivieron en grandes desigualdades en las que hoy son las ruinas del cafetal Angerona. La alemana, la haitiana, la africana y la naciente cubana se vieron obligadas a mezclarse, trascendiendo en la historia como ejemplo de lucha, emprendimiento y amor.
El dueño de Angerona fue el Teniente coronel Don Cornelio Souchay Escher, nativo de Alemania, pero con raíces francesas. Emigró a Cuba contando con 22 años, hijo de una familia adinerada y acomodada. Nunca más regresó a su país natal.
Ya en La Habana conoció a una haitiana nacida libre llamada Úrsula Lambert y ambos tuvieron los mismos intereses económicos desde que se conocieron. Úrsula se ocupó de la administración del alemán y montó una pequeña tienda dentro del cafetal para que los esclavos consumieran sus productos. En el año 1815 comienzan a trabajar juntos y en mayo del 1822 es que llegan a instalarse en Angerona.
El amor que pudo haber surgido entre ambos es una leyenda que rodeada de un halo de misterios, llega hasta nuestros días.
Con su particular ingenio consibió una obra única en todo el país. Contaba con grandes avances tecnlógicos como instalaciones hidráulicas que traían el agua mediante la gravedad y tenían una habitación que funcionaba como guarda ropas para los esclavos gracias a un mueble de 300 gavetas numeradas y con el nombre de cada esclavo para guardar sus ropas.
Cuentan que era una edificación muy bien desarrollada para la época. En ella recibía a los invitados y visitantes una estatua de la Diosa romana del silencio, Angerona (esta luego de ser rescata de un robo se exhibe actualmente en el museo de Artemisa). Era frecuentada por pintores y artista de la época, negociantes y mercaderes, incluso adinerados burgueses que querían admirar su lujo.
El cafetal Angerona fue muy importante ya que se cuenta que ganó fama por tener un buen trato hacia los esclavos. Úrsula fue una muy buena administradora y enseñó a sus trabajadores como realizar mejor sus tareas. A las esclavas, cuando tenían a sus hijos, les daban un trato especial. No existía en este cafetal un barracón como en las otras haciendas; más bien era como una especie de pueblito que contaba con 27 chozas y cada una de ellas era habitada por dos familias. Contaba con sanitarios comunes y duchas, una cocina y los aposentos para el mayoral. Se encontraba amurallado por una cerca de piedras y solamente tenía una puerta, la cual aún se mantiene en pie.
Cornelio nunca se casó ni tuvo hijos y siendo así, su heredero fue un sobrino, el cual terminó arruinado por malos manejos económicos. El 12 de Junio del 1837 muere Cornelio en La Habana. Según los libros de la iglesia de Cayajabos se dice que sus restos fueron enterrados en el cementerio del cafetal, del que también hoy existen ruinas.
De Úrsula se dice que fue precursora al defender sus derechos de mujer trabajadora. Era amada por los esclavos y luchó siempre por su bienestar. Se fue a vivir al barrio de La Merced, en La Habana y murió en el 1860, a la edad de 70 años.
Han pasado siglos desde el florecimiento de este cafetal, el cual fue decayendo poco a poco hasta convertirse en las ruinas silenciosas que hoy se pueden apreciar, rodeadas de misterio y un fantástico entorno. La historia de amor que se especula existió entre Úrsula y Cornelio fue la que inspiró la película cubana Roble de olor. Dicen que las últimas palabras de Cornelio antes de morir fueron esas, Roble de olor, tal vez refiriéndose a la mujer con la que compartió su vida por tanto tiempo.