Es noble y justo destacar el ferviente deseo en Martí de que cada país disfrutara de plena soberanía, pero no lo es reducir ese deseo suyo sólo a lo que en su tiempo era la amenaza mayor en el continente americano, al imperialismo yanqui. La visión de Martí era todo lo amplia que se necesitaba para garantizar la independencia de los países, por eso criticó el carácter imitativo y la sumisión al extranjero que en sus días mostraban algunos hispanoamericanos; escribió en Patria el 14 de mayo de 1892.
Por nuestra América abundan, de pura flojera de carácter, de puro carácter inepto y segundón, de una impaciencia y carácter imitativo, los iberófilos, los galófilos, los yancófilos, los que no conocen el placer profundo de amasar la grandeza con las propias manos, los que no tiene fe en la semilla del país, y se mandan a hacer el alma fuera, como los trajes, como los zapatos.
Para demostrar la falta de soberanía en Cuba dijo en su momento Julio Antonio Mella, siguiendo la definición del jurisconsulto Eduardo Posada: “Soberanía etimológicamente significa ‘sobre todo’, es decir, el Estado con sus súbditos ejercen la suprema autoridad”. Y tampoco disfrutó Cuba de soberanía cuando sus gobernantes se entregaron de manera incondicional a la Unión Soviética; cuando aprobaron la invasión de Checoslovaquia; cuando tuvieron que aceptar el desarme impuesto por el pacto Kennedy-Jrushchov; cuando pudo decir un representante del Kremlin en La Habana que con suspender los envíos de petróleo se hundía en 24 horas el país; cuando el gobierno de Cuba impuso en la isla la Constitución y las normas jurídicas de Stalin, y las de la economía y la cultura; cuando Cuba envió cientos de miles de soldados al África para servir las ambiciones expansionistas de los Soviets; cuando Cuba en el tablero internacional actuaba como peón a Moscú.
Martí llamó “cubanos coloniales” a los que defendían la sumisión del país a los intereses de un poder extraño, y es triste reconocer que Cuba pasó del imperialismo militar monopolista de España al imperialismo burgués capitalista de los Estados Unidos para naufragar en el imperialismo burócrata internacionalista de la Unión Soviética. Y mueve a risa oír hoy a Fidel Castro y a sus secuaces llamar, con el mayor cinismo, “lacayos”, “serviles” y “lamebotas” a los gobernantes de Latinoamérica que condenan las violaciones de los derechos humanos y la falta de libertad en la isla, cuando es lo cierto que en toda la historia del continente americano no ha habido gobernante que con igual abyección y por tanto tiempo haya servido un imperio como Fidel Castro. A estas alturas de la historia, desconocer el hegemonismo soviético, del que fue Cuba víctima y por el cual se arruinó, y sigue arruinado, moral y materialmente el país, es una iniquidad. Mejor que ninguno de los otros “cubanos coloniales” que hemos sufrido, Fidel Castro es el más acabado ejemplo de los que, para desgracia de la nación, se mandó “a hacer el alma fuera, como los trajes, como los zapatos”.