BARACOA
En el extremo oriental de la isla de Cuba, la provincia de Guantánamo se engalana con poseer un municipio como Baracoa, otrora primera villa de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, fundada por el adelantado Diego Velázquez en el siglo XVI.
Baracoa se compone de una mezcla natural de agua dulce y salada, ideal para todos los gustos. El mar que bordea una parte de la ciudad susurra añoradas glorias y se derrama en esplendorosas playas tranquilas y cristalinas como la de Duaba, con su fina arena color ébano, o la de Maguana, de rompiente natural y arena blanca como la sal.
Desde las montañas, los ríos saturan el paisaje con hermosos fragmentos de agua clara que se vuelven profundas en unos tramos y caudalosos o serenos en otros. Las lajas que componen el lecho de los torrente Duaba y Miel garantizan un baño apacible y el disfrute de aguas cual espejos donde observarse. El Toa, el río más caudaloso de Cuba, convoca a navegar entre una exuberante vegetación tropical, acompañada por el trino de aves oriundas del lugar y a disfrutar de muchas de sus cascadas, como «El Saltadero», con una altura de 17 metros.
LA CRUZ DE LA PARRA
Como toda ciudad latinoamericana, Baracoa se compone de una plaza principal, otrora centro de reunión de los habitantes. En un extremo se alza la iglesia y enfrente, la estatua del indio Hatuey, primer rebelde aborigen que fue quemado vivo en la hoguera y parece desafiar al tiempo como símbolo para ellos. Dentro de la iglesia, el altar mayor está presidido por una imagen de Nuestra Señora de la Asunción. A un costado, la famosa «Cruz de la Parra» atrae la atención del visitante por protagonizar una de las leyendas más famosas de Baracoa. La creencia popular manifiesta que esa cruz, al parecer de la madera de una planta conocida como Uvilla, la llevó Cristóbal Colón en su primer viaje a América. Aunque existen evidencias científicas de que la Uvilla es oriunda de Baracoa, también es cierto que la madera data de esos tiempos. Durante la colonia, cuando había prolongados períodos de sequía, los feligreses sacaban la cruz en procesión e inmediatamente comenzaba a llover. Ante los poderes sobrenaturales que los lugareños de siglos pasados comenzaron a atribuirle a la cruz, muchos acudían a la iglesia para solicitar un fragmento de ella. Esta práctica también fue común entre las personalidades que visitaban Baracoa. De este modo, se redujo su tamaño considerablemente, lo cual obligó a uno de los párrocos del siglo XVIII a enchapar sus bordes en oro para conservarla. La Cruz de la Parra fue colocada en una urna de cristal sobre un pedestal de planta. Hoy permanece dentro del recinto, custodiada por la bandera cubana y la de la Ciudad del Vaticano.