CARLOS JUAN FINLAY (1833-1915) En la figura de este médico e investigador clínico se juntan una serie de valores humanos y profesionales, en especial el interés acucioso en la investigación, el juicio clínico, la persistencia, la bondad y la generosidad. Él fue quien postuló que la trasmisión de la fiebre amarilla ocurría a través del mosquito aedes egypti, contribuyendo así a su prevención y en muchos casos a su erradicación, lo que sirvió para salvar millones de vidas en todo el mundo.
Su origen y educación inicial en Europa
Carlos Juan Finlay nació en Camagüey, cuando Cuba aún era colonia de España, en 1833. Su padre era un médico escocés radicado en Cuba y, su madre, francesa, provenía de Trinidad. A los 12 años lo enviaron a Francia para hacer la escuela secundaria. Un ataque de corea lo dejó con una ligera dificultad permanente para hablar. Durante sus estudios pasó un año en Mainz, donde aprendió alemán. Terminó la escuela en Francia en 1851 y luego regresó a Cuba.
Estudios de Medicina
Finlay estudió Medicina en Jefferson Medical College. Uno de sus profesores, el Dr. Mitchell, le transmitió la idea de que las fiebres tropicales eran causadas por un agente y no por contagio ni por la comida. En 1855 se graduó y volvió a Cuba rechazando buenas ofertas de trabajo en Filadelfia. La revalidación de su título fue muy lenta, por lo que en el ínterin probó suerte unos meses en Lima. Ya con su título revalidado decidió viajar París a especializarse en medicina interna. En 1862 retornó a trabajar a Cuba y estableció su oficina en El Cerro. Hizo su primera publicación sobre hipertiroidismo; se interesó en salud pública, preparó revisiones sobre el cólera y, en 1865, otra muy minuciosa sobre la fiebre amarilla. Ese año conoció a Adelaida Shine, quien provenía de Trinidad; se casaron y formaron una familia con tres hijos.
En 1871 fue elegido a la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales. Sus conocimientos de inglés, alemán y francés le sirvieron para estar actualizado con la última información científica.
Su teoría sobre la fiebre amarilla
La teoría y la obra de Finlay sobre la fiebre amarilla data de la década de 1870, pero recién fue reconocida y aceptada decenios después, a inicios del siglo XX.
La fiebre amarilla era endémica en el Caribe y como no se conocía su causa no se podían tomar medidas preventivas. En los Estados Unidos de vez en cuando había epidemias, por lo que en 1879 enviaron a Cuba una “Comisión oficial de fiebre amarilla”. Finlay fue designado como anfitrión y la Comisión quedó muy impresionada por sus conocimientos y calidades personales. Finlay seguía convencido de su teoría y así lo manifestó en Washington en una conferencia internacional. Insistió en que, como los cuidados adoptados para evitar el contagio no eran exitosos, debía de haber un factor adicional en la transmisión.
Finlay investigó al mosquito culex fasciatus (hoy aedes egipty), un insecto nocturno con un radio de vuelo corto que deja sus huevos en aguas estancadas, siendo la hembra quien busca sangre mientras el macho busca frutas. Aisló en tubos de ensayo a los mosquitos que habían picado a pacientes con fiebre amarilla. Hizo que estos piquen –con el permiso de las autoridades– a 20 voluntarios, soldados llegados de España y sin inmunidad. Como conocía las etapas menos peligrosas tuvo cuidado de no causar peligro a los voluntarios. Descubrió también que quien era picado por un mosquito infectado quedaba inmunizado. De allí surgió la idea de la sueroterapia.
En agosto de 1881 presentó un reporte a la Real Academia en base a muchos casos documentados y publicó unos 40 artículos en revistas británicas y americanas. Hizo recomendaciones para fumigar casas, evitar reservorios con aguas estancadas y aislar a los pacientes afectados. Siempre encontró mucho escepticismo, inclusive de expertos en la materia. Fue objeto de burlas de médicos locales quienes lo apodaron “el médico de los mosquitos”.
Guerra de Estados Unidos y España
En 1898 los Estados Unidos declararon la guerra a España. Finlay estaba en Tampa y, a pesar de sus 65 años, se ofreció como voluntario y fue enviado en un barco hospital. Las tropas de los Estados Unidos sufrieron más por las enfermedades tropicales que por la guerra, por lo que establecieron una “Comisión de enfermedades tropicales” dirigida por el Dr. Walter Reed. Una de sus primeras tareas fue comprobar en pocas semanas que no era correcto que el agente de la fiebre amarilla fuera el bacilus icteroides como había dicho el médico italiano Sanarelli en Uruguay en 1897.
En esa época llegaron a Cuba dos médicos de la Universidad de Liverpool, quienes prestaron a los trabajos de Finlay una atención especial. Esto motivó también a la Comisión de Reed a darle atención. Así, en agosto de 1900 lo visitaran formalmente y él les dio copias de todas sus publicaciones explicándoles sus puntos de vista y teorías y, además, les entregó un recipiente con huevos del mosquito al que él consideraba el culpable de la enfermedad.
Con este material ellos hicieron pruebas primero en pacientes no complicados y no hubo mayor contagio. Pero cuando lo usaron en casos severos la enfermedad también fue severa. Inclusive, uno de los miembros de la Comisión, el Dr. Jesse Lazear, se autoinoculó la enfermedad y falleció. Reed, quien había sido escéptico hasta ese momento, cambió de opinión al ver lo ocurrido con Lazear y los apuntes que él dejó. Muy rápido, en octubre de 1900, en la Convención Anual de la Asociación de Salud Pública de los Estados Unidos, presentó un trabajo en el que postuló que el mosquito era el agente intermediario de la fiebre amarilla. Al regresar a La Habana estableció un estudio controlado que probó que la teoría de Finlay siempre había sido correcta.
A pesar de que Walter Reed recibió reconocimientos en la victoria contra la fiebre amarilla, él dio crédito al Dr. Finlay por descubrir al vector y controlarlo, citándolo en sus trabajos y correspondencia personal.
Desde el punto de vista práctico fue el mayor William Gorgas quien implementó las medidas que Finlay había propuesto décadas atrás: aislamiento, fumigación y evitar aguas estancadas. Siete meses después ya no había casos de esta enfermedad que había sido endémica por más de 200 años en Cuba. Fue el mismo Gorgas quien implementó en Panamá medidas similares, gracias a lo que se pudo seguir con la construcción del Canal de Panamá, pues antes la fiebre amarilla y la malaria habían matado a miles de personas que trabajaban en su construcción.
Reconocimientos
Cuando se proclamó la República de Cuba en 1902 el Dr. Finlay fue designado Director de Sanidad del Ministerio de Salud. En 1905 Ronald Ross (Premio Nobel 1903) lo nominó para el Premio Nobel. El Director Médico de la Marina de los Estados Unidos expresó que no había nadie tan merecedor del Nobel como Finlay. El francés Alfonse Laveran, Premio Nobel 1907, lo nominó sin éxito por muchos años seguidos hasta 1915, año en que Finley falleció.
Su alma máter en Filadelfia le otorgó un doctorado en Leyes ad honórem. Fue condecorado por la famosa Escuela de Medicina Tropical de Liverpool y por el gobierno francés como Oficial de la Legión de Honor. En 1933, la Academia Francesa de Medicina celebró el centenario de su nacimiento y en París se le dio su nombre a una calle.
En La Habana hay un monumento en su honor, conocido como “el obelisco” y en el malecón de Panamá hay una estatua de Finlay. El premio de microbiología de la UNESCO lleva su nombre. La Confederación Médica Panamericana celebra en su memoria el 3 de diciembre como Día del Médico.
Controversia y comentario
No hay duda del valor de la teoría de Finlay. Aún hoy se critica el hecho de que no se aceptara antes pues se hubieran salvado miles de vidas. Es valioso el impulso dado por el Dr. Walter Reed, aunque hay variadas opiniones sobre su rol dentro de la gesta histórica de Finlay así como sobre el sacrificio del Dr. Jesse Lazear y sus apuntes, que utilizó Reed.
La obra del Dr. Finlay esclareció y solucionó un gran problema de salud pública. Su capacidad, persistencia y generosidad fueron la base de su gran contribución a la ciencia y a la humanidad.