CENTRAL HERSHEY; UN MILAGRO AMERICANO EN CUBA. 🏡🚋🏞🤓
Mucho se ha especulado sobre los motivos que impulsaron al pastelero, empresario, millonario y filántropo Milton Hershey, a visitar La Habana. No fue, como suele contarse en sus biografías más lacrimógenas, por cumplir una promesa hecha a su esposa en su lecho de muerte. Tampoco se debió a otro de sus incontables impulsos altruistas para ayudar a la gente, aunque una vez en Cuba, ya le fuera imposible sustraerse a su temperamento filantrópico. Fue por una razón empresarial de urgencia.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Milton Hershey comenzó a tener problemas con el suministro de azúcar de remolacha que importaba de Europa para producir chocolate. Y es –otra vez– su madre, la sabia señora Fanny, quien actúa de consejera de su hijo.
Fanny le sugiere a Milton que compre o construya un central azucarero en Cuba. Fabricar él mismo el azúcar en un país amigo que no está involucrado en el conflicto bélico, reducirá los costes de compra y transporte que está pagando por el azúcar europeo. También le garantizaría un flujo constante de esa importante materia prima para su industria.
Además, aunque Hershey desde niño y hasta entonces, había disfrutado de una salud de acero envidiable, comenzaba a acusar una incipiente bronquitis que se agudizaba con las bajas temperaturas invernales de Pensilvania. Fanny estaba convencida de que una temporada bajo el sol de Cuba, podría aliviarle a su hijo esa dolencia. Por si fuera poco, la reciente muerte de su esposa lo había sumido en una depresión, y viajar a La Habana para enfrentar un nuevo proyecto, podría mejorar su estado anímico.
Milton había escuchado antes hablar del magnífico clima cubano, de la hospitalidad proverbial de su gente y de las grandes plantaciones de azúcar de la Isla. La idea de Fanny le parece perfecta, y en el invierno de 1916, viaja a la isla caribeña con su madre, y una amiga de ésta, Leah Putt.
En La Habana Milton vio enseguida que allí, no solo tenía una gran oportunidad para reabastecer su fábrica de azúcar, sino que podía repetir el mismo modelo de negocio que había tenido tanto éxito en Derry Church.
Mientras Fanny y Leah se instalaron en un apartamento privado de la capital habanera, Hershey lo hizo en el Hotel Plaza, que sería su casa durante el tiempo que necesitara para encontrar un lugar donde establecer su negocio, sus oficinas y su vivienda. Milton envió a su madre y a su amiga de paseo por la ciudad, y él se fue a caminar solo por el casco histórico, fascinado por la arquitectura colonial de la vieja Habana.
Pero fue cuando salió al campo, fuera del área metropolitana, que quedó impresionado por los extensos cañaverales, que se perdían como un mar verde hasta donde la vista no alcanzaba. “La visión de los campos de caña me reconfortó de la pérdida de Catherine, y volvió a darme esperanzas de futuro para mi empresa, como me había dicho mi madre”, declararía después a un periódico norteamericano.
Cuando Fanny y su amiga terminaron su visita y regresaron a Pensilvania, Hershey se quedó en el Hotel Plaza, en cuyos salones recibía a personalidades de la política y los negocios de la Isla, que lo ponían al corriente del nuevo escenario empresarial al que se enfrentaba. Fue allí una tarde, cenando con un amigo, que le contó su proyecto de levantar una ciudad fabril para los cubanos, alrededor de un central azucarero.
A la mañana siguiente se puso ropa de campaña y se lanzó con su amigo, y un grupo de colaboradores cubanos, a buscar el lugar para construir el central de sus sueños. Hershey recorrió gran parte de la zona costera de La Habana y Matanzas, y le llamó rápidamente la atención el estuario de Santa Cruz del Norte. Enseguida manifestó su interés de comprar tierras allí, por su cercanía a un puerto de mar, fundamental para el transporte de azúcar a los Estados Unidos. Pero ningún terrateniente de la zona quiso vender sus fincas.
Hershey no estaba acostumbrado a un no por respuesta y continuó explorando la zona. Entonces descubrió una colina que dominaba Santa Cruz del Norte. Desde su cima observó el bucólico paisaje de sus cercanías; un pequeño y tranquilo bosque a orillas del Atlántico, de vegetación exuberante y bañado por las aguas cristalinas del río Mayabeque. Dicen que allí se le ocurrió la frase con la que desde entonces definió el lugar; “El sitio de la eterna primavera tropical”.
Era la localidad de Santa Cruz de la Sierra, a 35 kilómetros al este de La Habana. Y estaba en venta.
Milton Hershey compró la colina y parte de las parcelas de sus inmediaciones. El lugar era pura manigua con modestos bohíos y rústicas fincas agrícolas. Pero mientras sus acompañantes veían Santa Cruz de la Sierra como un matorral virgen, Hershey vio una próspera comunidad industrial.
Inmediatamente después de comprar las tierras, trajo de Pensilvania todo lo que necesitaba para construir un central azucarero y una comunidad obrera a su alrededor. La cercanía del puerto de Santa Cruz del Norte le facilitó las cosas, y muy pronto entraron a la zona las primeras brigadas de obreros de la construcción, taladores, pedreros, arquitectos e ingenieros que empezaron a levantar los primeros proyectos de la urbanización.
En 1918 se inauguró el Central Hershey en su primera fase, y en 1919 Milton Hershey hizo su primera molienda. En 1920 molió 149 toneladas de caña, y en 1926 se inauguró la refinería de azúcar. Fue tan rentable, que a Hershey le sobró azúcar para proveer a las fábricas cubanas de Coca Cola.
Vale la pena detenernos en el ferrocarril, que se haría famoso en Cuba, y que hoy es la única de aquellas instalaciones que continúa en funcionamiento.
Los primeros trenes de Hershey eran de tracción a vapor, pero Milton los consideró caducos al inventarse la tracción eléctrica. En 1919, Hershey Ferrocarril Cubano comenzó a importar trenes eléctricos de las marcas JG Brill y General Electric, y se convirtió en la línea férrea más moderna de América Latina. El ferrocarril sirvió, primero, para llevar los materiales de construcción de la nueva comunidad, y después para transportar las materias primas y a los obreros y habitantes del central.
El servicio de pasajeros eléctrico entre Matanzas y el pueblo de Hershey se inauguró en enero de 1922, y en octubre de ese mismo año se extendió a Casablanca, del otro lado de la bahía de La Habana. En 1924 la flota ferroviaria de Hershey contaba con modernos pantógrafos para vehículos troles, -necesarios para cruzar las líneas de tranvía en Regla y Matanzas-, 17 coches eléctricos de pasajeros y 7 locomotoras eléctricas. El pasaje costaba 47 centavos y solo era necesario un inspector por tren.
Después de terminado el central Hershey, Milton compró el central Rosario en 1920, el Carmen y el San Antonio en 1925, y el Jesús María en 1927. Desde 1916, su “reino de azúcar” se había ampliado en 60 mil acres, cinco ingenios azucareros, cuatro centrales eléctricas y 251 millas de vías férreas. Para la temporada baja en que no había zafra, Hershey construyó una planta de aceites vegetales y una desfibradora de henequén, para que sus empleados siempre tuvieran trabajo.
Milton encontró también agua más potable que la del Mayabeque en un manantial oculto en el bosque, y convirtió ese paraje en un sitio recreativo de ensueño, después conocido como “Los Jardines Tropicales del Central Hershey”, que embelleció aún más con árboles exóticos que trajo de los Estados Unidos.
Junto al complejo fabril azucarero, Hershey hizo diseñar una red vial y peatonal inspirada en la de Derry Church, en cuyos laterales se sembraron árboles, parterres y cuidados jardines. Nació así una nueva y moderna mini ciudad, que sería la envidia del resto de los pueblos rurales cubanos, y también de muchas capitales de la Isla.
El asentamiento de viviendas se diseñó al estilo y gusto de Hershey, a imagen y semejanza de su comuna en Pensilvania. Eran casas muy cómodas de pronunciado estilo rural americano, que Hershey dotó de chimeneas, no para calefacción, sino para expulsar los humos de las cocinas, porque las familias humildes cocinaban con combustibles tradicionales como el carbón, la leña y el kerosene, que producían humo durante la combustión.
El conjunto habitacional de Hershey tenía dos zonas de viviendas diferenciadas: el Batey Norte, donde estaban los servicios públicos principales y las casas de las clases sociales más altas, y el Batey Sur, que agrupaba las viviendas de los obreros rasos y los peones y aprendices. Incluía 200 viviendas de madera con techos de dos y cuatro aguas y otras 50 de mampostería recubiertas con piedras y techos de teja catalana y criolla. Fueron construidas con distintos niveles de confort en función de la categoría de los empleados que las habitaban. Además, Milton Hershey construyó barracones de mampostería y piedra para los hombres solteros y para los peones extranjeros con empleos transitorios.
Junto a las viviendas se levantó un centro médico moderno, equipado con la última tecnología, una farmacia que siempre estaba perfectamente abastecida con medicamentos de Estados Unidos, un cine, un teatro, un club social deportivo para deportes “indoor”, un campo de golf y otro de baseball, y una escuela pública gratuita para los hijos de los trabajadores. Con el tiempo abriría otro centro educativo en el Central Rosario para niños huérfano; la Hershey Agricultural School, que, como su homóloga en Pensilvania, preparaba a los jóvenes para carreras agrícolas e industriales.
Hizo también un supermercado y una carnicería con grandes frigoríficos y una planta de energía solo para las casas e instaló servicios de agua potable corriente y alcantarillado, y un parque de diversiones con norias, toboganes y columpios.
No hay que olvidar que, mucho antes de que el ecologismo y las sensibilidades medioambientales se pusieran de moda, ya Milton Hershey ordenó sembrar árboles en el batey de su central para luchar contra la contaminación. También prohibió el vertido de desechos contaminantes en las aguas fluviales circundantes, consciente de que debía mantener su pureza y potabilidad.
Hershey convirtió su pueblo en una comunidad tan atractiva y pintoresca como Derry Church, pero que la superaba en confort y clima, y que tenía el gran atractivo de la cercanía de la playa. Su fama voló más allá de las colinas de Santa Cruz del Norte, y empezó a ser visitado por turistas, hombres de negocios, artistas y famosos que venían a La Habana. El Hotel Hershey estaba siempre lleno, y el turismo generaba una nueva fuente de ingresos; los turistas ricos utilizaban los restaurantes y fondas de la zona, y frecuentaban el campo de golf, cuyos jóvenes caddies, -siempre exquisitamente uniformados-, eran los hijos de los trabajadores del central.
La vida social y cultural en el batey era tan atractiva, que todos los habitantes de los pueblos aledaños lo convirtieron en su destino lúdico de fines de semana. Iban allí para ver películas en el cine del pueblo, llevar a sus hijos al parque infantil, ir de picnic a los Jardines Tropicales, o disfrutar del campo de golf, el estadio de béisbol y la playa cercana. También eran notorias las funciones que ofrecía el teatro de la localidad, las retretas de la Banda de música de Hershey, las verbenas, las fiestas carnavalescas y las ferias. Aunque Milton Hershey no era un católico practicante, permitió que se hicieran celebraciones religiosas los domingos y durante las fiestas religiosas. Se celebraban en La Glorieta, en un altar desmontable que construyó para los devotos del batey.
El administrador del Central Hershey, Mr. C. L. Kelly, construyó en 1932 un mini aeropuerto con un hangar y dos pistas de 67 metros de ancho y 385 de largo. Desde allí viajaba con su mujer a los Estados Unidos en su avión biplaza Stearman. Estaba ubicado al oeste del pueblo de Santa Cruz del Norte, donde hoy se encuentra el Sector Militar y la Cafetería Habana.
Pero Milton Hershey no tenía grandes lujos en el pueblo para uso propio. Pasaba largas temporadas en La Habana para controlar su negocio, pero vivía en su propia oficina al lado del batey, apenas provista de un baño y un pequeño dormitorio.
El azúcar del central Hershey lo había salvado de un descalabro empresarial durante la guerra, y los beneficios económicos que generó después, lo ayudaron a financiar muchas de las construcciones en la ciudad de Hershey, en Pensilvania. Por eso dispensó una atención especial a sus inversiones en Cuba, y siempre le estuvo agradecido al país, a los cubanos en general, y a sus empleados en particular, a los que cada año entregaba aguinaldos por Navidad.
Por su gran aportación a la comunidad, todos los gobiernos republicanos que existieron mientras el jerarca estuvo en Cuba, lo distinguieron con infinidad de distinciones honoríficas. De hecho, Milton Hershey ha sido el único empresario norteamericano condecorado más de una vez, con la más importante de ellas: la Gran Cruz a la Orden Nacional.
EL FINAL DE UN HOMBRE DE ÉXITO
A finales de los años 30s, Milton ya era un anciano que no podía realizar viajes muy largos; había trabajado mucho y estaba muy cansado, así que no pudo continuar viajando a Cuba. Como el mayor placer de su difunta esposa Catherine era diseñar y disfrutar de los jardines que él construyó en High Point, tras su muerte, el magnate hizo trasladar sus rosas a los Jardines Hershey. En sus últimos años, solía ir allí acompañado de su enfermera y su chófer, para estar un rato junto a las rosas de su amada Kitty.
En 1937, Milton Hershey celebró su 80 cumpleaños en la Arena Deportiva de Pensilvania, en compañía de sus seis mil empleados. Había cuatro orquestas amenizando la fiesta, toda su familia y amigos, una abundante representación de los alumnos de las escuelas que fundó, y un cake de tres pies de altura con ochenta velas. La intensa emoción que experimentó ese día El Rey del Chocolate fue tan fuerte, que sufrió un infarto.
Pero era un hombre fuerte y superó el percance, sobreviviendo ocho años más a la tragedia. Los infaustos días de la Segunda Guerra Mundial lo tuvieron muy atento a la situación del mundo, y se implicó especialmente en el alistamiento de los jóvenes del pueblo que había fundado.
Escuchaba atentamente en su residencia las noticias del conflicto bélico pegado a la radio, mientras fumaba sus puros cubanos. Y allí fueron a verlo un grupo de militares de alto rango del ejército norteamericano, para pedirle que creara un chocolate para consumo de los soldados en el campo de batalla, que pudieran conservar en sus mochilas sin necesidad de frío.
En un postrero esfuerzo, el anciano se remangó las mangas de la camisa y se metió en los laboratorios de su fábrica, para elaborar la famosa “Ración de Campaña D”, un «snack» que proporcionaba un extra de energía y un aporte de 1800 calorías divididas en tres chocolatinas de 4 onzas, resistentes al calor. Hershey Chocolate Corp. fabricó 500 barras diarias de ese chocolate hasta el final de la contienda, que terminó el 2 de septiembre de 1945. Fue el último servicio del chocolatero a su Patria.
Milton Hershey vivió para volver a ver el mundo en paz antes de morir, pero solo pocos días más. Lo mató una neumonía el 13 de octubre de 1945, dejando al mundo un ejemplo encomiable de tesón y filantropía, y a los cubanos una experiencia fugaz de modernidad, que no volvería a repetirse nunca más. Tenía 88 años.
ADIÓS AL REINO DEL CHOCOLATE, LLEGA EL REY DEL AZÚCAR
Al terminar la Segunda Guerra Mundial en 1943, y ya fallecido Milton Hershey, su compañía Hershey Chocolate Corp. consideró que ya tenía suficientes plantaciones de caña y remolacha en Estados Unidos, y no necesitaba del azúcar cubano. Entonces dio por terminada la aventura cubana de su fundador, y comenzó a vender todas sus fábricas e instalaciones, con ferrocarril incluido.
El central, la ferrovía y los cañaverales pasaron a manos de la Cuban-Atlantic Sugar Company, cuya titularidad se hizo oficial en 1946. Ya sin las motivaciones filantrópicas del fundador, y solo mirando la rentabilidad económica, la corporación explotó el central hasta 1958. Ese año, Cuban-Atlantic Sugar Company le vendió el central al industrial y millonario venezolano nacionalizado cubano, Julio Lobo Olavarría, por entonces el principal magnate azucarero de Cuba.
Lobo, era el hombre más rico del país, y el más exitoso de los empresarios cubanos de antes del 59. Su fortuna ascendía a $100 000 000 dólares y sus empresas abarcaban todos los sectores de la economía, desde la construcción y la agricultura, hasta los servicios y la banca. Había fundado el Banco Financiero en 1950, que utilizó para controlar dos de las compañías marítimas cubanas más importantes, Vacuba y Naviera Cubamar. Poseía, además, una agencia de radiocomunicaciones, una aerolínea, una aseguradora y una petrolera. Tenía 16 centrales azucareros y 22 almacenes de azúcar, y era el mayor productor de la Isla, con 3.941.814 sacos de 325 libras anuales. Controlaba la mitad del azúcar cubano y puertorriqueño, gran parte del filipino y el 60% del azúcar refino norteamericano. Por eso se le conocía como “El Rey del Azúcar" comprando el Central Hershey en 1958, pero pudo disfrutar muy poco de sus dulces beneficios. Castro se lo quitaría en solo 12 meses, junto al Museo, su exclusiva pinacoteca y hasta el último trapo de su querido Napoleón.
REVOLUCIÓN ES DESTRUIR
El 1ro de enero de 1959 se acabaron los sueños para la empresa privada cubana y extranjera. Fidel nacionalizó todo el tejido empresarial y de servicio, y las propiedades de Julio Lobo fueron las primeras en pasar a sus manos; también el Central Hershey.
Comenzaba el proceso de destrucción ininterrumpida del país por la desidia castrista, y con ella la pérdida irreversible de todo lo que una vez tuvo algún valor empresarial, arquitectónico, artístico o histórico en Cuba. La dejadez institucional se dejó sentir casi inmediatamente en la comunidad del central Hershey, que Fidel y su combo redujeron en poco tiempo a un montón de chatarra y ruinas inservibles.
El Central Hershey perdió hasta el nombre, que desde entonces es “Camilo Cienfuegos”. Pero la fuerza de la memoria histórica de sus habitantes, ha conseguido que se conserve el apellido Hershey para los que no conocieron el pueblo en sus tiempos de gloria. Todos siguen llamándolo como antes, y Milton Hershey continúa silenciosamente presente en medio del desastre.
Su avanzada y moderna comunidad fabril azucarera es un viejo cementerio de recuerdos marchitos, casas destruidas y solares yermos, donde la mala yerba y la desesperanza compiten por crecer. La dictadura que castró su futuro le ha pasado por encima como una aplanadora. No existe casi nada de lo que hizo el filántropo; es un pueblo fantasma perdido en Santa Cruz, cuya sola visión es tan amarga, como dulces fueron sus mejores momentos.
Queda el tren, renqueante, mal gestionado, eventualmente “modernizado”, si cabe la palabra. Va y viene a duras penas como una reliquia, por las mismas vías que Milton dibujó entre Casa Blanca y Matanzas. “Nunca llega en hora”, dicen los que lo usan. Antes era puntual, cuando cumplía la función que lo hizo célebre; hacer llegar al pueblo la modernidad y el desarrollo. Era “El Tren del Dinero”, pero hace tiempo fue asaltado por ladrones peores que los de la película.
Hoy los 1200 habitantes del batey, viven con frustrada resignación su inexorable muerte. Pero ellos, y los 11 millones de cubanos restantes, ya están acostumbrados a este duelo, porque el resto de Cuba ha ido muriendo igual. Hershey es solo una metástasis del cáncer comunista.
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Bibliografía consultada
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Carpentier, Alejo: La consagración de la primavera, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1979.
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Martínez Camarero, Claudia – Hershey: Un pueblo con dulces recuerdos.
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Martínez Shvietsova, Polina – El Central Hershey.
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Central Hershey – http://xn--gije-0ra.com/
The Hershey Press – El funeral de Catherine Hershey.
"Hershey, figura de la Semana" – Revista Bohemia, 15 de junio de 1952.
Zanetti, Oscar y Alejandro García: Caminos para el azúcar, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1987.