Charles Philibert Peissot: francés precursor de la inteligencia mambisa en Cuba.
Desde aquel levantamiento fundacional de Carlos Manuel de Céspedes con sus esclavos en La Demajagua, en 1868, la epopeya cubana por la libertad es un compendio de proezas, escrito con la sangre y las ideas de sus mejores hijos.
Pero no solamente fueron nuestros compatriotas decimonónicos quienes combatieron en la manigua o desde el exilio contra el yugo colonial español. Personas provenientes de otras latitudes contribuyeron también a dignificar esa noble causa.
Algunas llegaron a Cuba en atípicas circunstancias, como Charles Philibert Peissot, un oficial del ejército francés que se enfrentó en 1870 a los prusianos cuando estos sitiaron la capital de su país, y luego, en 1871, fue sargento mayor de la Comuna de París, la efímera experiencia socialista, considerada «el primer Estado proletario del mundo».
La biografía de este ingeniero militar galo merece un guion de cine. Luego de la derrota de los comuneros —quienes, al decir de Carlos Marx, intentaron «tomar el cielo por asalto»— ocurrió en la llamada Ciudad Luz una cruenta carnicería. Los muertos sumaron casi 30 000 y hubo un elevado número de heridos.
Los que milagrosamente salvaron la vida fueron hechos prisioneros y deportados luego a la isla de Nueva Caledonia, posesión francesa en el Océano Pacífico. Solo unos pocos consiguieron escapar de la persecución. Entre ellos figuró Charles Philibert Peissot, quien, junto con un pequeño grupo de correligionarios, logró cruzar la frontera con España.
Tan pronto descubrieron su presencia en la Península, los arrestaron. Sus captores los pusieron a escoger: o volvían a Francia a morir guillotinados o aceptaban el destierro a las colonias españolas del Nuevo Mundo. Y, como de dos males, el menor, Peissot y los suyos prefirieron la segunda opción.
Rumbo a lo desconocido
Luego de unos meses de calabozo, los embarcaron en un viejo barco atestado de tropas con destino a Cuba. La travesía atlántica se prolongó durante varias semanas, suficientes para que marineros y tripulantes, incapaces de pronunciar su nombre en el idioma original, convirtieran su exótico Charles Philibert Peissot en el castizo Charles Peiso. La historiografía cubana lo identificaría así en lo adelante.
Una mañana de sol, la nave arrimó su costillar a un muelle del puerto de Nuevitas, en la costa norte cubana. Los más de 40 comuneros desembarcaron bajo fuerte custodia. Tras una larga marcha por caminos infernales, llegaron a un campamento español en el poblado de El Guamo, entre Bayamo y Las Tunas.
A juzgar por las pesquisas del máster Víctor Manuel Marrero, historiador de la ciudad de Las Tunas, antes de zarpar de España les habían asegurado que en Cuba trabajarían en sus respectivos oficios. La realidad les deparó algo diferente: tan pronto bajaron a tierra, los vistieron con uniformes del Ejército colonial, les españolizaron sus nombres y los armaron con arcabuces para que combatieran a los mambises.
Pero tres de ellos se negaron a cumplir la orden y escaparon rumbo al monte para unirse a las fuerzas insurrectas. Así lo reseña el propio Marrero en su interesante libro Apuntes para una historia colonial de la provincia de Las Tunas. Afirma el autor que el 23 de febrero de 1873, el trío halló a la tropa del Mayor General Vicente García en su campamento de El Lavado, en el actual municipio tunero de Jobabo. Luego de ser detenidos e interrogados, dieron sus nombres: Charles Philibert Peissot, Clodomir Pampillón y Jean Bennon.
El León de Santa Rita lo anotó así en su Diario de Campaña:
«El prefecto Ángel Vega trajo tres conciudadanos franceses que, para presentarse a su cónsul, buscaron la protección de nuestras fuerzas. Manifestaron que el Gobierno español los contrató en Barcelona para trabajar por sus respectivas profesiones en La Habana, lo mismo que a más de 40 de sus compatriotas, y que en vez de eso, se les desembarcó en Nuevitas y se les diseminó para tomar las armas en distintos batallones del ejército; que fueron traídos al Guamo, donde les mudaron sus nombres por otros españoles y se les indicó que si desertaban serían fusilados, y que los cubanos lo harían también con todo el que se les presentaba; que negándoseles facilidad para ver a cónsul alguno de su nación y que no queriendo pelear contra los principios republicanos que con las armas sostuvieron en su patria, decidieron venir al campo insurrecto a los efectos antes indicados».
Charles Philibert Peissot —a la sazón, simplemente Charles Peiso— pidió quedarse en la tropa, y lo aceptaron. En sus filas llegó a desempeñar un rol político importante. Incluso, algunos han considerado que las primeras prédicas socialistas escuchadas en Cuba fueron obra suya, pues el francés solía arengar a los mambises con un futuro de justicia social.
Luego, en virtud de su capacidad y talento, logró infiltrarse en el campo enemigo en calidad de secretario del comandante Félix Toledo Vidal, jefe militar de la Plaza de Armas de Victoria de Las Tunas. Marrero especula que quizá lo consiguió con la ayuda de Pedro Agüero González, también solapado allí y primo del Mayor General Vicente García.
Desde entonces no hubo en la zona movimiento de tropas, arribo de provisiones o emplazamientos estratégicos que el alto oficial del Ejército Libertador no conociera a priori. Charles Peiso —o el confidente Aristipo, el seudónimo que le endilgaron— le hacía llegar en clave y con lujo de detalles toda la información. Fue así como se convirtió en uno de los agentes secretos más importantes de la Guerra Grande.
Para esa época, el antiguo comunero había contraído nupcias con una cubana de armas tomar: Iria Mayo Martinell, hija de francesa y, por la parte paterna, descendiente de una familia tunera que envió a 25 de los suyos a la manigua redentora.
La toma de Victoria de Las Tunas de 1876
La obra maestra de Charles Peiso en materia de inteligencia militar fue la información que le facilitó al Mayor General Vicente García para que este tomara Victoria de Las Tunas el 23 de septiembre de 1876. En su detallado informe señalaba fortines, trincheras, cantidad de soldados, artillería, ubicaciones y puntos vulnerables por donde se podía atacar.
Tres días antes, el 20 de septiembre, a su esposa Iria se le confió la misión de burlar las líneas enemigas y llevarle al oficial insurrecto esos planos, diseñados por el propio Aristipo. Ella aprovechó su avanzado estado de gestación para coserlos bajo su blusa de embarazada. Con esa artimaña eludió el registro y llegó sana y salva al campamento mambí.
Gracias a esos croquis, el Mayor General Vicente García tomó la villa y la incendió, comenzando por su propia casa. El coronel René González Barrios escribió años atrás sobre este asunto en la revista Verde Olivo: «La operación comenzó a medianoche, tal y como se había planificado. Luego de seis horas de combate, la ciudad natal del jefe insurrecto era territorio libre de Cuba. Fue una de las más importantes victorias de las armas cubanas en las guerras libertarias del siglo XIX. Aristipo, el comunero de París de avanzadas ideas políticas, había aportado su granito de arena al monumento formidable de nuestras guerras de independencia».
Glorioso final de aristipo
Pero si aquella madrugada Victoria de Las Tunas fue reducida a cenizas por la tea insurrecta, Aristipo «ardió» también como agente secreto, pues los españoles descubrieron pronto su participación en los hechos y lo culparon de la derrota.
Aunque para entonces ya se había replegado con las tropas de Vicente García —de cuyo Estado Mayor llegó a formar parte—, comenzaron a perseguirlo con obsesivo frenesí. Tanto, que el 16 de junio de 1877 otro confidente insurrecto, el agente Remigio, le escribió una nota al jefe militar tunero donde le advertía: «al francés lo buscan con mucho empeño». Pretendían hacerle pagar con su vida las más de cien bajas sufridas y la humillante rendición de 150 de sus efectivos.
El 7 de julio de 1877, las tropas del teniente coronel José Sacramento León Rivero, subordinado de Vicente García, tuvieron un enfrentamiento con el enemigo en un paraje rural llamado Las Mercedes. En su libro Vicente García y la inteligencia militar mambisa, Marrero cita el Diario de Campaña de Francisco Varona, quien glosó así aquel combate:
«Fue atacado por sorpresa y tuvo cinco muertos y cuatro heridos (…). Entre los primeros cuéntese al francés Carlos Peiso. Este francés fue el que facilitó en gran parte la entrada y toma de Las Tunas. Era sargento procedente de “La Comuna” y servía en Las Tunas de secretario del Comandante Toledo Vidal. Púsose en inteligencia con el General Vicente García y prestó buenos servicios hasta su muerte este día».
El cadáver de Charles Peiso fue capturado por los españoles e identificado por uno de sus soldados. Sedientos de venganza, no mostraron el menor respeto por sus despojos. Lo despedazaron y, a manera de escarmiento, esparcieron luego sus restos por la Plaza de Armas de Victoria de Las Tunas.
Su esposa Iria no corrió mejor suerte. La versión más conocida asegura que, al poco tiempo del ataque a la ciudad, fue delatada y encerrada por ser cónyuge y cómplice de un mambí. En la prisión parió a León Filiberto, su único hijo. Apenas sin recobrarse, la obligaron a caminar un gran trecho, hasta la cárcel de Bayamo, donde ordenaron su traslado.
Presintiendo su fatal desenlace, encomendó su criatura a una antigua esclava llamada Inés Nápoles, compañera de infortunio. Le pidió que, al terminar la guerra, encontrara al padre y se la entregara. Durante la penosa caminata las fuerzas de Iria se agotaron por la debilidad. Como no pudo continuar, los soldados la asesinaron a machetazos.
Pero —¡ay!—, cuando Inés fue liberada, ya Charles Peiso estaba muerto. Le entregó el niño a su tío Juanillo Mayo, quien lo educó en los cánones familiares. León Filiberto creció y, al estallar la Guerra de 1895, se fue a la manigua, donde ganó los grados de teniente. La fortuna quiso que, como su padre, participara en una toma de Las Tunas, la de 1897, a las órdenes del Mayor General Calixto García. Durante los combates fue herido en una pierna, lesión que le provocó padecer de una leve cojera. En los años 30 del siglo pasado ocupó la alcaldía de la ciudad. Cinco de sus 15 hijos —Bello, Leticia, Elba, Valito y Maruja— todavía viven.
Charles Peiso, el agente Aristipo, uno de los precursores de la inteligencia mambisa, se insertó en nuestra historia desde el día en que decidió echar su suerte junto a los cubanos.
Escrito por Juan Morales Agüero.