Chelo Alonso, una “rumbera” muy inteligente.
Autor: Franck Fernández – traductor, intérprete, filólogo
Hay momentos en que hay que saber detener el trabajo. Después un agobiante día de trabajo, le dije a una de las secretarias que yo me encargaría de llevar la correspondencia del día a la cercana oficina de correos de la Rue Sambre et Meuse. La oficina de correos estaba atestada y delante de cada una de sus ventanillas había una buena cola. No me importaba, la jornada ya estaba terminada para mí. El señor que estaba detrás de mí en la fila evidentemente tenía deseos de conversar y me sacó conversación. En algún momento determinado me preguntó, como saben hacer con su poca discreción los franceses. – ¿De dónde viene su “pequeño acento”? -Soy de origen cubano, le respondí.
Recuerdo la expresión de su cara y me pregunta. – ¿Usted conoce a Chelo Alonso? – Sí, sé quién es ella. De niño vi algunas de sus películas. -Pues bien, me riposta, -Yo soy su biógrafo oficial y me gustaría poder conversar con usted. Vivía a poco más de 100 metros de mi apartamento, por lo que esa noche me invitó a una copa. Lo primero que me asombró al llegar a su apartamento fue que, como única decoración, por todas partes había viejos carteles de cine de las grandes películas de Chelo Alonso. Su intención era que yo le ayudara en algo en la redacción francesa de la biografía oficial de la artista cubana y que después la tradujera al español.
Aquel proyecto no llegó a ningún buen puerto. Poco a poco nos dejamos de ver hasta que, por fin, le perdí la traza. Tan interesado estaba el señor por Chelo Alonso, que su apellido lo había cambiado por el de la actriz. Se llamaba Dominique Alonso. En francés, el nombre Dominique, con la misma ortografía, se utiliza tanto para hombres como para mujeres. Sin embargo, sí estuve leyendo largos pasajes de lo que ya él había escrito. Pero el amable lector se estará preguntando a estas alturas quién era Chelo Alonso.
Es muy probable que las nuevas generaciones no las han visto, pero las personas de mi edad o incluso mayores seguramente vieron las grandes producciones italianas de comienzos de los años 60 en películas pseudo históricas en compañía del que en aquel momento llevaba el título de Míster Universo, Steve Reeves, que con su inflada musculatura representaba a personajes como Hércules, aunque algo tontito. Chelo Alonso, cuyo nombre real era Isabel Apolonia García nació en el caserío (en Cuba batey) del central azucarero Lugareño de la provincia de Camagüey, al norte de la ciudad homónima que es capital de dicha provincia.
Su padre era técnico azucarero de dicho central con ciertos recursos. Su madre era mexicana aunque, por mucho que he tratado de investigar, no he podido saber de qué parte de ese país. Su madre supo darle una buena educación a su hija y la apoyó mucho en la vocación que tenía la niña, que era la danza. A los 17 años ya era bailarina consagrada en el Teatro Nacional de La Habana y los cazatalentos de inmediato vieron en ella no a la rumbera que tanto vimos en la época de oro del cine mexicano, sino algo más. Viajó por varios países, específicamente por la Cuenca del Caribe. Llegó a Miami, de ahí a Nueva York donde trabajó en Broadway. De Nueva York a Europa y nada menos que a París, en el Folies Bergère, donde fue reconocida y adorada como una nueva Josephine Baker. La bomba H cubana la llamaban. De París, el salto fue a Roma y, como dijo Julio César en Galia, en Cinecittà ella proclamó: Vini, vidi, vinci.
De inmediato comenzó a hacer el tipo de películas que ya he descrito anteriormente y a la que los críticos de la época le pusieron el nombre de películas “péplum”. Péplum era el nombre de las faldas ligeras y cortas que utilizaban las antiguas greco-romanas, porque recordemos que los personajes que interpretaba esta camagüeyana eran antiguas romanas y antiguas griegas. En total filmó 19 películas, casi todas grandes producciones. Algunas de ellas con grandes actores y directores del cine italiano del momento.
Llegó a protagonizar una película con la sueca de generosos pechos Anita Ekberg, que pasó a la historia de la cinematografía del cine clásico y culto con su famosa escena en La Fontana di Trevi de la película La Dolce Vita con Marcello Mastroianni. El que fuera rumbera no hacía de Chelo Alonso una mujer tonta. Todo lo contrario. En la filmación de una de sus películas en la extinta Yugoslavia coincidió con el Che Guevara y él mucho le insistió para que ella viniera a formar parte de la nueva cinematografía cubana. Chelo Alonso, mujer fina, supo eludir la invitación. Ya ella sabía en qué consistía el régimen que representaba el argentino.
Chelo Alonso en sus momentos de gloria imponía la moda en Italia. Estuvo casada con el productor Aldo Pomilia con el que tuvo un hijo. También incursionó en la televisión italiana en distintos papeles, siendo uno de ellos el de maestra de cocina con el que les enseñó a las amas de casa italianas cómo hacer un buen frijol negro a la cubana y ropa vieja. Cuando quiso volver al cine, a pesar de que todavía era una bellísima mujer, ya habían salido otras actrices también muy bellas y, sobre todo, más atrevidas.
Se dedicó al negocio de su marido, que tenía una disquera, hasta que con la muerte de su esposo decidió instalarse en la zona de la ciudad Siena para dirigir un hotel restaurante de su propiedad y una cría de gatos, lo que nos demuestra que esta mujer, amén de bella y excelente bailarina, también era una buena administradora de empresa.
Chelo Alonso nos abandonó en 2019 dejándonos una infinidad de fotografías que testimonian su belleza y su elegancia. Nos dejó sus películas en las que podemos ver su exuberante cuerpo y sus contorsionados bailes que sí eran eróticos, pero no por eso vulgares. En el cielo estará bailando Chelo Alonso a algunos de sus admiradores.
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