Cuando aquel día de 1906 el anciano abandonó su domicilio —Esperanza entre Suárez y Factoría, en La Habana—, probablemente ni sospechaba que esa iba a ser su última cita con la eterna enamorada, con esa novia a la cual había siempre peligrosamente galanteado.
Con paso que desdecía sus 73 años cumplidos se dirigió a una cercana taberna, donde compartió algunas copas de ginebra con un amigo. Nadie hoy sabe decir cuál fue el tema de conversación que abordó el viejo entre brindis y brindis. ¿Recordaría el humilde hogar paterno, allá en Santiago, en la calle Rastro? ¿Vendrían a sus ojos —los de la memoria— los paisajes del litoral español cuando, casi un chiquillo, se enroló como marino mercante? ¿Enumeraría sus múltiples lances guerreros?
Quién sabe. Lo cierto es que de la taberna partió hacia el poblado El Cano, donde le esperaba un alijo de armas. El viejo acudía puntal a la cita con su siempre burlada novia: la Muerte.
UNA VIDA DE LEYENDA
Quintín Bandera, antes de cumplir los veinte años, cae preso cuando intentaba establecer contacto con las tropas de Narciso López en 1851.
Participa en la Guerra Grande, en la Chiquita y en la del 95. Combate a las órdenes de los más arrojados titanes mambises: Calixto García, Donato Mármol, José Lacret, Antonio Maceo y Máximo Gómez.
Maceo, siempre tan adusto, no obstante solía bromear con Bandera, a quien gustaba decirle: “Compadre Quintín, si yo tuviera tu nombre tomaría La Habana enseguida”.
El Titán hacía alusión al encuentro de dos batallones hispánicos que se tirotearon ferozmente por una confusión, pues al identificarse uno resultó ser el de San Quintín y la otra fuerza, confundida con el nombre del temerario mambí, rompió fuego aterrorizada.
TRIBULACIONES REPUBLICANAS
Surge el engendro de 1902 y la silla presidencial es ocupada por Estrada Palma. Yankófilo a calzón quitado, traidor hasta la última víscera, baste decir que durante su mandato y con su beneplácito la familia de Martí languideció en la miseria.
No mejor suerte le tocó a Bandera. Cuando se persona en palacio, el presidente le ofrece un billete que el mambí pisotea.
Consigue un ínfimo puesto en la firma Crusellas: repartir muestras de jabón entre las lavanderas, como recurso publicitario.
Mientras tanto, Estrada Palma está fraguando una bravata reeleccionaria. Ante la resistencia que avizora, se le oye mascullar por los pasillos de palacio: “Aquí hay que hacer un escarmiento”.
ENCUENTRO CON LA NOVIA
Ha estallado la llamada Guerrita de Agosto, que resulta un intento fallido. Quintín Bandera aguarda por un prometido salvoconducto de Estrada Palma en una finca de Arroyo Arenas. Una polvareda en el horizonte anuncia la cercanía de un grupo de jinetes. Cuando se acercan suena un disparo y Bandera rueda por tierra. El cadáver es macheteado. Un tajo cercena de raíz la oreja izquierda. Un guardia rural comenta: “Ya este no va a pasar más trochas”.
Manda la fuerza atacante el capitán Ignacio Delgado, ascendido a esa categoría militar por el propio Quintín, en la Guerra del 95.
En la tumba del mambí figuró la inscripción: “EPD. Padre Felipe Augusto Caballero”. El capellán del Cementerio de Colón, temeroso de que el presidente asesino se ensañara hasta con los restos, escribió en la cruz su propio nombre.
Cayó el guerrero. Su novia sempiterna —la Muerte—, ante cuyo llamado siempre salió indemne, ahora había venido por los oscuros meandros de la traición.