No deben quedar sin comentario otros asuntos de esta parte del libro. Al igual que hizo el antiguo ministro de cultura, busca Valdés Vivó refugio para sus ideas en grandes figuras de nuestra historia. No es menos que una falta de respeto recurrir a los patriotas cubanos, para apoyar ese “socialismo de Cuba”, además de “irreversible”, lleno de contradicciones y de crímenes; dice:
Como también piensan ahora los revolucionarios de todas partes, los de Cuba consideran indispensable unir la ideología consustancial al internacionalismo de la clase obrera, elaborada en lo fundamental por Marx, Engels y Lenin, con las prédicas de los diferente héroes nacionales.
Es curioso, aunque lamentable, ver ahora a representantes del “socialismo de Cuba” buscando amparo a la sombra de aquéllos cuyo espíritu asesinaron para entregarse al internacionalismo soviético; dijo Martí sobre semejante infamia: “Honrar en el nombre lo que en la esencia se abomina y combate, es como apretar en amistad un hombre al pecho y clavarle un puñal en el costado”.
Por lo que hasta aquí se ve, el “socialismo de Cuba”, en el mundo de las ideas, no pasa de ser una chochera como la que padece su máximo líder. El sesgo del mundo, junto a los fracasos del gobierno de Cuba, lleva a sus dirigentes también a recurrir a las cumbres de lo que despreciaron como vestigios burgueses, y van con la pandereta limosnera a pedirles ayuda para mantenerse en el poder, como “jineteando” van tras el dólar del turista, del extranjero que invierte o del cubano que envía dinero a sus familiares en la isla.
Así de nuevo se le echa mano a Luz Caballero, pero la incapacidad de Valdés Vivó, le hace confundir las palabras de Martí sobre Luz y mezcla como lo llamó en Patria, en 1894, “el silencioso fundador”, con lo que de él había dicho en El Economista Americano, en 1888, “Sembró hombres”, y así aparece como el “silencioso sembrador de hombres”; y queda fuera lo de “fundador”: el que crea, el que instituye, el que erige; eso fue Luz y su colegio, “el espíritu del país”, como dijo su alumno Manuel Sanguily en su Estudio Crítico sobre José de la Luz Caballero (1890): “Cuando en medio del aparente y universal reposo, se sintió temblar el suelo [por la Guerra de los Diez Años], al sonar angustiosamente una hora solemne de prueba, aquella santa casa [el colegio El Salvador] se quedó vacía”.
Al “ajiaco” trae también Valdés Vivó a Tony Guiteras, a quien Marinello, en el mismo escrito de 1935 en el que calificó a Martí de “abogado de los poderosos”, llamó al fundador de la Joven Cuba, y a los “nacionalistas, apristas y menocaleros” que se oponían al comunismo, “jóvenes reaccionarios… ubicados en la burguesía [y] servidores del mundo en putrefacción”.
Y tras Guiteras, acabado de mencionar a Lázaro Peña y a Jesús Menéndez, porque anhelaba “el adecentamiento de la vida pública”, trae también a Eddy Chibás, el látigo de mayor prestigio en la República contra el comunismo criollo, desde el 14 de mayo de 1939 en que publicó en la revista Bohemia su memorable artículo “¡Yo acuso a Blas Roca de traidor!”, hasta su muerte en 1951.
Junto a la ignorancia anda aquí la guataquería, que es una manera de esconder con ésta la otra, y dice Valdés Vivó de Fidel Castro: “Su obra de gobierno de cuatro decenios representa más que lo logrado por Cuba en cuatro siglos”, y allá, en el otro plato de la balanza, vencidas por el genio del comandante en jefe, quedan la vida y la obra de José Agustín Caballero, Félix Varela, Luz, Saco, Céspedes, Agramonte, los Maceo, Enrique José Varona, ¡Martí! y la de todos los mártires de la independencia, y de los muchos cubanos que sirvieron con dignidad y pureza la Republica.
Una curiosa cuestión salta a la vista en esta parte del libro, donde, sin venir al caso, dice el director de la Escuela Superior de Estudios: “Así como la Revolución cubana siempre ha rechazado la tortura, incluso al combatir a los más perversos torturadores, también ha sido opuesta a toda mentira”. Pero, ¿por qué de manera fortuita y sin explicación se trae un tema tan ajeno al libro? Al leer esas palabras vienen a la memoria las denuncias de los prisioneros de guerra americanos que fueron torturados en Vietnam por agentes castristas. Los acusaron buen número de exprisioneros según consta en el libro Honor Bound de S. I. Rochester y F. Kiley, publicado en 1998; allí se describen las torturas que se llevaron a cabo con el fin, parece, de entrenar a los cubanos o para que los presos les sirvieran como conejillo de Indias y así probar técnicas nuevas de dominación (“Whether to give the Cubans training as intelligence officers or as experimental fodder for testing new domination techniques”). Y en un reportaje de El Nuevo Herald a raíz de hacerse pública esa información se lee: “Otro de quien se sospecha como miembro del trío de torturadores es el entonces embajador de Cuba en Vietnam, Raúl Valdés Vivó, viejo militante comunista”. ¿Podría explicarse esa protesta sobre la tortura, aquí traída por los pelos, por un complejo de culpa del actual director en La Habana de la Escuela Superior del Partido? ¿A qué viene ese descargo inoportuno en este lugar? Un proverbio legal latino afirma que cuando alguien proclama su inocencia en lugar donde no se le acusa es prueba evidente de que tiene culpa: “Excusatio non petita accusatio manifesta”.