El actual Partido Comunista de Cuba es una gran farsa. Es un instrumento que sirve exclusivamente para vestir ideológicamente las ambiciones de poder de los dirigentes del gobierno. Lo integra una mafia que por años ha gobernado a capricho y que en el presente es útil para el enriquecimiento de los moncadistas, sus descendientes e incondicionales.
El maridaje del Castrismo con el comunismo ha dejado un legado devastador para la nación cubana. En la isla se ha establecido una nomenclatura que ha disfrutado sin interrupción del poder absoluto. Se instituyó una aristocracia artística, deportiva e intelectual, supeditada al compromiso político.
Las Fuerzas Armadas sirvieron como ejércitos mercenarios, y hoy son generadora de fortunas para sus generales. El movimiento obrero es otra empresa del estado.
La estafa, la vulgarización del lenguaje y las costumbres, la masificación del ciudadano hicieron desaparecer al individuo y por consiguiente la privacidad. El pudor se escabulló en la promiscuidad y la prostitución, presentes en toda sociedad, pero siempre cuestionadas, se reconcilió con la comunidad para ser aceptadas como prácticas comunes, porque lo primero es “sobrevivir” sin importar cómo.
La corrupción, el abuso de poder y el cisma provocado por la sectorización moral e ideológica de la nación, han alcanzado niveles nunca imaginados. Décadas de castrismo han esparcido una dolorosa sombra en el presente, y prometen un angustioso alumbramiento de futuro.
El castrismo es el principal responsable de la corrosión moral que amenaza extenderse a toda la nación. En la actualidad la economía es parásita, mendiga, dependiente de la generosidad de otros países como Venezuela y China. Se habla de reformas económicas, pero no se puede obviar que el régimen ha reprimido por décadas el desarrollo de una economía independiente.
Fidel y Raúl Castro dejan una herencia lamentable. Los números están en rojo, no solo porque la economía está destruida, sino por la frustración de millones de personas que compraron el sueño que les fue robado, por la amargura de los que enfrentaron el sistema sin éxitos y por una sociedad que salvo excepciones, ha pedido las esperanzas.