El Capitolio Nacional es, sin dudas, uno de las obras más relevantes de la arquitectura cubana. Construido luego de un largo proceso que incluyó concursos, cambios de proyectistas, paralizaciones de la ejecución y transformaciones drásticas al proyecto inicial, el resultado final respondió cabalmente, con su monumental presencia, a la intención de los gobernantes del país de dotar a éste con un símbolo representativo de sus ideales supuestamente democráticos. El primer proyecto, concebido para Palacio Presidencial, fue realizado en 1910 y sus obras se paralizaron, luego de un significativo avance, para realizar los cambios que requería la nueva función propuesta de sede del Senado y de la Cámara de Representantes. La construcción fue finalmente retomada y finalizada entre 1926 y 1929, por el impulso que significó la realización del Plan de Embellecimiento de la ciudad promovido por el presidente Gerardo Machado y su Secretario de Obras Públicas, Carlos Miguel de Céspedes. La obra es sumamente monumental, pero su impacto tan fuerte sobre el tejido urbano es minimizado por sus correctas proporciones y sus estudiadas fachadas. La principal posee como atributos mas destacados una extensa escalinata que desemboca en un alto pórtico de ingreso, flanqueado por dos estatuas de inusuales dimensiones en el contexto cubano, el Trabajo y la Virtud Tutelar, obras de Angelo Zanelli, quien también realizó la estatua de La República. A ambos lados de este pórtico se desarrollan logias de proporciones igualmente significativas, cuyas columnas en sucesión establecen un intenso ritmo horizontal contrapuesto a la verticalidad de la cúpula de 91,73 m de altura. En los extremos del edificio se adosan dos hemiciclos, correspondientes uno al Senado y el otro a la Cámara de Representantes, los cuales suavizan con su trazado curvilíneo la angularidad de una fachada excesivamente extensa. La solución estructural empleada, con elementos de acero, permitió cubrir espacios de muy grandes dimensiones, de los cuales el mayor es el Salón de los Pasos Perdidos que, extendido a ambos lados de la rotonda central, resulta extraordi¬nario en sus dimensiones y diseño, así como por la cali¬dad y variedad de los materiales empleados entre los que se destacan diversos tipos de mármoles. La com¬plejidad de la decoración de casi todos los ambientes interiores —despachos, bibliotecas, oficinas— contras¬ta con la relativa austeridad neoclásica de la imagen exterior, donde se destacan los frisos en relieve realiza¬dos por Juan José Sicre, Esteban Betancourt, Alberto Sabas, León Drouker y otros. Las puertas principales de bronce ornamentado fueron diseñadas por Enrique García Cabrera. Los jardines, concebidos por el paisa¬jista francés Jean Claude Nicolás Forestier, conjugan un trazado clásico, ordenado más o menos axialmente, con la inclusión de especies tropicales.