"EL GORRIÓN GENERAL"…Sabes que entre los más de 2 millones de cuerpos que descansan en el Cementerio de Colón yacen los restos de un Gorrión hace 151 años.
En el mes de marzo de 1869, seis meses después de que Céspedes declarara iniciadas las hostilidades con España y empezara la Guerra de los Diez Años, ocurrió un suceso extravagante que involucró a un ejemplar de la más común de las aves: un gorrión.
Por entonces, a los soldados españoles, los mambises les llamaban “rayadillos”, pero los voluntarios de la madre Patria se autodenominaban orgullosamente a sí mismos “gorriones”, y a su vez llamaban a los criollos “bijiritas” en alución a las asustadizas aves cubanas.
Resulta que la tarde del jueves 25 de marzo de 1869, uno de los voluntarios gaitos de la Compañía de Tiradores del Séptimo Batallón español, durante una ronda de vigilancia, se encontró debajo de un laurel de la Plaza de Armas, el cadáver de un pequeño gorrión.
Durante aquellos días de 1869, aunque la guerra se había declarado en el Oriente de la Isla, se hacían pruebas diarias de artillería en La Habana, para probar las piezas artilleras de las fortificaciones de la capital, temiendo un inesperado ataque por mar, puesto que se sabía que Céspedes intentaba armar una flota bélica mambisa, que finalmente nunca pasó de dos barcos que ni siquiera entraron en combate.
El soldado recogió al animalito muerto y se lo llevo a su guarnición en el Castillo de la Real Fuerza. Se cuenta que a uno de sus compañeros de armas, se le ocurrió vestir al gorrión con un pequeño uniforme de voluntario español, e improvisarle un diminuto altar, para velarlo como si fuera un oficial.
Al enterarse el Jefe de los voluntarios, se le ocurrió que el pobre gorrión podía ser un héroe, muerto “en acción de guerra”, y merecía ser enterrado con todos los honores militares posibles. Así que decidieron enterrar al pájaro a todo trapo y con toda la pompa de un general español.
A tal efecto, se le inventó una historia al gorrión, devenido “símbolo del alma de España”, dice Ramiro Guerra, “víctima de una bijirita sediciosa”. Inmediatamente los periódicos adscritos a La Corona se hicieron eco del asunto, difundiendo la triste noticia.
La prensa estuvo varios días publicando poemas póstumos y mensajes necrológicos dedicados al ave mártir. Los voluntarios embalsamaron al gorrión para el que se construyó un diminuto sarcófago de oro, que se pagó al contado por una suscripción pública.
Para darle otra vuelta de tuerca al acontecimiento, el gorrión fue ascendido post mortem al grado de coronel, como si hubiera muerto en campaña, y velado en su altar de oro en una de las salas del castillo, que se llenó de coronas y ramos de flores enviados por otros estamentos militares de la Isla.
Asistieron al sepelio, el Capitán General de la Isla de Cuba, las principales autoridades militares del gobierno y una gran representación de la sociedad civil. Se hizo una guardia de honor al féretro (feretrico) donde descansaba el ave uniformada, y desfilaron ante su cadáver durante todo un día miles de españoles residentes en la ciudad, obligados a confirmar así su adhesión incondicional a la Corona.
Pero la cosa no terminó ahí. Dos días más tarde, el cuerpo inerte del gorrión salió de La Habana en un coche de caballos en peregrinación solemne a Matanzas, Puerto Príncipe y Cárdenas, siendo homenajeado públicamente en las tres ciudades.
Una vez concluido el tour fúnebre, el coche y su ilustre cadáver alado fue traído de regreso al Castillo de la Real Fuerza y allí se le rindió la guardia de honor postrera. El ataúd (ataudsito) se colocó en una lujosa carroza fúnebre, y fue escoltada por un batallón de infantería acompañada por la Banda de Música del Real Cuerpo de Voluntarios hasta los terrenos del Cementerio de Colon, por entonces aún en construcción.
El gorrión fue enterrado en su sarcófago de oro en el sector noreste de la necrópolis habanera. La tumba se remató con una base escalonada de granito, que sirvió de basamento a un raro monumento funerario erigido en honor al gorrión-general fallecido. Allí se celebró la primera ceremonia militar realizada en el cementerio, y la única en honor a un animal en toda su historia. Fue el primero de los dos animales que descansan en Colón.