EL LECTOR DE TABAQUERÍA
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Hay muchas cosas que representan la cubanía. Y entre las que más, la trova tradicional y la cultura del tabaco, que además son dos formas de vida. No por causalidad Cuba elevó el Son a la categoría de Patrimonio Cultural de la nación. Y ahora ha sido el lector de tabaquería la figura distinguida.
El hecho lo oficializó el Consejo Nacional de Patrimonio de Cuba, que reconoció así la importancia cultural y la singularidad de este oficio literario que no existe en ninguna otra parte. Ahora Cuba aspira a que la lectura de tabaquería sea incluida por la UNESCO en su lista de Patrimonio Intangible de la Humanidad.
Siempre se leyó buena literatura en las fábricas de labor, aunque también horóscopos, recetas de cocina, manifiestos políticos, prensa conservadora y liberal y las curiosidades más diversas, incluidos densos tochos soviéticos cuando el realismo socialista se coló en Cuba por la puerta grande. Desde el principio, la elección de los materiales de lectura fue objeto de bronca. En la época de la colonia pesaban las inercias y pretendieron imponerse sesudos tratados sobre la historia de España. Sin embargo, en algunas fábricas con administraciones y sindicatos más abiertos entraban las obras de Dostoievski, Víctor Hugo y Zola, y se empezó a catalizar la conciencia social del gremio. El Quijote de Cervantes o volúmenes de Dumas y de William Shakespeare tuvieron también aceptación, e incluso algunos de sus personajes pasaron a convertirse en vitolas famosas, como Sancho Panza o Romeo y Julieta.De tanto escuchar las peripecias de Dantes surgió la marca Montecristo.
La lectura en las tabaquerías se introdujo en La Habana el año de 1865 en la fábrica El Fígaro. La iniciativa fue impulsada por el político liberal Nicolás Azcárate, quien tenía relación con el líder obrero asturiano Saturnino Martínez, que aprendió en Cuba el oficio de tabaquero y llevó la lectura a las fábricas con el objetivo de aliviar las largas y aburridas jornadas de los torcedores.
Resultó que estos conocimientos fueron dejando poso ideológico y convirtieron al sector tabaquero en un colectivo aguerrido y proclive a las ideas de la independencia. José Martí recibió el apoyo incondicional de los tabaqueros de Tampa en su lucha contra España. “La mesa de lectura de cada tabaquería fue tribuna avanzada de la libertad”, aseguró el Héroe Nacional de Cuba. El activismo llegó al punto de que, por miedo, llegaron a censurarse libros “contaminadores” y hasta el oficio del lector de tabaquería fue vetado en ocasiones, la primera de ellas por mandato del Capitán General Francisco Lersundi y Ormachea (1867-1869).
Como toda novedad, el lector de tabaquería tuvo desde el inicio defensores y detractores. Entre los primeros estaban los forasteros que visitaban las fábricas para comprar tabaco y quedaban agradablemente sorprendidos por el rito que precedía a la lectura —el sonido de una campanilla anunciaba el inicio— y por el ceremonioso silencio que la arropaba, roto en ocasiones por los golpes unánimes de las chavetas (cuchillas) en la mesa de trabajo, señal de satisfacción, o por el ruido discordante de cuando caían al piso, testimonio de desagrado; entre los segundos descollaba El Diario de la Marina, un periódico conservador que condenó "esas lecturas en comunidad en los talleres de tabaquerías" por considerarlas una excusa para el librepensamiento y la propaganda de ideales independentistas.
Desde entonces "la mesa de lectura de cada tabaquería fue tribuna avanzada de la libertad", como reconoció José Martí, el organizador de la última guerra de independencia en la isla. De hecho, el mensaje enviado por Martí desde el exilio con la orden de iniciar el 24 de febrero de 1895 el alzamiento definitivo contra España llegó a Cuba camuflado dentro de un tabaco.
Sentado en una silla situada en un entarimado en la parte central de la galera —se le llama así en recuerdo de la inspiración carcelaria de Nicolás Azcárate—, posición que lo elevaba por encima de los torcedores de tabaco, el lector de tabaquería les informaba en las mañanas de las noticias publicadas en diferentes órganos de prensa y en las tardes los seducía con textos literarios elegidos por los propios trabajadores. De algunos de aquellos textos saldrían los nombres de famosas marcas de tabaco cubano. La tragedia de William Shakespeare 'The Most Excellent and Lamentable Tragedie of Romeo and Juliet' sirvió para bautizar a los habanos Romeo y Julieta en 1875; de las aventuras de Edmundo Dantés narradas por Alejandro Dumas en 'El conde de Montecristo' saldría la marca Montecristo, creada en 1935 por las familias Menéndez y García.
Así como la música cubana no se agota en la cadencia bailable del son y el ron Havana Club es el hijo más famoso, mas no el único, que tuvo en la isla la caña de azúcar, el lector de tabaquería —declarado merecidamente Patrimonio Cultural de Cuba y con esperanzas de que la Unesco lo nombre Patrimonio Intangible de la Humanidad— ha logrado el milagro de que el tabaco cubano trascienda el fugaz placer de la fumada y hunda sus raíces en el alma de un país al que legó para siempre una tradición exclusiva.