El padre Testé.
por Jorge Luis González Suárez.
La Habana, Jorge Luis González (PD) Una muy arraigada tradición en las familias cubanas de ayer era el bautizo y comunión de los niños, con independencia del mayor o menor grado de fe en la religión católica de los padres del menor.
Tuve la dicha de ser bautizado y realizar la comunión con uno de los presbíteros más connotados de los años 50, monseñor Ismael Testé, más conocido como el padre Testé, cuya parroquia se encontraba en el barrio El Pilar, donde viví toda mi niñez.
Mis padrinos para el bautizo fueron María Suárez Marrero, tía materna, y Fernando González Armas, tío paterno.
Mi bautismo fue unos dos meses después de mi nacimiento, en 1948. En aquella época eso se consideraba tardío, pues el bautizo debía realizarse a los pocos días del nacimiento del niño.
El retraso se debió en parte a que mis padres esperaron la llegada desde San Luis, Pinar del Río, de mi tío.
Para demostrar la importancia que tenía este suceso en la vida de cualquier familia, basta decir que mi padrino Fernando vivió 99 años y la única ocasión en que viajó a la capital fue para participar en mi bautizo.
La comunión fue en mayo de 1956, cuando contaba 8 años. Las catequistas de la parroquia iban a la escuela donde estudiábamos los que haríamos la comunión a impartirnos el catecismo.
Antes de la comunión era imprescindible la confesión de los pecados. Recuerdo que mi madre me aconsejaba declarar al sacerdote todas mis faltas, pero en realidad yo era un muchacho bastante obediente. Casi sin saber qué decir, confesé que le decía a mi madrina elefante, pues ella era gorda. El castigo consistió en rezar 10 veces el Padre Nuestro y el Ave María en el reclinatorio.
El traje blanco con que hice la comunión fue confeccionado por un sastre llamado Armando, que vivía en un solar, justo al lado del pasaje donde yo residía. Costó 12 pesos. El sastre lo ponía todo. Aun hoy no puedo comprender como aquel modisto podía obtener ganancia, cuando cobraba tan barato.
Hice el juramento con la mano encima del misal, ante el sacerdote, para después recibir la hostia. Con esas dos acciones se consagraba al feligrés durante la misa.
En ese momento no tuve conciencia de la importancia de recibir esos votos de una figura tan trascendente como el padre Testé. Hoy es un orgullo para mí.
El padre Testé promovió y llevó a cabo un hermoso proyecto: La Ciudad de los Niños. Tenía como finalidad, recoger a niños pobres, desamparados y huérfanos en un hogar donde recibirían atención general. Este proyecto se materializó con la ayuda económica que brindó la población. Incluso llegó a existir un programa televisivo para recabar donativos.
La Ciudad de los Niños fue construida en Bejucal, un poblado al sur de La Habana, del cual era nativo el padre Testé.
El gobierno revolucionario convirtió La Ciudad de los Niños en una base militar dirigida por los soviéticos, donde se almacenaba el combustible para los cohetes intercontinentales, antes de producirse la crisis de los misiles, en octubre de 1962. Es posible que también allí se guardaran algunas de las ojivas nucleares rusas que se introdujeron en Cuba.
Hace poco fui al Arzobispado de La Habana, en busca de datos para conocer la trayectoria de este párroco, el cual emigró hacia los Estados Unidos a principios de la Revolución. Allí solamente encontré su expediente sacerdotal, con las órdenes recibidas, una copia de su bautismo y de sus estudios religiosos, pero casi nada de su significativa labor humanitaria y menos aún las razones por las cuales se fue de su patria.
Aunque parezca increíble, hasta tan alta institución eclesiástica ha llegado la autocensura por temor a las represalias del gobierno.
Ojalá algún día se haga justicia y con el favor de Dios salga a la luz toda la verdad sobre el padre Testé y su obra de caridad.