El Tarzan cubano!!!!
Durante la década de los años 40 del siglo pasado alcanzó celebridad en Cuba un personaje particularmente excéntrico llamado Ángel de la Torre que se internó en el bosque de La Habana para vivir al aire libre y de forma completamente natural. En su aventura y afán de ganar fama Ángel hizo cosas tan locas como lanzarse un clavado en el Almendares desde el puente de la calle 23; asegurándose antes, por supuesto, que su hazaña fuese atestiguada por un nutrido grupo de periodistas y admiradores, que también los tuvo.
Una noche, burló a las autoridades, tomó una canoa y tras remar río abajo se dirigió a La Habana bordeando el litoral para, finalmente, desembarcar frente al castillo de La Punta escasamente vestido con un taparrabos. Dada la alarma fue perseguido pertinazmente por la policía que no pudo alcanzarle, pues el moderno hombre feraz cruzó a toda carrera Malecón y en su plena encuerez fue a refugiarse en el local de una radioemisora que existía en Prado.
Ángel de la Torre, el primer cubano en navegar 90 millas a remo burlando de nuevo a la policía reembarcó en su piragua y desandó lo antes remado para volver a su refugio del bosque de La Habana. Tras esta incursión piratesca en la villa de San Cristóbal la prensa comenzó a ponderar sus hazañas y creció la leyenda del Tarzán cubano. Las autoridades, ocupadas en cosas más importantes, tampoco le hicieron mucho caso al que consideraban un lunático inofensivo que sólo buscaba llamar la atención.
Esto lo envalentonó y decidió realizar lo que nadie se había atrevido a hacer antes: remar solo en una canoa desde la desembocadura del Almendares hasta Varadero.
Su anuncio hecho a todo trapo hizo sonreír a los marineros y prácticos del litoral norte que pronosticaron que en el tronco en que viajaba no lograría vencer los rompientes de Jaruco ni la punta de Seboruco y, mucho menos, lograría traspasar la imponente boca de la bahía de Matanzas.
Los más pesimistas pronosticaron, incluso, que el cansancio físico lo rendiría y arrastrado por la corriente iría a dar con sus huesos contra el diente de perro o, peor aún, desaparecería mar afuera y nunca más se sabría de él.
Un día de julio de 1946 en medio de una gran expectación y alentado por los fans con que ya contaba se hizo a la mar Ángel de la Torre y contra todo mal augurio logró llegar hasta Varadero donde fue recibido con entusiasmo. Su llegada al balneario coincidió con las regatas nacionales para remos, las que presenció como invitado de honor; recibiendo, además, de los deportistas participantes la más cerrada ovación en reconocimiento a su hazaña.