«ES LICITO Y HONROSO”, dijo Martí, «aborrecer la violencia, y predicar contra ella, mientras haya modo visible y racional de obtener sin violencia la justicia indispensable al bienestar del hombre; PERO CUANDO SE ESTA CONVENCIDO de que por la diferencia inevitable de los caracteres, por los intereses irreconciliables y distintos, por la adversidad, honda como la mar, de mente política y aspiraciones, no hay modo pacifico suficiente para obtener siquiera derechos mínimos en un pueblo donde estalla ya, en nueva plenitud la capacidad sofocada, o es ciego el que sostiene contra la verdad hirviente, el modo pacifico: o es desleal a su pueblo el que no lo ve y se empeña en proclamarlo. No quiere a su pueblo el que le ahoga la capacidad. No quiere a su pueblo el que empeña en detenerlo en pleno mundo, en la hora en que los pueblos émulos y semejantes le toman la delantera”