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Este refrán Indica la prontitud con que se ocupan los puestos vacantes o, en general, a la rapidez con la que se suceden los cambios. Se emplea con frecuencia para afirmar que nadie es imprescindible y que se olvida pronto, ya sea en el trabajo o en el amor.
El refrán toma su imagen de la política monárquica, en la cual, tan pronto muere el rey, es nombrado otro monarca. La empresa debe llevarse a cabo con rapidez, eficiencia y eficacia por el bien del Estado, de manera que las lamentaciones no interrumpen la diligencia de este proceso.
En el año 1705, el rey Felipe V de España fue quien lidereó las tropas para llevar a cabo el asalto al castillo de Monjuic, enfrentándose a Carlos de Austria.
Los soldados de la tropa temían que el rey Felipe sufriera algún daño en el combate y le pedían que se refugiara, dejándolo a ellos que llevaran a cabo la misión ya que soldado hay muchos, pero rey solo uno.
Felipe V les respondió que si el rey moría habría que colocar a otro en su lugar y expreso la frase: «A rey muerto, rey puesto».