FOTOSERIE «LOS ÚLTIMOS SERES LIBRES DE CUBA»
Fotos: Inalkis Rodriguez Lora
Ajenos al país, a sus decretos y carencias, a las colas y las redes sociales, viven en Cuba muchas otras criaturas con sus particulares alegrías y problemas. Inalkis Rodríguez ha fotografiado pacientemente las aves que pueblan los alrededores de la finca La Josefina, en los camagüeyanos montes de Najasa, y este domingo comparte con nosotros algunas de sus imágenes.
Metido en el agua está el aguaitacaimán (o cagaleche, como le dicen en Najasa), buscando guajacones en los charcos crecidos por las últimas lluvias.
El sijú cotunto se asoma desde el hueco en la palma, empujado por el calor, casi lo único que puede llevar a mostrarse de día a este cazador nocturno. Un judío, posado en su plumaje todo negro sobre la rama de la baría, mira de perfil con su pico ancho y curvo.
Rodeado de ciruelas verdes -que no va a tocar- está el mayito, esperando la hora de entrar con toda su bandada en las cocinas de los campesinos, tras todo lo comestible que haya quedado a la vista.
El zunzún, de pecho verde brillante, descansa por un momento de su frenético vuelo, mientras el carpintero jabao taladra la corteza del algarrobo en busca de insectos escondidos. En la punta de una palma ahuecada por un rayo, la cotorra observa los alrededores. En el suelo, el omnipresente aura espera que se alejen los humanos para caer sobre las vísceras de un animal sacrificado.
Un sinsonte que no ha tenido la desdicha de terminar enjaulado por las maravillas de su canto, escoge para posar su libertad las ramas secas de una baría. El pitirre real, de pecho blanco y plumaje superior pardo –muy parecido al musical sinsonte- en cambio está rodeado de las hojas verdes del mango.
El zorzal, con sus inconfundibles patas rojas y anillos del mismo color entorno a los ojos, baja en la mañana hasta el suelo de las cercanías de la casa, porque sabe que ahí abundan los insectos que la noche anterior revolotearon en busca de la luz de la vivienda.
Y finalmente, el tocororo, endémico y reacio a emigrar, se distingue entre los árboles por sus tres colores. Es él la marca, la prueba, el ave que –más que ninguna otra- le recuerda a quien camina por cualquier campo de esta isla hermosa y compleja, que camina por Cuba.
Texto: Henry Constantín (con información de Inalkis Rodríguez Lora)
Compartido por Onel Hernández
Publicación de La Hora de Cuba