Francisco Vicente Aguileña uno de los Padres de la Patria cubana, a quien nuestro apóstol José Martí denominó como el millonario heroico.
Lamentablemente, poco se conoce todavía acerca del hombre que encabezó, de manera natural y sin oposición, la conspiración destinada a iniciar la primera guerra del país por la independencia nacional y contra la esclavitud.
No solo hizo eso, sino que, cuando su coterráneo Carlos Manuel de Céspedes se le adelantó e hizo estallar la contienda, él aceptó con humildad los hechos, se incorporó a la lucha y estuvo entre los más vehementes defensores de la disciplina y la unidad entre los líderes del independentismo.
En esa gesta, cuyo final no pudo ver, sacrificó una de las fortunas más grandes de la mitad oriental del país, la familia y la vida, para morir de enfermedad el 22 de febrero de 1877 en Nueva York, mientras cumplía importantísimas misiones del Gobierno de la República en Armas.
Fue Aguilera, sin dudas, uno de los principales líderes de la guerra que cinceló los perfiles esenciales del pueblo cubano, expresados en los conceptos de patria, nación y nacionalidad, sin contornos definitivos, como corresponde a todo proceso social, pero con médula inconfundible.
Sin embargo, la mayoría de las historias del país apenas lo mencionan; no hay estudios de su pensamiento; está detenida la publicación de su papelería, y las rememoraciones que se le dedican no rebasan lo pequeño y lo local.
El mal es más abarcador, porque cuando se habla de ideas políticas o filosóficas en Cuba, lo más común es ignorar o minimizar los aportes de la llamada Generación del 68, en la cual sobresalieron Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Perucho Figueredo, Aguilera y otros.
Faltan justicia y profundidad cuando se desconoce o desdibuja el ideario de la Década Gloriosa entre las fuentes notables y principales de las concepciones de José Martí, el más grande pensador cubano de todos los tiempos.
Según el historiador Rafael Acosta de Arriba, “la historia, las condiciones socioeconómicas y la eticidad de los hombres que dedicaron sus vidas a la lucha contra el colonialismo español, habían creado un pensamiento genuinamente nacional que permitió afianzar la personalidad cubana en el terreno de las ideas.”
Agregó que “el saldo ideológico de la revolución de 1868 consistió, por tanto, en dejar sólidamente establecido en la incipiente cultura política cubana el nuevo independentismo, el que, a diferencia del anexionismo, sí fue un sentimiento y no un mero cálculo.”
En esa huerta hay que ubicar a Aguilera, uno de los más notables sembradores de eticidad, amor a la Patria y valor.
No es posible olvidar su claro rechazo a quienes pretendieron que reclamara el mando de la revolución, tras el levantamiento de Céspedes en La Demajagua y la toma de la ciudad de Bayamo. “Nada tengo, mientras no tenga Patria”, fue su respuesta.
Criticó la política “materializada y desnaturalizada” de los gobernantes yanquis respecto a la insurrección cubana, y afirmó que esos vecinos “ayudarán a Cuba cuando se haya ayudado a sí misma. Esperar más de eso es una vaga ilusión.”
Agobiado por los engaños y mezquindades de la emigración cubana adinerada, escribió a la esposa: “Nosotros hemos heredado todos los vicios de los españoles, y no hemos heredado su única virtud, que es la unión en los momentos supremos.”
A un hijo que hacía gestiones para estudiar, le aseguró: “En la virtud y el trabajo se cifra la felicidad. El hombre tiene en su interior un juez severo, intransigente, incorruptible, que se llama conciencia, y le marca siempre el camino de la virtud. Toma su consejo en todos los actos de tu vida y nunca te equivocarás.”
De ese Aguilera es del que se necesita conocer y hablar, para que la Patria creada por su generación gloriosa siga siendo digna y vertical. Ojalá en el bicentenario de su natalicio, el 23 de junio de 2021, sus coterráneos sepamos más acerca de aquella vida ejempla