Hola a todos y espero se encuentren gozando , sobre todo, de vuena salud. Con el tiempo bastante apretado pero no quiero pasar por alto un día como hoy. Aquí les dejo una publicación que ya hice pero hoy cobra un valor especial, aniversario de la muerte de Pedro "Perucho" Figueredo. Bueno dos en una producto de mi escaso tiempo. Una realizada con motivo del bicentenario de su natalicio y otra del fatídico día de su muerte. Con la autoría de mi hermano Jose Mario Viamonte. Espero lo vuelvan a disfrutar, un saludo a todos.
*No temáis una muerte gloriosa*.
Luis Tamayo era un soldado de Perucho Figueredo. Sin escoltas ni más ayudantes que sus hijas el famoso libertador, se socorría de este fiel soldado que lo ayudaba a resistir de la cacería española. El 10 de agosto de 1870 su jefe le pidió que saliera en busca de alimentos y socorros que urgían. El coronel Francisco Cañizal había llegado regando fuego y pólvora por todo Jobabo. Lleva tiempo con la orden de captura del general mambí. A pocas leguas de Santa Rosa su columna intercepto a Luis Tamayo. Antes la eminencia de ser pasado por las bayonetas el infeliz ofreció entregar Perucho Figueredo a cambio de salvar su miserable vida.
En la humedad de la madrugada caía una llovizna fina sobre Santa Rosa. En un miserable bohío reposaba la fiebre Perucho Figueredo, acompañado por su familia y otras familias mambisas. Enfermo de tifus y con los pies llenos de llagas o úlceras, sufría el Mayor General del Ejército Libertador sin tener noticias del estado mayor. Pasando las más ruda miseria y sin medicinas ni alimentos.
Como la fuerza de un huracán de plomo entraron las fuerzas españolas sobre el caserío. El desespero y el pavor caían sobre las familias insurrectas que intentaban huir como animales jibaros. En la mansedumbre de la madrugada y alborozado por la sorpresa, los mambises intentaron de hacer una improvisada resistencia. El teniente Coronel Rodríguez Romagoza, Carlos Manuel de Céspedes (hijo), esposo de Elisa Figueredo (hija de Perucho) y Ricardo Céspedes a golpes de machete escaparon. Bajos manos opresoras se encontraba Isabel Vázquez (esposa) y cinco de sus hijas. Sin embargo el viejo mambí no estaba.
En el medio del monte un viejo flaco, de ropa harapienta, con el pelo largo y una barba desordenada espera los españoles. Está descalzo con un bastón en la mano y un revolver sable en la otra. Era Perucho Figueredo. Solo lo acompaña su fiel criado. Al llegar los españoles, dispará el resolver sobre ellos, recibe un descarga de fusilería de respuesta. Intenta atravesarse el pecho con el sable no puede, las fuerzas le fallan. Delatado, con fiebre, amarrado y maltratado lo llevan con premura a Manzanillo para evitar su rescate.
Cañizal los traslada al cañonero Astuto el día 14 y lo recibe Arsenio Martínez Campo en el cañonero Alerta. Allá lo trasladan a Santiago de Cuba al castillo del Morro. Con desprecio y regocijo recibe un juicio marcial y sumario. Sus palabras son las siguientes:
“Abreviemos esto, Coronel. Soy abogado y como tal, conozco las leyes y sé la pena que me corresponde; pero no por eso crean ustedes que triunfan, pues la Isla está perdida ante España. El derramamiento de sangre que hacen ustedes es inútil, y ya es hora de conozcan su error. Con mi muerte nada se pierde, pues estoy seguro de que a esta hora mi puesto estará ocupado por otra persona de más capacidad; y si siento mi muerte es tan solo por no poder gozar con mis hermanos la gloriosa obra de la redención que había imaginado y que se encuentra ya en sus comienzos”
En horas de la tarde ante de recibir la confesión, llego un emisario del Conde de Valsameda proponiéndole un pacto de traición, lo que la respuesta fue tajante y serena: “Diga usted al Conde, que hay proposiciones que no se hacen sino personalmente, para responderle personalmente. Yo estoy en capilla y espero que no se moleste en los últimos momentos que me quedan de vida.”
Así cumplía su palabra pronunciada en octubre de 1868 cuándo le propusieron abandonar el estallido del 10 de octubre desatado por su amigo Carlos Manuel de Céspedes , cuando solemne profetizo : Con Céspedes iré a la gloria o al caldazo. Y aunque el padre de la patria corrió suerte similar años después , ambos ejemplos son glorias inmensas de la patria.
A las seis de la mañana del día 17 fue trasladado sobre un burro, sin poder caminar apenas de las ulceras en los pies, como Jesús de Nazareno cabalgando a su martirio. De espalda a las rocas del castillo y de frente al paredón de fusilamiento, devorado por la fiebre y el odio español recibiría el fin de su vida. Sus últimas palabras serían las mismas que hoy son el himno nacional de Cuba. Perucho Figueredo hombre de abnegado patriotismo no temió a una muerte gloriosa.
Por José Mario Viamonte
Perucho Figueredo: El alma romántica de la Revolución del 68.
El pasado 18 de febrero se cumplió el bicentenario de Perucho Figueredo. Si revisamos un libro de efemérides en el segundo mes, no localizaremos en el calendario la fecha del onomástico. ¿Qué motivos alega la historiografía al permutar de fecha? ¿Qué razones llevaron a Perucho Figueredo a retardar su edad? Sobre este particular nos acercaremos a la Historia.
SAN MIGUEL DEL ROMPE [Inmediaciones de las Tunas], agosto 4 de 1868. – En las penumbras de la noche ya se divisa un rancho. La pequeña caravana avanza con cautela. La marcha ha sido agotadora. El hambre y las moscas acompañan los caballos. El corcel reconoce el lenguaje del jinete y aminora la marcha. Perucho Figueredo toma distancia de Francisco Vicente Aguilera, toma de pretextos limpiar los fieles anteojos. Céspedes marcha a la zaga, se acerca con suma discreción y le dice: –Carlos, en caso de que se elija para presidir la reunión, como es habitual, al de mayor edad, debes alzarte tú como tal, pues tuya debe ser la palabra que aglutine y encienda los ánimos… Céspedes razona reparos y objeciones, mira con discreción a Pancho Aguilera, él puede descubrir el ardid, Pedro le arenga: «La escena es tuya, a nadie le pedirán una partida de bautizo». Se aleja con un guiño cómplice.
Los perros delatan la presencia de intrusos, salen hombres armados, los forasteros acarician la culata de las pistolas. Se hacen señas de reconocimientos. Ambos bandos se saludan cordialmente. En el establo del rancho rodeados de pajas y estiércol hay aglomerado alrededor de 20 hombres. El anfitrión es Pancho Rubalcaba solicita a los presentes mencionar su nombre, profesión, lugar de procedencia y fecha de nacimiento. El último es «Pedro Felipe Figueredo y Cisneros, facultado en abogacía y natural de Bayamo, nacido en julio de 1819». El de mayor edad es el reconocido abogado bayamés radicado en Manzanillo, Carlos Manuel de Céspedes y el Castillo, quien también funge como Venerable Maestro de la Logia «Buena Fe». El rostro de muchos no advierte complacencia. Céspedes con paso seguro camina hacia el frente, mira fugazmente a su amigo Pedro, este le responde satisfecho con una sonrisa. Saluda a los presentes y enuncia unos de los discursos más fervorosos de la gesta independentista. Termina con el profético y redentor: –Señores: la hora es solemne y decisiva. El poder de España está caduco y carcomido. Si aún nos parece fuerte y grande, es porque hace más de tres siglos lo contemplamos de rodilla. ¡Levantémonos!
A partir de ese momento Pedro Figueredo para dar veracidad y no delatar la astuta estrategia asumirá como cierto ser un año menor. Nacido en Bayamo en febrero de 1818 y no el 29 de julio de 1819 como alegó en San Miguel de Rompe. Perucho Figueredo hombre desprendido y noble cedió en un inteligente y decisivo momento la presidencia de esa junta conspirativa que le pertenecía (por antigüedad y de manera consuetudinaria) a su amigo entrañable Carlos Manuel de Céspedes y así le dio la facultad de obrar con toda pasión en nombre de la libertad de Cuba, ante los intentos conservadores y cautelosos que postergaban el eminente alzamiento. Patriota de vasta cultura y de erudita oratoria, fue capaz de inmolar en virtud de la amistad y la independencia su privilegio de presidir el conclave conspirativo.
Al quemarse la ciudad el 12 de enero de 1869 las llamas devoraron la mayoría de los archivos y documentos de la ciudad. Al recogerse de la tradición oral la mayoría de las informaciones, salta a la memoria la fecha de nacimiento auto escogida en San Miguel de Rompe y también otras versiones. Al no existir copias de documentos de la época, fue uno de los principales escollos de la historiografía para documentar con exactitud la fecha de su natalicio. Hasta que el reciente hallazgo en los archivos de la Universidad de la Habana, en el expediente de su matrícula, la copia de una partida de bautizo del autor del Himno Nacional por Ludin Fonseca, historiador de la ciudad de Bayamo arrojó las luces definitivas sobre el natalicio del patriota.
Fue abogado, poeta, amante de tocar el violín y el piano desde niño, lector empedernido, hombre ilustrado, de fe católica y masón. Estudió con Céspedes desde pequeño en el Convento de Santo Domingo. Hijo de una familia acaudalada tuvo el privilegio de cursar el bachiller de Filosofía en el afamado Colegio de Carraguao en la Habana en 1834. Luego en 1838 viaja a Barcelona donde se doctora en Derecho. Su pensamiento radical le lleva rápidamente a deslumbrar la emancipación como única vía para el bienestar de su patria. Apasionado de la música y la cultura llega a fundar y dirigir la Sociedad Filarmónica Cubana en 1851 lugar donde se cobijó el pensamiento nacionalista de los padres libertarios de la nación y preponderaron los baluartes del arte cubano.
Al igual que Céspedes de 1852 es declarado como infidente a la Corona Española y pasa a ser vigilado. Se traslada a la Habana y colabora en varios diarios de evidente filiación criolla. Pionero en introducir técnicas industrializadas en su ingenio y partidario de la abolición. Pasa a la posteridad por crear en 1867 las notas de la composición de la marcha patriótica La Bayamesa, el 20 de octubre de 1868 al tomar cubanos la ciudad de Bayamo agrega la letra, en su original de cincos estrofas, devenida luego en himno insurrecto y en 1902 con algunas adecuaciones se declara Himno Nacional de la Republica en Cuba.
El encomiado historiador bayamés José Maceo Verdecia, retrata con estilo magistral su personalidad: « Perucho Figueredo fue el alma romántica de la revolución. Su idealismo era diáfano como el agua, claro y trasparente como la luz del día. Su voluntad, indomable y tesonera era fundida en la fragua de su carácter amable y franco, pero rectilíneo y porfiado como las estrofas de sus versos, rebelde como su música ardorosa y descabellada».
En este bicentenario de su natalicio los cubanos estamos abocados a venerar la figura de este ilustre prócer. Evitar simplicidades y limitadas visiones es un reto. Estudiar y divulgar su fascinante personalidad es un deber.