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Hola amigos.Hoy quiero evocar a uno de los grandes de la plástica en Cuba. De he

Hola amigos.
Hoy quiero evocar a uno de los grandes de la plástica en Cuba. De hecho, su pintura “El rapto de las mulatas”, es mi favorita. Como siempre digo, es mi opinión y gusto personal, sin restar méritos a ningún otro de los grandes artistas plásticos de nuestro país.
Les hablo de Carlos Enríquez (Zulueta, 3 de agosto de 1900 – La Habana, 2 de mayo de 1957), quien fue un rebelde del pincel que formó parte del grupo de pintores que por la década de 1920 rompieron con todo el academicismo para crear un estilo nuevo dentro de la pintura cubana.
Nacido en el seno de una familia de amplios recursos económicos, después de titularse como bachiller a los 19 años, le enviaron a la ciudad de Filadelfia, en Estados Unidos, para estudiar ingeniería. Pero su fuerte vocación artística lo llevó a la Escuela de Bellas Artes de Pennsylvania, de donde lo expulsaron por rechazar la disciplina y la enseñanza convencional de los profesores.
En ese país se casó con la norteamericana Alice Neel, y poco después regresó a su tierra natal, para dedicarse a pintar con verdadera intensidad. Por el afán y la maestría demostrados en el mundo del arte, se le considera un importante miembro de la primera generación de artistas cubanos modernos. Así lo evidenció su presencia en la Exposición de Arte Nuevo, celebrada en 1927, aunque dos de sus obras, que representaban desnudos femeninos, fueron retiradas de la muestra bajo la acusación de tener “un realismo exagerado”.
Desde entonces trabajó con ahínco para presentar su primera muestra personal en 1930, que fue muy bien acogida por la crítica especializada, y luego partió a Europa en la búsqueda de un estilo propio, poblado de mitos y leyendas, que habitaban en lo que se considera por los especialistas como la zona mágica de su pintura,
Fue de los primeros artistas cubanos que penetró en el llamado arte de vanguardia, y al regresar a la isla en 1934 quiso exponer una muestra de sus obras en la Asociación de Reporteros de La Habana; pero la directora del centro negó el permiso que previamente había otorgado y tildó sus obras de “inmorales e impropias”.
Por esa época, Carlos Enríquez se estableció definitivamente en Cuba, y en un abierto contraste con el medio en el que se desarrollaba entonces, presentó una exposición en la Sociedad Lyceum de La Habana, que fue clausurada horas después de su apertura, por el audaz tratamiento del desnudo femenino. A partir de ese momento empezó a reflejar en sus obras la realidad histórico-social de Cuba.
En 1935 pintó cuadros famosos como “Manuel García, el rey de los campos de Cuba”, premiado en el Salón Nacional de ese año, y luego, “El rapto de las mulatas”, galardonado en 1938. Se destaca también el titulado “Campesinos felices”, considerado entre sus obras de denuncia social, y otras no menos importantes, como “La ahogada”, “Dos Ríos”, “Isabelita”, “Mujer de mármol”, “Hijas de las Antillas”, “Atarés”, “1926” y “Hornos de carbón”, por solo mencionar algunas.
Los años 50 fueron para el artista un período de tristeza y desolación. Comenzaron a presentarse de manera agudizada varios problemas de salud, y tuvo que someterse también a curas para el alcoholismo. Todo esto hizo que lo abandonaran familiares y amigos. Fueron pocos los que le mostraron fidelidad, lealtad y amistad verdadera en esos momentos tan difíciles.
Le sorprendió la muerte pintando el 2 de mayo de 1957, día en que debía inaugurar una exposición en la editorial Lex y que fue abierta al mes siguiente como homenaje póstumo. Amaneció muerto, tendido en el portal del Hurón Azul (su casa), con su perro Calibán echado junto a él. Estaba ebrio y al parecer sufrió un trastorno cardíaco.
El artista siempre fue calificado como un hombre bohemio, rebelde por naturaleza, pintor de la sensualidad de la mujer y las transparencias. Sin lugar a dudas, fue un gran retratista y supo atrapar a través del pincel la naturaleza exuberante del trópico. Pero por encima de todo, Carlos Enríquez es hoy en día considerado uno de los mayores exponentes de las artes plásticas cubanas en la primera mitad del siglo XX.
Muchas de esas importantes obras fueron realizadas en el taller que abrió en su finca Hurón azul, situada en las afueras de La Habana, donde residió hasta su muerte. Hoy ese inmueble está convertido en un museo.
Como muchos genios, Carlos Enríquez fue un hombre difícil y polémico, el alcohol influyó muchísimo en su temperamento. Sin embargo, se dice que cuando estaba sobrio era todo un caballero y un hombre de gran inteligencia.
Sea como sea, ahí está su obra que lo consagra como uno de los grandes de nuestra cultura.





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