Hubert de Blanck, el más cubano de los neerlandeses. 🎼🎶🎹😊
Cuando Hubertus Christian de Blanck Valet llegó a Cuba era ya un connotado músico.
Desde muy joven, la ciudad de Utrecht, en los Países Bajos donde nació un 14 de junio de 1856 conocía de sus aptitudes; era hijo y discípulo del afamado violinista Wilhelm de Blanck, tuvo el privilegio de recibir clases de piano, teoría y solfeo en el Conservatorio de Lieja, Bélgica; y además, con 13 años, ganó premios y la posibilidad de ofrecer conciertos en el Palacio Real de Bruselas, desde donde el rey Leopoldo II le sustentó una beca en el Conservatorio de Colonia, Alemania, para perfeccionar sus conocimientos en armonía y composición.
Había demostrado su arte en Europa, América del Sur y los Estados Unidos, donde se inició como pedagogo en el College of Music en 1881. Pero lo que nadie hubiese podido imaginar es que unas vacaciones de Navidad, en 1882, le cambiarían el rumbo para toda una vida a Hubert de Blanck.
Vino a esta isla con su esposa, Ana García Menocal, miembro de una célebre familia cubana. Confraternizó con intelectuales y artistas, interpretó a Rubinstein en el Centro Gallego de La Habana junto a Anselmo López y Serafín Ramírez… y al año siguiente se estaba instalando definitivamente.
Pero no solo se dedicó a la música. Cierto que fue Presidente de la sección filarmónica de La Caridad del Cerro, que fundó junto a eminentes intérpretes la Sociedad de Música Clásica, y sobre todo que hizo realidad el Primer Conservatorio de Música y Declamación, inaugurado el 1 de octubre de 1885, llamado sucesivamente Conservatorio Nacional de Música y Conservatorio Nacional de Música de La Habana Hubert de Blanck, un baluarte de la pedagogía y el arte musical en el país.
Pero también cierto que militó en la Junta Revolucionaria de La Habana, y tal posición política contra el gobierno español le valió encarcelamiento y deportación.
Anduvo entonces por Nueva York, ganándose el sustento entre clases privadas y conciertos como pianista acompañante, hasta que, en 1898, al finalizar la Guerra de Independencia, pudo regresar a Cuba y continuar las acciones a favor del desarrollo del arte musical. Retomó el Conservatorio e inauguró en él la Sala Espadero, uno de los escenarios de conciertos más famosos del país.
En 1903 oficializó lo que había ganado por derecho propio: se hizo ciudadano cubano.
Demostró siempre su amor y fidelidad a Cuba, además, mediante la creación de piezas musicales como Danza cubana, Souvenir de La Habana, Capricho cubano, La fuga de la tórtola –musicalización de los versos de Juan Clemente Zenea–, Capricho cubano. Mención especial merece la ópera Patria, con libreto de Ramón Espinosa de los Monteros, que es la primera en abordar el tema de nuestra gesta independentista. Fue estrenada parcialmente en 1899, en el teatro Tacón, bajo la dirección del autor y con la interpretación de la soprano cubana Chalía Herrera y el tenor italiano Michele Sigaldi. Después se presentó íntegra en el teatro Payret en 1906, y se repuso el 20 de mayo de 1922 en el teatro Martí; hasta 1979 no fue escuchada de nuevo, esta vez en el Gran Teatro de La Habana, con las sopranos Lucy Provedo, Lidia Valdés, Venchy Siromájova, los tenores Mario Travieso, Jacinto Zerquera y Orestes Lois, y los barítonos Ángel Menéndez y Romano Splinter en los papeles protagónicos.
Pero no podría hablarse de la valía de Hubert de Blank sin mencionar, grosso modo, la impronta de su familia para el desarrollo de la música en Cuba.
En segundas nupcias, se unió en 1902 a Pilar Martín (1883-1955), primero su alumna eminente en el Conservatorio, y después una notoria pedagoga y pianista que logró mantener viva la obra de su esposo aún después de enviudar y en las difíciles circunstancias políticas y económicas de los años 30. Siguiendo los pasos de ambos, las hijas: Margot y Olga de Blanck.
La primera (1903-1991) fue una destacada pianista concertista y profesora; comenzó sus estudios en el Conservatorio Nacional de Música Hubert de Blanck –del cual llegaría a ser directora– y los terminó en París. Ofreció conciertos en varios países de América y Europa, y en Nueva York tuvo la oportunidad de imprimir varios rollos de pianola para la firma Duo-Art. En Cuba tocó el piano bajo la batuta de grandes directores, como Gonzalo Roig, Amadeo Roldán y Arthur Rodzinsky; su último concierto fue en octubre de 1949, pues vivió el resto de su vida en los Estados Unidos, como profesora. Margot de Blanck tuvo el orgullo de ser la musa inspiradora de una de las piezas más populares y mundialmente conocidas de Ernesto Lecuona, La comparsa.
Olga, trece años menor (1916-1998), llegó a convertirse en referente de la creación, la investigación y el magisterio musical en Cuba; a ella se deben los materiales de estudio sobre música popular cubana para la primera Escuela de Instructores de Arte (1961), y su colaboración desde el Consejo Nacional de Cultura (hoy Ministerio de Cultura), la Biblioteca Nacional de Cuba y el Museo de la Música (del cual fue fundadora e investigadora) fue indispensable para la ejecución de importantes transformaciones en el Plan de Educación para el estudio de música en las escuelas cubanas; fundó el kindergarten musical y junto a Gisela Hernández trazó métodos didácticos, canciones infantiles, juegos y cuentos musicales, pequeñas piezas para el piano, y libros de dictado, caligrafía y apreciación musical. Su intención por promover la cultura cubana la llevó, incluso, a musicalizar textos de José Martí, Mirta Aguirre, Nicolás Guillén y Dora Alonso.
Hoy, en Calzada no. 657 –la última morada del Conservatorio–, permanece un teatro cuyo espacio y compañía llevan el nombre del singular músico y maestro. Allí, donde Raquel Revuelta debutó como actriz, por donde han pasado tantas glorias del arte de Cuba y el extranjero, hay también una escultura de Juan José Sicre. Es un homenaje para perpetuar la imagen y obra de Hubert de Blanck en la historia cultural de Cuba.