"Josephine Baker en La Habana"
Josephine Baker, estrella indiscutible de la revista musical de Francia, estuvo en Cuba en noviembre de 1950, e implantó récord de actuaciones consecutivas en el teatro América.
Apodada “la platanito”, por su original baile con un racimo de esa fruta atado a la cintura, muy atrevido para aquellos tiempos, era comparable a la gran figura de la Mistinguette o el monarca del music hall, Maurice Chevalier. La vedette del mundo llegaba a La Habana tras un éxito memorable sobre el escenario del Follies Bergere personificando a María Estuardo de Escocia en una demostración inesperada de talento dramático.
Pese a su celebridad, su pasaporte de ciudadana francesa por naturalización y su insignia de la Legión de Honor, la primera dama del Follies Bergere no pudo alojarse en el Hotel Nacional, cuyos dueños esgrimieron el pretexto de no disponer de habitaciones por estar en su apogeo la temporada turística.
El poeta Nicolás Guillén salió en defensa de la artista visitante, y escribió el poema Brindis: “¿Te prohibieron una mesa/ y un taburete de alquiler? ¿El barman cejijunto/ se negó a batir tu coctel,/ porque tienes la piel oscura/ aunque son divinos tus pies?
La visita de “la platanito” estaba avalada por un gran despliegue propagandístico, era el gran cartel del año. La artista cumplía 50 años, estaba en el cenit de su nivel artístico.
Tras los primeros siete días de paseos, brindis y entrevistas, Baker hizo su debut el 25 de noviembre, con dos funciones diarias de lunes a sábado a las 5 y 30 de la tarde y 9 y 30 de la noche. Los domingos incluia otra actuación a las 3 de la tarde, siempre con una película de estreno en pantalla.
La vedette apareció con un rostro de frescura y belleza, pero con ojos de rebeldía, en la escena del América, en la calle Galiano, en el corazón de la ciudad. Compartió con ella en el escenario el chansonier francés Roland Gerbeau y la actuación especial de Armando Oréfiche con su famosa orquesta Havana Cuban Boys. La animación corría a cargo de Rolando Ochoa y, como orquesta acompañante, la Cosmopolita, dirigida en aquella ocasión por el esposo de la Baker, Jo Bouillon.
La vedette cantó canciones francesas, algunas de Cole Porter en inglés y otras en español, una de ellas con un conocido estribillo que reza: “Arroz con picadillo, Âíyuca!” La barrera idiomática era vencida por su actuación sensacional en el espectáculo, muy atractivo, en el que la artista se cambiaba de vestuario y mostraba bailes al estilo oriental evocando Las mil y una noches. Realizaba con Roland Gerbeau una estampa de 1900.
En su segunda semana de éxito, se incorporó la pareja de baile Ana Gloria y Rolando de Cuba, los reyes del mambo. En la tercera semana compartió con los hermanos Rigual, astros cubanos de la canción que triunfaban por todo México.
A pesar de las numerosas funciones, gran cantidad de público quedaba fuera del teatro. Las presentaciones debieron llegar hasta el 31 de diciembre con una quinta semana que batió récord de presentaciones. En esa inolvidable velada de despedida de fin de año, “la platanito” comió las tradicionales doce uvas y brindó un espectáculo que enardeció la multitud con danzas trepidantes, cuenta el historiador del América, Pedro Urbezo.
Tanto éxito tuvo la artista de ébano, que en 1953 repitió la visita y en ese entonces le cancelaron un contrato en la CMQ de Goar Mestre, con un pretexto banal.
Retorno reivindicador
En enero de 1966, en una atmósfera propicia, vuelve como invitada especial con motivo de la Conferencia de Solidaridad con los Pueblos de América Latina, Asia y África. Esta vez es recibida con honores de estilo en el Hotel Nacional; había cambiado el sistema social en el país.
A su llegada expresó emocionada: “¡Quiero actuar en las plazas públicas para tener contacto con este pueblo glorioso y entusiasta que sabe cumplir con los deberes de su patria!” La artista insistió en observar con sus propios ojos las grandes transformaciones sociales del nuevo mundo cubano, de “la Cuba de los barbudos”. En conferencia de prensa declaró: “Me dolía pensar que aquí en La Habana, en Cuba, existiera tanto miedo de intercambiar puntos de vista”.
En esta ocasión, según datos de la periodista María del Carmen Mestas, se presentó en el Amadeo Roldán. En la prensa de la época leemos notas de Nati González Freyre, José Manuel Otero y Omar Vázquez. “Josephine Baker constituye un espectáculo y nuestro pueblo lo ha reconocido desbordando las localidades del teatro”, reseñó Omar Vázquez en el periódico Granma.
La visitante viajó hasta Camagüey donde tres mil personas la aclamaron en un campo deportivo. Llegó hasta la Sierra Maestra, subió montañas, saboreó el olor de los viejos cafetales franceses de la Gran Piedra; pero sobre todo, entró en contacto con el pueblo y el paisaje humano la deslumbró. Una artista que estuvo en los mejores escenarios del mundo, ahora se fascinaba con las cosas más sencillas de la vida cubana.
En realidad, Josephine Baker era de origen estadounidense, exactamente de Saint Louis, zona de esclavos negros discriminados y de blues nostálgicos. Nació en una familia muy pobre, siempre amó el baile y se presentó muy joven en el Plantation Club de Harlem.
Viajó con una Revista Negra a París, ciudad que rinde a sus pies. Allá revaloriza el género de la vedette. Comenzó a ofrecer una danza de platanitos llevados a la cadera, revolucionó las noches parisinas, se convirtió en artista exclusiva del Follies Bergeres e interpretó canciones que le dan la vuelta al mundo.
En 1938 comienza a luchar contra el racismo y el antisemitismo. Se enfrenta a la invasión de Hitler a Francia, combate por la liberación del país, arriesga su vida como agente secreta y, al terminar la guerra, por sus méritos, le confieren la Legión de Honor.
En ese entonces ya Baker andaba en planes de crear el Colegio de la Fraternidad con niños del mundo entero que reunió en un viejo castillo llamado Les Milandes. A tan hermoso credo se dedicó la artista que llenó las noches parisinas de una era. En sus últimos años lo dio todo con sus más firmes empeños en una escuela para niños, tomados como hijos adoptivos.
En 1975 debe volver a los escenarios para conseguir dinero para sus hijos adoptivos, le celebran su medio siglo en el mundo del espectáculo en el teatro Bobino. Su corazón ya no resiste las fatigas de tanta lucha y fallece por una congestión cerebral.
Con ella murió toda una época, un mito que nació en el Harlem nocturno y misterioso, lleno de mitos y leyendas. De esta manera se apagaba por un instante el cielo de París. La Baker seguía brillando en el firmamento.
“Nadie va a agujerearme el corazón; lucharé mañana, pasado, lucharé”.
Josephine nació el 3 de junio de 1906, ahora se cumplieron 105 años de su nacimiento y la recordamos con esta crónica.
Por Rafael Lam*
El blog de Maria Elena.