La Estrella , fabrica de chocolate en La Habana ❤️
Varias generaciones de habaneros exaltaron a la fábrica de La Estrella como el palacio de las ilusiones de su niñez. Allí se producían los más famosos chocolates, galletas, dulces y caramelos que los niños deseaban llevarse a sus exigentes y golosos paladares.
Muchos fueron los escolares que visitaron las intalaciones de la fábrica de la sociedad limitada en la que estaba el ortegano Guerrero de la mano de sus maestros. Los obreros, y sobre todo las obreras, de la fábrica, cuando recibían su inspección, disfrutaban tanto como ellos explicándoles las características de todo el proceso de elaboración de sus sabrosos y dulces productos. Y como cualquier industria que dirige sus productos hacia un mercado dominado principalmente por los consumidores más pequeños, la fábrica de La Estrella utilizaba, entre sus técnicas de marketing las que le permitían mejorar su imagen ante ellos, y una de ellas era la de apadrinar a algunas de las escuelas primarias de su zona para así obtener su beneplácito hacia los artículos de sus protegidos consumidores. La utilización de este instrumento publicitario y la calidad de todos sus productos convirtieron a La Estrella en una de las industrias más populares entre los cubanos de todas las edades durante mucho tiempo.
La empresa estaba tan integrada en el paisaje urbano del Cerro que muchos de los que la conocían no podían concebir que ese fuera su segundo domicilio tras haber estado instalada en las afueras de la capital, en la calle San Miguel, 117, un local pequeño que limitaba su producción y su posterior comercialización. En ese otro lugar había surgido bajo la denominación de Sociedad Regular Colectiva, que, a partir del 21 de noviembre de 1881, se transformaría en la sociedad limitada Chaverri y Cía. Durante esa etapa, La Estrella tan sólo manufacturaba unos pocos articulos relacionados con el pan, las galletas y los dulces.
La modernización de las máquinas permitió a Guerrero y a sus socios que pudiesen dispensar una mayor gama de productos a sus consumidores, a la vez que producirlos en mayores cantidades. Estas innovaciones, unidas a su contrastada calidad, originaron un gran aumento de la demanda de su clientela, y con ello de nuevas necesidades de tanto de produción como de distribución por todo el territorio cubano, extendiéndose más allá de la circunscripción de La Habana.
Estas expectativas comerciales generaron también una primera evolución organizativa de la empresa que, entre sus muchas consecuencias, tuvo la de proceder a un nuevo cambio de nombre, que, desde entonces, pasará a publicitarse como Vilaplana, Guerrero y Cía.
Más tarde, el 24 de junio de 1890, la favorable acogida que seguían teniendo todos sus artículos hizo que sus empresarios iniciasen una campaña para la ampliación de su negocio, pero en esta ocasión hacia un nuevo sector de su mercado: los dulces en conserva. Para su producción, la materia prima que utilizaron fueron las frutas cubanas de primera calidad, algo que sus clientes tuvieron muy en cuenta, logrando que nuevamente La Estrella gozase de una gran aprobación y se hiciese con un hueco importante del mercado nacional, y, en poco tiempo con el reconocimiento internacional que será recompensado con algunos grandes premios.
Lejos de dormirse en sus laureles, los socios de La Estrella empezaron a mirar su futuro con entusiasmo. Y así fue como, tan sólo una década después de su primera expansión, el 15 de marzo de 1900, decidieron acometer nuevas reformas debido a la incorporación de un nuevo socio colectivo que llegó a la corporación de la mano del empresario Ernesto B. Calbó, y cuya principal característica era la de aportar, además de más capacidad financiera a la empresa, la de brindarle la posibilidad de poder crecer en el suntuoso barrio del Cerro, dejando la sede transitoria de la calle Infanta, entre Sitios y Peñalver. En su nueva ubicación, La Estrella va a disfrutar de su etapa más pujante gracias a la gran variedad de bombones, galletas finas y confituras que fabricarán y que la convertirán en una de las de mayor demanda de la isla.
Otra de las causas de este continuo crecimiento durante la segunda década del siglo XX se debió a la incorporación de otras empresas afines al grupo matriz, como fueron las fábricas de las galletas, chocolates y dulces conocidos por sus marcas Mestre y Martinica, y La Constancia, pertenecientes, respectivamente, a Villar, Gutiérrez y Sánchez, y Viadero y Velazco. Todos ellos unieron sus fuerzas el 1 de agosto de 1917, mancomunando sus nombres bajo el rótulo genérico de Compañía Manufacturera Nacional, S.A., cuyo domicilio social quedó instalado en la referida calle Infanta, 62. La nueva agrupación empresarial dispuso de un capital social inicial de 3.040.000 pesos, que le permitirá ir absorbiendo otros negocios de similares características en los años siguientes, como Bagues, El Fénix y La Habanera Industria, S. A., y con ello ocupar una posición de privilegio en su ámbito.
El advenimiento de la crisis económica de los años 30 supuso una gran dificultad para la continuidad de la empresa que tuvo que vender todos sus activos a la Compañía Cuba Industrial Comercial, S.A., que poseía la gran fábrica de La Ambrosía, cuya superficie ocupaba toda una manzana en la Calzada de Buenos Aires. Esta transacción determinó el traslado de la industria a la planta de Cuba Biscuit y, de este modo, proceder a la reestructuración de sus fases productivas, además de empreder importantes ampliaciones y compra de nuevas maquinas. Desde entonces, la fábrica trabajó de forma ininterrumpida gracias a su alto nivel de perfeccionamiento técnico y mecánico.
La Estrella llegó a contar con 480 obreros, ocupando el lugar 16º entre las empresas no azucareras por número de trabajadores, y la número 1 de su ámbito, con capital que ascendió a 2.280.000 pesos y con un volumen de ventas de 4.000.000.
Cabe recordar también que, al constituirse la empresa como Vilaplana, Calbó y Cía., S en C, en 1900, dispuso de un departamento especial para la producción de pasta de guayaba de 32.000 libras diarias, que eran envasadas en cajas pequeñas de madera, una golosina que en poco tiempo se convirtió en un postre tradicional cubano.