La expedición de “La Matilde”
Entre los 158 barcos que zarparon desde diversos lugares de suelo americano con personal y armamentos destinados a la libertad de Cuba no se incluye la expedición de «La Matilde», un hecho poco conocido de nuestra historia local y patria.
La omisión tal vez se explique porque el hecho que recordamos sucedió un 7 de julio, fue apenas un viaje corto, costeando un pequeño tramo de la ribera sur de la Isla entre Cienfuegos y Trinidad, en un sencillo bojeo patriótico de cabotaje, aunque no por ello menos arriesgado, porque los españoles contaban con lanchas patrulleras artilladas, suministradas por el gobierno norteamericano, que en contraposición negaba vender siquiera una bala a la causa mambisa.
Obra del activo Club Patriótico La Cubanita, encabezado por la cienfueguera Rita Suárez del Villar, y otros grupos revolucionarios, la arriesgada y fructífera expedición tenía como propósito sumar fuerzas y pertrechos a las huestes independentistas que operaban en la zona montañosa central de Cuba.
La embarcación salió en la oscura madrugada del 7 de julio de 1895 desde un punto en la bahía de Cienfuegos, para pasar inadvertida frente a la posta de cal y canto (y cañones) de la Fortaleza de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua.
Quienes viajaban a bordo de “La Matilde” aspiraban llegar a las cercanías de la tercera villa fundada en la Isla, desde donde intentarían alcanzar las estribaciones de la cordillera, en aquella fecha conocida como La Siguanea, hoy Escambray.
Sumaban en total medio centenar de jóvenes patriotas, jubiloso grupo juvenil deseoso de luchar en el campo insurrecto, comandado por Águedo Pino. Rafael Castro haría de práctico en el lomerío. Lamentablemente no ha sido posible comprobar otros nombres de aquel refuerzo.
Alerta para ripostar cualquier eventualidad, la fuerza logró el peligroso cruce ante el Castillo de Jagua, fortificación que cerraba la entrada y salida de nuestra bahía. Con el fin de pasar sin llamar la atención, la marinería de “La Matilde” apagó todas las luces, incluso las de posición, y se confió a la buena suerte contando con que nada le resultara extraño a la dotación de la fortaleza, acostumbrada al ronroneo del viejo motor de la lancha, que por esa hora siempre surcaba las mansas aguas en su constante acarreo de maderas, carbón, suministros…
Apenas realizado el paso del “cañón” de entrada de la rada, ya enfilando con su proa las aguas más agitadas del Caribe, el mecanismo propulsor del añoso lanchón carraspea y se detiene. Se generaliza la alarma y la angustia se apodera de todos, pero las «mañas» de los viejos marinos resuelven un problema que sólo podía conducir a dos suertes y ninguna buena: el fracaso a poco de iniciada la travesía, o incluso a la muerte, lo mismo por naufragio que apresados por una lancha patrullera, en cuyo caso el fusilamiento era el destino que les esperaba.
En previsión de un avistamiento enemigo la dotación de “La Matilde” navega próxima a la costa, enfilando lentamente con su paso cansino hacia las alturas de Trinidad. En todo el trayecto no encuentran oposición enemiga alguna. Es así como el lanchón y su jubilosa tripulación juvenil cienfueguera entra en la historia de Cuba, aunque no se cuente entre el más de centenar y medio de buques expedicionarios llegados a nuestras costas.
Desembarcan y parten hacia las ya cercanas montañas, donde siguiendo instrucciones de Máximo Gómez, deben aguardar la llegada de la Columna Invasora. Casi cinco meses después, luego de concienzudo entrenamiento, algunos acompañarán al Generalísimo y su Lugarteniente General Antonio Maceo al macheteo victorioso de Mal Tiempo, el 15 de diciembre, y posteriormente integran la Brigada de Cienfuegos que quedaría operando en el territorio centro sur de la Isla.
Por: Andrés García Suárez
Periodista, historiador e investigador cienfueguero. Fue fundador de 5 de Septiembre, donde se desempeñó como subdirector hasta su jubilación.