La Habana siempre ha sido la ciudad más musical de América desde la colonia, lo demuestran los cronistas.
“En La Habana todo el mundo es músico; al pasar por las calles no se oye otra cosa que guitarras, pianos y música”. (Luciano Pérez de Acevedo, La Habana del siglo XIX, 1830)
“En La Habana la pasión dominante es el baile, todo el mundo baila en La Habana. La ciudad tiene fama de ser una ciudad muy alegre, donde todo hombre y mujer goza, donde el pueblo se divierte constantemente, y es por esta idea, muy general, que se le ha llamado el París de América”. (Nicolás Tanco Armero, Viaje de la Nueva Granada, 1852).
Los primeros carnavales, los más importantes y emblemáticos de Cuba, se celebraron en La Habana. A ella pertenecen las Charangas de Bejucal, creadas en 1840.
En la capital, desde 1841, se crea el ritmo de la Habanera. Lo estrenan en el café La Lonja, en O´Reilly, junto a la Plaza de Armas, a un costado de la Capitanía General, según datos de Zoila Lapique.
La Habanera alimentó el inicio de casi todas las músicas de América: El tango, la danza mexicana, el merengue, el samba y el jazz.
Paralelo a la provincia de Matanzas, en la zona habanera del puerto y los arrabales de extramuros, surge la rumba urbana y la conga de carnavales en los barrios citadinos. Ese es uno de los honores mayores con las que cuenta el Centro Histórico de La Habana Vieja.
La ciudad llega a contar con varias “academias de baile”, cientos de salones de baile, sociedades, y llega a ser la meca de los teatros, existían mucho más que en otra ciudad de América. Posteriormente, más de 10 000 victrolas sonaban en cafés y bares.
Las guarachas, unidas al teatro bufo, hicieron época con las mulatas de fuego y azúcar, en el Alhambra y otros salones habaneros como el teatro Irijoa (Martí), restaurado hace poco.
La guaracha, en la colonia, desde la década de 1860, era un arma política, arte subversivo, irreverente, de los desposeídos, música de resistencia, muro de contención, en oposición a las impuestas óperas y zarzuelas aristocrática colonizadora.
En la primera mitad del siglo XX, fruto del turismo, surgen los cabarets más renombrados del continente: Sans Souci, Montmartre y Tropicana. Más adelante se crean en los hoteles lujosos del Vedado: el Parisién del Hotel Nacional de Cuba, el Caribe del Hotel Hilton (hoy hotel Habana Libre, n.r) y en el Capri.
Otros cabarets de menos categoría eran muy populares: Ali Bar, donde cantaba el Benny Moré, Las Vegas, La Campana, El Sierra, Palermo, Night and Day, Cabaret Nacional y los cabaretuchos de la Playa de Marianao, con la música más auténtica, visitados por el actor Marlon Brando.
La criolla, uno de los ritmos cubanos más popularizados, fue concebida en La Habana por el músico Luis Casas Romero en 1912. Su primera creación fue la composición Carmela con letra del poeta Sergio La Villa.
Después Luis Casas compuso la criolla antológica y emblemática: El Mambí, una obra que se impregnó en los labios de todos los que defendían la libertad.
En La Habana se consolidó el Son de la zona oriental, al poderse escribir en el papel pautado, con los aportes de la música abakuá en ciertos mambos con el toque del ekón (cencerro), la tumbadora, la manera de decir los cantantes.
En 1928 se crea en la ciudad el Son-Pregón El manisero, de Moisés Simona. Lo estrena la mítica Rita Montaner y lo lleva la noche del 16 de septiembre de 1928 al fastuoso teatro Palace, enclavado en Provence, cerca de los grandes boulevards. El Palace competía con el Casino de París, el Folies Bergére y el Molin Rouge en la suntuosidad de sus espectáculos.
Rita sustituye nada menos que a la diva cupletera española Raquel Meyer. En mayo de 1930 Antonio Machín graba El manisero en Nueva York, se difunde internacionalmente convirtiéndose en el primer boom de la Música Latina.
En la Habana se concibe además, entre 1938 y1948 el Mambo con el poderío de Arsenio Rodríguez, Arcaño y sus Maravillas, con los hermanos Israel y Orestes López, los Cachaos, y el genio sublime de Pérez Prado.
El Mambo fue una revolución, la primera bomba atómica musical del siglo, hecho en Cuba. El Mambo, como escribió Gabriel García Márquez “puso patas arriba al planeta”.
El cha cha chá, de la década de 1950, fue otro ritmo musical ecuménico. Un baile sin igual, nítido, sencillo como una flauta llena de música de una charanga francesa a lo cubano.
Estas dos bombas musicales invadieron al mundo en la década de 1950, mucho antes que lo hiciera peligrosamente el rock and roll de Bill Haley y Elvis Presley en 1954. El Mambo y el Cha cha chá invadieron el mundo, especialmente los salones de baile de Europa y los Estados Unidos. En La Habana creó una atmósfera musical que puso a la música cubana en el mapa musical de todo el planeta.
En el barrio de Cayo Hueso, principalmente en el Callejón de Hamel, se inicia el movimiento Feeling (César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Angelito Díaz, Elena Burke, Omara Portuondo, Ñico Rojas, Rosendo Ruiz Quevedo y muchos más).
El Feeling realizó aportes en las armonías de las composiciones con renovaciones melódicas, armónicas y literarias. Un estilo de cantar, menos trágico, más íntimo, coloquial, sentimental y romántico.
La década de 1950 los historiadores le llaman la “Década de la Proeza Musical”, por la alta difusión internacional que alcanza la música en todo el mundo, a través de infinidad de músicos y agrupaciones que dieron vida y alegría a la capital.
La década termina en “Gran Finale” con la aparición de la Pachanga, de Eduardo Davidson, en 1959. La Pachanga, más que un ritmo, fue otra explosión.