“La Marquesa” de la Habana. Esta Marquesa no llevó en sus venas ni una gota de sangre azul, pero fue más “real” que muchas altezas reales. En vida fue una frágil personita, bien negra, de poca estatura, cortica y ancha. Fue contemporánea del Caballero de París y se paseaba por el Parque Central de La Habana donde abundaban los turistas con cámaras fotográficas al hombro. Todos los días pasaba por las oficinas de Godoy-Zayán, el de los seguros y banca, donde le daban dinero en efectivo para que trajera para todos los empleados el café con leche y el pan con mantequilla (no se acostumbraba a pedir tostadas). Su nombre verdadero era Isabel Veitia, La Marquesa Isabel Veitía, pero ella prefería que la llamaran Marquesa.
La Marquesa, por un billetico se dejaba fotografiar, no sin antes identificarse como La Marquesa que creía ser. Usaba un pequeño sombrero color morado con un velito de tul. Colgaba de sus hombros una mantilla a medio poner y una carterita negra de charol. Para acentuar aún más su ridiculez y llamar la atención, se abanicaba constantemente con mucha gracia y feminidad y calzaba unos brillantes zapatos plásticos de color dorado.
Sólo una broma tonta de mal gusto, sazonada con la proverbial picardía que ella desparramaba, hacía reír a los desprevenidos caminantes, mientras ella abría la bolsa y decía con gracia — ¡Billetes, sólo billetes. Yo soy una Marquesa! Mi condición no me permite aceptar monedas, decía con gracia Isabel Veitía.