La noche del 6 de marzo de 1872, la bahía habanera salió de su oscuridad habitual iluminada por cientos de lámparas de la fragata de tres palos Girona de la armada española que anclada en el puerto, con todos sus oficiales a bordo e ilustres de la ciudad para ofrecer un baile en honor del hijo del zar ruso príncipe Alejo Alexandrovich, de visita en La Habana.
El noble ruso acababa de cumplir 22 años y era oficial de la fragata Svetlana, nave insignia de la flotilla compuesta además por la corbeta Bogatryr de 8 cañones y el clíper Abreck de 4, que comandaba el almirante Konstantín Nikoláievich Possiet, preceptor del también heredero del trono de Rusia, quien llegó a la Habana el martes 27 de febrero después de cumplir una visita de cortesía a Estados Unidos.
La revista “La Quincena”, de la época, describe al huésped como “un apuesto joven de elevada estatura, fisonomía agraciada y simpática, de barba y pelo rubios y de maneras en extremo distinguidas y corteses. Se expresa con encantadora amabilidad y es muy modesto en su trato”.
Otra crónica precisa que el príncipe acudió al baile de la “Gerona” en uniforme de teniente de navío de la Armada Rusa y bailó el rigodón de honor con la esposa del jefe de los tribunales. Añade que se dirigió al salón de la Cámara del comandante de la fragata española, donde se había dispuesto el buffet, y le siguió el Capitán General, dándole el brazo a la señora condesa de Jibacoa y demás invitados.
También se narra que el príncipe Alejo permaneció en el baile hasta cerca de las 4 de la madrugada del brazo de elegantes habaneras, a las que calificó como “las más bellas que había visto en sus visitas a las distintas capitales europeas y americanas”.
Las autoridades españolas no escatimaron en gastos para brindar una estancia por todo o alto al heredero de la corona rusa y sus acompañantes, con lo que adicionalmente intentaban demostrar a los enviados el poder del imperio español, a pesar de estar inmerso en la guerra contra los independentistas cubanos alzados en armas desde el 10 de octubre de 1868.
Pero en La Habana no todos disfrutaban de los festejos y un grupo de madres dirigieron una carta el príncipe ruso para que interviniera con sus buenos oficios con el fin de que fueran liberados sus hijos presos, sobrevivientes de los trágicos acontecimientos ocurridos el 27 de noviembre de 1871, ocasión en que fueron fusilados 7 estudiantes inocentes, bajo la falsa acusación de haber profanado una tumba de un periodista español.
Al parecer la petición quizás no pudo penetrar el cerco que la rígida etiqueta y vigilancia sobre la delegación rusa que iba escoltada en sus recorridos por la ciudad por una entorchada compañía de jinetes con bandera y banda de música.
Alejo Alexandrovich fue declarado Huésped de Honor del Ayuntamiento de la capital, y se alojó en la Quinta de Santovenia, del conde de igual nombre, enclavada en la entonces zona más selecta de la ciudad, en el Cerro y preciado como uno de los palacios más lujosos y espaciosos de la época, construido en el primer tercio del siglo XIX, con mármoles italianos, maderas preciosas de la Isla, exquisitas rejas trabajadas, rodeado de bellos jardines y actualmente sirve de asilo de ancianos atendido por la iglesia católica.
Durante su estancia disfrutó de un ejército de criados, excelente cocina, lujosos carruajes y cada uno de sus deseos eran cumplidos de inmediato.
El Palacio de los Capitanes Generales también se abrió para el príncipe ruso y sus acompañantes, a quienes se les brindó un gran baile en sus salones, y el propio Capitán General, Conde de Valmaseda, lo atendió personalmente y aseguró que se organizarían bailes todas noches. Asistió a una ópera en su honor y al de sus acompañantes en el Gran Teatro de La Habana, donde lo sorprendido un coro que cantó el himno del imperio ruso.
Además, asistió a una pelea de gallos en la zona de Marianao, a una corrida en la plaza de toros, visitó un ingenio azucarero en los alrededores de la ciudad, las obras del Canal de Vento, actualmente Acueducto de Albear, que lleva el nombre de su constructor, obra que todavía asegura el vital líquido a una parte de la capital cubana.
En una investigación histórica realizada por Wilfredo Alayón, periodista de Prensa Latina, se apunta que el príncipe Alejo arribó en tren a la urbe matancera, acompañado del almirante Poiset y fue recibido por la dirección del Ayuntamiento y desde el Castillo de San Severino, fortín colonial que resguarda la ciudad fue disparada una salva de 21 cañonazos.
Al igual que en la capital, al ilustre visitante se le dispensó en esa localidad un gran recibimiento y según el diario La Aurora "la población de Matanzas se decoró por la mañana y fue iluminada por la noche, y se izaron pabellones nacionales en todos los edificios del Estado".
El príncipe Alejo fue hospedado en la casa quinta del acaudalado Don Félix Torres, ubicada en la parte alta de la ciudad con una vista magnífica al Valle del Yumurí, el que contempló además desde las alturas de Monserrate en los alrededores de Matanzas, lo cual le hizo expresar frente al paisaje que para ser el paraíso terrenal solo le faltaba la presencia de Adán y Eva, según recoge el investigador.
También visitó las Cuevas de Bellamar, cerca de la ciudad, y uno de los complejos cavernarios más grandes de la región del Caribe, poblado por gigantes estalactitas y estalagmitas que parecen de cristal y conoció un ingenio y otros lugares de interés de la provincia.
Regresó a la capital y poco después zarpó hacia América del Sur para continuar con su largo periplo que incluyó la región asiática.
El príncipe Alejo no llegó a ser zar debido a las complejas tramas de la sucesión imperial, pero fue nombrado Almirante y jefe de las flotas de Rusia, y se ocupó desde finales del siglo XIX al desarrollo y modernización de la marina de guerra e irónicamente fue el propulsor de la construcción del crucero Aurora, el que en 1917 con su disparo dio inicio a la Revolución rusa que acabó con el zarismo en Rusia.
Pero su carrera naval terminaría mucho antes en 1905, al ser destituido cuando en la guerra ruso- japonesa de ese año la armada fue derrotada totalmente por el enemigo y se evidenciaron serias deficiencias en su estrategia de desarrollo y capacidad de combate.
Desde entonces se dedicó a visitar y residir en París, donde vivió intensamente la vida mundana de la ciudad luz en lo que no escatimó excesos que al parecer le llevaron a una muerte temprana a la edad de 58 años, víctima de la tuberculosis, un destino fallido difícil de pronosticar en aquel joven de 22 años que no cesó de impresionarse por las bellezas de las habaneras y los paisajes de Matanzas.