La Nochebuena que celebrábamos los cubanos. Nos reuníamos 17 o 18 parientes, entre abuelos, padres, tíos y primos. Se asaba un puerquito en el patio, con carbón y en púas”. La calzada de Bejucal se adornada con guirnaldas de colores, y a pesar de que era estrecha y con árboles a todo lo largo, se llenaba de quioscos de chucherías como nueces, avellanas, uvas, manzanas, peras, turrones. Cenábamos sobre las 12 de la noche.“Se comía con vino, incluso los niños. Como era una fiesta familiar, los adultos se cuidaban mucho de emborracharse. Siempre había un plato dispuesto para quienes pasaban a saludar, que por lo general picaban algo y se iban a hacer otras visitas. Aunque estábamos en medio del monte, celebrábamos la Nochebuena. Las aves, el puerco, las viandas, los dulces criollos como buñuelos, dulce de naranja y de coco, todo salía de la finca, y los tíos de La Habana, que iban a pasarla allá con nosotros, llevaban todo tipos de chucherías como turrones, avellanas, nueces, castañas, uvas, manzanas, dátiles, higos. Y para mi abuela, turrón de yema, su preferido. Mis tíos tenían un negocio de pescadería en La Habana, y llevaban pescado para asar. Llevaban también vino dulce y vino tinto. Siempre sobraba comida. Antes se ponía, además del puerco, guineo y pavo. Algunas familias –como la nuestra- incluso un buen pargo. Su padre era trabajador de la construcción (granitero de la compañía Luis Mion). “En mi casa se compraba el lechón asado. Pero además, se asaban 4 o 5 guineos que ponían alrededor del lechón. Luis Mion era italiano, y daba un aguinaldo generoso, con el que hacíamos una buena cena: arroz, frijoles negros, congrí, una ensalada de tomates con lechuga americana y rabanitos, turrones de todo tipo (Alicante, Gijona, yema), membrillo con guayaba, dátiles, higos, vino tinto, vino dulce para los niños. Las manzanas se asaban y se acaramelaban. Al día siguiente, la montería. No había 25 sin ropa nueva, y vestidos de estreno nos llevaban a ver vidrieras.